Usted está aquí: jueves 2 de junio de 2005 Opinión Inversión y crecimiento en un proyecto alternativo

Orlando Delgado Selley

Inversión y crecimiento en un proyecto alternativo

La propuesta económica no es indiferente a la manera como se entiende la evolución de las principales variables macro. Un planteo alternativo tiene que distinguirse de la ortodoxia imperante, entre otras cosas, por el papel que juega la inversión. Para ello es indispensable reconocer lo que ha ocurrido en los años recientes, para formular una propuesta que recupere la capacidad de inversión de la economía. En el periodo que va de 1983 a 2004, es decir, los años de una relación entre un Estado subordinado y un mercado dominante, la inversión total se ha mantenido en un nivel de alrededor de 17 puntos del producto y solamente en dos años llegó a 20 puntos. En ese lapso la inversión pública se derrumbó y la privada nunca logró porcentajes mayores a 17, lo que explica la decepcionante dinámica económica.

El dato de 2004 ilustra una inversión privada que se mantiene en niveles inferiores a los requeridos. Con un crecimiento del PIB de 4.4. la inversión privada representó apenas 15.8, mientras la pública mantuvo sus montos deprimidos alcanzando apenas 4 puntos del producto. En una estrategia de crecimiento que enfatice el bienestar social es evidente que corresponde al Estado ocuparse de las apremiantes necesidades sociales que no se han atendido durante los últimos 22 años. Los indicadores de pobreza no han mejorado, al tiempo que la concentración del ingreso se ha agudizado.

La desigualdad regional, por su parte, también se ha acentuado. La población rural ha resentido el estancamiento de la producción agrícola derivado de la eliminación de las barreras comerciales, del abandono de la comercialización apoyada por el Estado. Además, el norte del país, vinculado esencialmente a la exportación, ha aumentado su participación en el ingreso nacional en detrimento del sur. Sin política industrial, la limitada política social se ocupa de la política de desarrollo sin lograr un patrón que desplace las actividades hacia sectores con mayor generación de valor agregado. Así, el reclamo social resulta excepcional y los recursos con los que cuenta el gobierno federal son absolutamente insuficientes.

Los ingresos tributarios apenas representaron 10.1 puntos del producto en 2004, en tanto que los ingresos no tributarios y los de organismos y empresas sumaron 12.2 puntos. Evidentemente, la adopción de medidas drásticas para combatir la evasión fiscal no podrán incrementar la recaudación más de 3 puntos, lo que seguirá siendo insuficiente. Los recortes al gasto público pueden significar 1.5 puntos del producto, lo que indicaría recursos disponibles de casi 350 mil millones de pesos. En una propuesta que busque incrementar anualmente el producto per cápita en, por lo menos, 3 por ciento anual se requeriría crecer a niveles cercanos a 5 por ciento, lo que exige un cociente inversión a producto del orden de 25 por ciento.

Frente a estas magnitudes parece indispensable aumentar la carga tributaria e incrementar la deuda pública. Señalar desde ahora lo contrario es aceptar una camisa de fuerza que no hace falta. Por el contrario, ganar la conducción del país con una propuesta clara permitirá corregir planteos equívocos, derivados de la visión neoliberal del comportamiento económico. Lo verdaderamente relevante es mejorar las condiciones de vida de la población. Para ello hace falta crear empleos, pero tienen que ofrecer una remuneración suficiente para una vida digna. Ello, por supuesto, no es posible ni con dos salarios mínimos. Se trata, en consecuencia, no de un crecimiento a secas, sino de uno con sentido social definido.

En esta tarea un gobierno socialmente responsable deberá recuperar su participación en la economía, pero operando eficientemente. Ello obliga a entender adecuadamente cuáles son los principales obstáculos para lograr un desarrollo económico sostenido. La percepción de que eso es posible en una democracia de mercado es, por lo menos, ilusa. Los franceses acaban de rechazar la propuesta de una democracia social de mercado porque defienden las condiciones laborales logradas en décadas de lucha. El no a la constitución europea es un rotundo sí a una integración europea a partir de lo alcanzado por los trabajadores franceses y no a partir de las peores condiciones en algún país de la Unión. Nosotros, aunque lejos de una integración democrática y simétrica, no podemos aceptar los pilares del neoliberalismo imperante. Justamente eso es lo que tenemos que superar.

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