Usted está aquí: martes 31 de mayo de 2005 Opinión Liberar a las mujeres

Pedro Miguel

Liberar a las mujeres

Uno de los aspectos más odiosos del régimen talibán era la opresión explícita y descarada de las mujeres como política gubernamental. El repudio mundial a esa opresión llevó a George Walker Bush a una demagógica incorporación de reivindicaciones de género a su discurso cuando invadió, con la "lucha contra el terrorismo" como argumento central, el infortunado país asiático hace casi cuatro años. Se vieron, entonces, cosas insólitas: la primera dama estadunidense, una mujer más tradicional y ñoña que las misas dominicales, salió en defensa de la lucha armada como recurso extremo del feminismo. Tras la rápida desbandada de los fundamentalistas y la caída de Kabul y Kandahar, Bush no pudo proclamar victoria contra los terroristas, pero habló, en cambio, de su contribución trascendental a la liberación de las afganas: extraña medalla para un político al que la mayoría de organizaciones feministas de su país considera un enemigo natural, contra el cual votaron la mayor parte de las ciudadanas estadunidenses en 2000 y 2004.

Hacia julio del año pasado la aventura de Bush en Afganistán había causado la muerte de al menos 3 mil 500 civiles -la mayoría, víctimas de las "bombas inteligentes" de la Fuerza Aérea-, 8 mil 500 combatientes locales y más de 300 soldados extranjeros, había dejado un saldo global de más de 33 mil lesionados de gravedad y había costado un dineral incalculable. En su propia lógica de ojo por ojo, con los muertos civiles afganos la Casa Blanca habría podido declarar cumplida su venganza por el saldo de los atentados contra las Torres Gemelas. La cacería de terroristas resultó, en cambio, un fracaso mundial y espectacular. Los atentados contra personas inocentes son hoy día más numerosos que en 2001: además, gracias a Bush, Al Qaeda ha extendido sus actividades a países en los cuales no operaba.

¿Y las mujeres?

Numerosos informes, desde diciembre de 2001 (véase, por ejemplo, Sara Pursley, Working For Change, 1º de diciembre de 2001; Yola Monakhov en The Observer, 5 de octubre de 2003; Sonali Kolhatkar en Znet, 9 de marzo de 2004 y Dan De Luce en Womensnews, 10 de abril de 2004) hasta ayer, 30 de mayo de 2005, han denunciado la falacia de la "liberación" estadunidense de las mujeres afganas. Hoy Kabul es una isla civilizatoria, un escaparate para el turismo de expertos internacionales montado por los contratistas privados de seguridad (DynCorp, por ejemplo) que mantienen en pie el régimen de Hamid Karzai, pero en el resto de Afganistán la situación de las mujeres ha cambiado muy poco desde los tiempos talibanes. En abril Amnistía Internacional (AI) informó de la muerte por lapidación de una adúltera en la provincia de Badakhan, y señaló que el suceso "demuestra que el gobierno afgano no protege a la población y no garantiza la justicia ni la imparte, especialmente para las mujeres" (ASA 11/005/2005).

Ayer lunes el organismo emitió un reporte titulado Afganistán: mujeres bajo ataque, en el que se afirma: "Pocas mujeres están exentas de la violencia o a salvo de sus amenazas. Diariamente, las mujeres afganas enfrentan el riesgo de ser secuestradas y violadas por individuos armados, ser entregadas en matrimonios forzados o ser objeto de transacciones para arreglar disputas y deudas. Padecen la discriminación de todos los segmentos de la sociedad y de los funcionarios gubernamentales. La violencia contra las mujeres es ampliamente aceptada por la comunidad y enfrentada en forma inadecuada por los más altos niveles gubernamental y judicial. (...) Las mujeres y las niñas siguen sufriendo abusos a manos de sus maridos, padres, hermanos, individuos armados, sistemas de justicia paralela o instituciones del propio Estado como la policía y el sistema de justicia".

He tratado de hallar una moraleja para este asunto, pero todas las que se me ocurrieron (que no se puede lograr la emancipación de las mujeres mediante la fuerza militar indiscriminada, que se debe estudiar un poquito de sociología antes de lanzarse a invadir un país, que no hay que decir tantas mentiras) son tan tontas como los alegatos del gobierno de Bush en favor de las afganas. Es preferible dejar las cosas así, y que los hechos hablen por sí mismos.

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