Usted está aquí: sábado 11 de junio de 2005 Opinión Bienal de Fotoperiodismo y Walter Reuter

Rodrigo Moya

Bienal de Fotoperiodismo y Walter Reuter

Ampliar la imagen Walter Reuter (1906-2005) FOTO Fabrizio Le�

Las generaciones de fotógrafos nos sucedemos como ciertos ciclos naturales, con intervalos tal vez de 15 años entre una y otra oleada. Conocemos a nuestros colegas contemporáneos, a los que recientemente han concluido su ciclo productivo, o a quienes están en vías de terminarlo. Luego, cada fotógrafo desaparece, como todo lo que vive, y en la memoria nos permanecen algunos pocos nombres y ciertas imágenes memorables. En esta continua marea de fotógrafos que llegan y se van como las olas, algunos dejan profundas o imborrables huellas en las arenas de la cultura y el periodismo, y de otros queda tan sólo un nombre que paulatinamente se desvanece junto con sus efigies. Unos pocos más se salvan del olvido por el trabajo de los investigadores, por la leyenda cultural que los consagra, o por el mito propio de sus vidas.

Una de las virtudes de esta Bienal de Fotoperiodismo es alertarnos la memoria. Hacernos ver, con crudeza y ternura, que los fotógrafos pasamos, y tras de nosotros queda sólo un recuerdo volátil, y en los mejores casos algunas buenas imágenes publicadas que hablarán de nuestro nombre. A veces estas imágenes van mucho más lejos de las intenciones de quien las produjo, porque al paso de los años emprenden una existencia propia al margen del fotógrafo. En otras ocasiones, quizás más significativas, la obra del fotógrafo es un reflejo de su existencia, de su percepción del mundo y de sus preocupaciones sociales o filosóficas; pero refleja, sobre todo, su relación con esa cosa hoy tan desprestigiada llamada realidad, que según algunos críticos o analistas de la imagen fotográfica, ya no existe, nunca ha existido, es pura ficción y nada tiene que ver con nuestras imágenes.

La vida que fluye, el cerco de acontecimientos y gente en el cual vivimos inmersos, la estructura de nuestras conciencias, los medios a los que servimos, son los elementos, a mi modo de ver, que marcan y definen las imágenes esenciales de cada fotógrafo. Prescindir de esas características y esos entornos al analizar y comprender la imagen fotográfica documental es como escuchar música con los oídos tapados, mirando sólo los movimientos del músico al tocar su instrumento, pero sin escuchar su melodía.

Es verdad que con el tiempo las imágenes toman su vida propia; pero es también verdad que no hubieran surgido a esa vida, si en la propia vida del fotógrafo no hubieran sido de antemano tomadas. La casualidad y el azar están siempre presentes en el quehacer fotográfico -y ojalá sigan estando-, pero una cámara fotográfica, de la tecnología que sea, nunca se dispara por azar o casualidad. El azar es la presencia, allí mismo en la realidad, del fotógrafo, su aparato y su cerebro.

Un adiós a Walter

Walter Reuter murió hace tres meses en Cuernavaca, poco antes de cumplir los cien años de edad. Todos conocen su nombre, pero pocos su trabajo, y menos aún la vida épica y trágica, pero al fin serena, en su encuentro con México, en donde desarrolló su obra fotográfica documental y periodística. Alemán de nacimiento, mexicano por adopción, Walter abarcó en sus 99 años las tragedias y los prodigios del siglo XX.

Observó las invenciones aceleradas de nuestro tiempo, pero también vivió como adolescente la primera Gran Guerra de 1914-18, y padeció en cuerpo y alma la Segunda Guerra Mundial.

Huyendo de las ominosas sombras del fascismo en Alemania, en 1929 escapó hacia Francia, y luego a España, donde fue fotógrafo de la República Española y documentó la guerra civil.

Las guerras, las separaciones y el exilio persiguieron a Walter durante tres décadas. De España huyó apenas a tiempo para no ser capturado por las tropas franquistas o, lo peor, ser extraditado a Alemania, donde hubiera sido fusilado de inmediato por su actitud libertaria y antifascista.

Su periplo de fugitivo pasó por campos de internamiento en Francia, por trabajos forzados en Africa, y por un arduo peregrinaje que al fin lo condujo a México y al rencuentro con su primera esposa y su hijo, separados por la guerra desde años antes.

Quienes conocimos a Walter sabíamos a grandes rasgos de su existencia azarosa, pero él nunca hablaba de aquellas desgracias. No se ostentaba como el fotógrafo de guerra que fue. No se quejaba de las cuatro veces que perdió sus valiosos archivos en medio de la persecución y el peligro. Padeció terribles pérdidas familiares que no lo doblegaron, como no lo doblegaron los años de privación ni la vida modesta, pero plena, que llevó en México hasta el final.

Walter Reuter hablaba con pasión de su nueva patria, a la cual se ligó cuando al final de la Segunda Guerra decidió no volver a su tierra natal. Viudo, se casó con una mexicana de sangre india, y de esta unión nacieron tres hijas, que han contribuido a fomentar el rescate del acervo que desarrolló en México a partir de 1943.

El paso de Walter Reuter por el universo de la fotografía mexicana fue reconocido en esta misma bienal hace años. Como otros veteranos de la cámara, Reuter también recibió el Espejo de Luz como un reconocimiento del gremio de los fotorreporteros a su vasta trayectoria.

Pero ahora que Walter cerró el obturador de su mirada para siempre, es buena ocasión para dedicarle nuestro recuerdo, para confirmar que fue un hombre íntegro y luchador, que además de magníficas imágenes, nos dejó aquella sonrisa que siempre prodigó desde que dejó de ser un fugitivo, y se convirtió, aquí, en un hombre libre. En un documentalista libre.

Este texto, en que el autor rinde homenaje a Walter Reuter, no fue leído la noche del jueves durante la premiación de la Bienal de Fotoperiodismo, debido a las circunstancias por el otorgamiento del premio Foto Prensa México

 
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