Usted está aquí: jueves 9 de junio de 2005 Opinión Cantina La Conquista y otras cantinas

Olga Harmony

Cantina La Conquista y otras cantinas

Por fin supe, a pesar de que desde hace 20 años guardo la revista mimeografiada El rinoceronte enamorado -de la que retoma el nombre el grupo de San Luis Potosí- que Jesús Coronado creó para su extinta Brigada popular de teatro, la razón de tan extravagante título. Cuenta Jesús que pensó, por una parte, que el teatro que hacía era un animal tan extinción como el rinoceronte blanco y, por la otra, que todos sus componentes defeccionaban por sus relaciones amorosas. Esto, más la presencia de obra y actuación de Enrique Ballesté, quien también dio batallas por un teatro popular con su grupo Zumbón, me hizo recordar esas heroicas etapas. Ahora los dos son teatristas consolidados, porque también Ballesté fue miembro del Sistema Nacional de Creadores y la conjunción de ambos creadores siempre es feliz, como en la inolvidable Pescar águilas. Con el nuevo formato de la Muestra Nacional de Teatro, el INBA produjo para la misma la nueva escenificación de este grupo que a 10 años de trabajo ha logrado ser comodatario del teatro del IMSS y beneficiario de México en Escena.

Cantina La Conquista muestra un mundo eminentemente masculino, el de las relaciones entre un patrón español y sus empleados, y la que se da entre estos mismos. Sugiere amistad y compañerismo, pero también ambiciones y resentimientos, en escenas muy bien dosificadas y con un lenguaje que no descarta la broma pesada y el albur, al tiempo que muestra lo peligroso que en un momento dado es poseer un arma de fuego. Su anécdota es muy sencilla, pero lo relevante es la muy verosímil psicología de cada uno de los personajes, desde la simpatía paternal que don Juvencio muestra por el Prieto hasta el rencor de Alfredo. Con el apoyo de paneles móviles diseñados por Philippe Armand, que irán dando los espacios sucesivos -incluso uno, muy interesante, en que vemos al patrón servir los tragos de espaldas al espectador- y algunos muebles, así como proyecciones de video, Coronado mueve de manera excelente a sus muy buenos actores, Lino Villalón, Edén Coronado, Alvaro Flores, Gerardo Pardo, Eduardo López y el propio Enrique Ballesté. Con vestuario de Angustias Lucio y música de Armando Corado se complementa esta excelente escenificación que, tras recorrer varias plazas, llegará a la capital en septiembre.

También en una cantina se desarrollan las ocho historias concebidas en el taller de Vicente Leñero por otros tantos autores (Vicente Leñero, Leticia Huijara, Enrique Rentería, Ernesto Murguía, Cecilia Pérez Grovas, Victoria Brocca, Diana Benítez y Michael Rowe) en un hábil entramado en el que no se da crédito de autoría -tampoco de la dirección en que aparecen como responsables Leticia Huijara y Enrique Rentería- o el título de cada una de las obritas en un acto. La mayoría de éstas están concebidas como una pequeña estampa que carga atrás un historial casi siempre de tristes fracasos, con personajes bien delineados, lo que da esperanzas en estos dramaturgos, casi todos incipientes. Las historias -en general urbanas, excepto la de Perico que tiene tintes rancheros- se suceden en el espacio de la cantina y entre una y otra, el personaje del teporocho les da continuidad, así como la presencia constante de Ramón, el joven cantinero e hijo del patrón.

En una escenografía muy realista y cuidada de Edyta Rzewska y Gonzalo Macías y con vestuario de Juan Carlos Castillo, ambos directores logran un trabajo muy limpio y homogéneo, al grado de que no se puede distinguir cuál obrita está dirigida por quien en esta escenificación a cuatro manos, lo que puede ser parte del experimento. Las actuaciones, en cambio son muy dispares, sobre todo generacionalmente. Los actores de mayor edad tienen mucho mejor desempeño que los muy jóvenes, a excepción de Víctor Hugo Arana que encarna a Ramón y algún momento de Tae Solana Shimada, sobre todo en su último papel. Todos doblan personajes, excepto Víctor Hugo Arana, y destaca la presencia de la muy desperdiciada -por la brevedad de sus apariciones- Zaide Silvia Gutiérrez. Habrá que esperar nuevos frutos, tanto de los integrantes del Taller Sólo los Jueves, como de los dos directores en empresas individualizadas de mayor alcance.

 
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