Usted está aquí: jueves 9 de junio de 2005 Opinión En la misma piedra

Adolfo Sánchez Rebolledo

En la misma piedra

No deja de ser un fracaso político -otro más- que las reformas pendientes en materia electoral no se hubieran aprobado antes de iniciar las campañas que ya están en marcha, aun si se les considera como escarceos preliminares entre los aspirantes de todas las banderas. El problema, hay que subrayarlo, no es que se multipliquen las tentativas de convencer a la ciudadanía sobre las virtudes de una particular oferta política o de un candidato, incluso, sino que este esfuerzo, desprovisto de contenidos y verdaderos compromisos, se limita a saturar el mercado de imágenes y discursos intrascendentes. Al final, la lucha por el poder adquiere la lógica del mercado y se adapta a sus mecanismos, aun si debe sacrificar las diferencias reales entre los contendientes, es decir, la representación de genuinos "proyectos" para gobernar al país.

La mayoría de los interesados en los temas político-electorales coinciden en la urgencia de promover cambios para darle completa transparencia a la actividad de los partidos, pero éstos han retrasado sistemáticamente la discusión y aprobación de nuevas normas de aplicación obligatoria para garantizar la equidad y, desde luego, la limpieza de todos los procesos electorales.

Nos pasamos años hablando del dinero en la política y sus efectos deformantes sobre nuestra imberbe democracia, pero ya estamos en el mismo curso. ¿Quién fiscaliza los recursos gastados por los precandidatos en sus precampañas antes de hacerse "oficiales"?

¿De donde vienen los gastos millonarios puestos a disposición de los aspirantes al gobierno del estado de México, por ejemplo? Son preguntas sin respuestas institucionales satisfactorias.

En general, se reconoce la necesidad de introducir algún tipo de racionalidad en la utilización de los medios, pero todos los esfuerzos, si los hay, tropiezan con la inevitabilidad del espot, única forma de existencia en la sociedad mediática que de eso pide su limosna, nada despreciable, por cierto. Mientras, la política del escándalo pretende convertirse en toda la política posible. Tal parece que la ciudadanía sólo merece ser informada con insistencia machacona sobre las miserias humanas de los políticos, lo cual, por cierto, ratifica la pésima impresión que se tiene de ellos, prolongando el círculo vicioso en el que se encuentra la famosa consolidación democrática.

No obstante, la sucesión en marcha puede (podría) y debe (debería) convertirse en un laboratorio donde se confronten alternativas, concepciones sobre el futuro de México, más allá de los clichés tan sobados como inútiles. México no puede volver al pasado presidencialista: ni la sociedad ni la economía ni el mundo lo permiten (aunque el pasado aceche). Pero tampoco puede darse el lujo de otros seis años de "alternancia". Vicente Fox creyó que haría el cambio dejándose llevar por la corriente dominante del liberalismo y se ajustó a la ortodoxia. El resultado: ni se avanzó en la reforma democrática que está madura ni tampoco se abrieron las compuertas al crecimiento prometido.

El próximo gobierno tendrá enormes cargas que se harán insoportables sin conseguir acuerdos de gran aliento entre las fuerzas fundamentales de la nación. No se trata, por supuesto, de subsumir las opiniones en un centrismo hueco, es decir, en un programa deslavado sin compromisos verdaderos, sino de reconocer los pasos que resultarían objetivamente necesarios para salir del atasco donde estamos. Ya es hora de pensar sin dogmatismos en la situación mexicana: el dogmatismo liberal, como cualquier otro, es una venda en los ojos de los gobernantes. Finalmente, si alguna lección podemos sacar de la experiencia europea es la de asumir en serio que la globalización no es una panacea al margen de las incómodas realidades nacionales.¿Por qué no aprovechar las campañas para impulsar ese debate necesario? Si nada se logra, al menos sabremos qué piensan los partidos y sus representantes, aunque, ya sabemos, ellos creen que una imagen vale más que mil palabras.

 
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