Usted está aquí: martes 7 de junio de 2005 Opinión Live8 y el fin del pop

Janet Street-Porter*

Live8 y el fin del pop

Este año se recordará como aquel en que la música pop perdió cualquier credibilidad que haya tenido. Ha sido un proceso gradual, en el que el largo y sinuoso camino que comenzó con las canciones de protesta de Bob Dylan en los años 60 termina en 2005 en un estancamiento de buenas intenciones y cero contenido.

La autobiografía de Dylan fue una crónica fascinante de un joven comprometido, una historia de largas noches en clubes de música folclórica que en verdad creían que su música reflejaba a los de abajo en Estados Unidos. A mediados de los años 60, Otis Redding, Percy Sledge, Aretha Franklin y Marvin Gaye fueron artistas revolucionarios, que cambiaron para siempre el panorama de la música popular y llevaron al primer lugar de la atención pública las esperanzas y aspiraciones de los negros.

¿Qué ha pasado con esos músicos y cantantes blancos y negros que tanto nos inspiraron? Muchos están sin un centavo porque recibieron pocas regalías o ninguna. Aunque sus talentos no han menguado en absoluto, han sido tirados al basurero por la industria de la música porque ya no están de moda.

Es irónico que la música pop crea ser un conducto apropiado para "salvar" a Africa y hacernos conscientes de la pobreza, el endeudamiento, el sufrimiento y la injusticia. En el siglo XXI la música pop es también la industria del más descarado dispendio, un negocio tan obsesionado con el próximo ritmo o artista de moda que semana a semana lanza a hombres y mujeres jóvenes al estrellato y los desecha cuando ya no encajan en la estrategia de mercado.

La industria está gobernada por un puñado de empresarios que no conceden valor alguno a la creatividad de lento desarrollo ni al cultivo del talento. ¡Qué lejos estamos de los días de Discos Stax, en Memphis, Tennessee (EU), donde blancos y negros trabajaban juntos para producir canciones que cambiaron al mundo!

En estos días el talento se escoge mediante series de televisión, se le contrata según la respuesta de los televidentes, y se le modela y vende cuidando ofender al menor número posible de personas. Es tan amenazador y revolucionario como una Big Mac. El punk parece un breve, borroso y lejano periodo de conmoción e innovación.

Los músicos de hoy no saben hacer música revolucionaria; en cambio tienen que opinar de todo, desde los derechos humanos hasta el calentamiento global. Los grupos pop siempre están predicando sobre temas ambientales, y sin embargo ponen un escandaloso ejemplo de desperdicio. Hace poco Thom Yorke, de Radiohead, fue utilizado en una campaña de Amigos de la Tierra para instar al gobierno a reducir emisiones de bióxido de carbono. Junto con muchos otros grupos, desde los Rolling Stones hasta Atomic Kitten, Radiohead ha hecho giras con esa temática, en los que cada asistente al concierto planta un árbol. Pero la realidad es que usar jets y automotores cuando emprenden sus vastas giras mundiales neutraliza cualquier beneficio logrado por los árboles plantados.

Las estrellas pop deben hacer lo que saben: componer música que ilumine nuestras vidas y nos acompañe en el horrible viaje de casa al trabajo y viceversa. La música pop puede darnos momentos de gran felicidad. Pero cuando Bob Gedolf, por muy sincero que sea, sale con que un concierto en Hyde Park ayudará a crear conciencia sobre la pobreza en Africa, me dan ganas de gritar.

Estoy enterada de la desnutrición, los raptos y el sufrimiento en Africa, como cualquier persona con media neurona en la cabeza. Pero también estamos enterados y desesperados por la incapacidad de los gobiernos africanos para combatir la corrupción, detener las vergonzosas violaciones de mujeres inocentes, las absurdas guerras religiosas, el reclutamiento de niños para el ejército, la venta de menores como esclavos, la difundida carencia de derechos de las mujeres.

La gente común y corriente responde a los desastres y privaciones siempre que se le solicita, en una escala mucho mayor que los gobiernos. Sin embargo, apenas la semana pasada supimos cuán pocos de los miles de millones enviados de dólares a Sri Lanka para ayudar a los sin hogar fueron a dar en realidad a quienes los necesitaban. En vez de 9 mil viviendas sólo 100 se han construido; el resto se perdió en los pasillos de la corrupción y la burocracia.

La lista de artistas anunciada el miércoles pasado parece más bien un rol de los tibios, los aceptables y los viejos cuates. ¿Annie Lennox? ¿Maria Carey, esa diva de pesadilla que emite especificaciones sobre el ángulo en que se le deben tomar fotos, y exige que le pongan alfombras rojas sobre el pavimento y docenas de velas en los camerinos? ¿Qué segmento del pop representa ella, de no ser el consumo más ostentoso? Elton John gasta enorme cantidad de tiempo recabando dinero para ayudar a los enfermos de sida en Africa, y también dona gran parte de su ingreso. En cambio, para muchos de los demás enlistados se trata más bien de una oportunidad de salir en televisión en cadena mundial, vender un montón de discos y sentirse muy satisfechos de sí mismos el resto del día.

No nos engañemos. Live8 no es más que una estrategia de mercado, y por eso la mayoría de los que están en la lista son los nombres-marcas más reconocibles, comercializados sin escrúpulos a escala global. Les agradezco su tiempo, reconozco sus buenas intenciones, pero al final lo que hagan no significará nada. La única forma de impresionar a los gobernantes africanos sería que nuestros propios estadistas pusieran el ejemplo. Por desgracia, un montón de estrellas pop impresionadas con su propia importancia tendrán mucho menos impacto.

* Periodista y comentarista de la radio y la televisión británicas.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

 
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