La Jornada Semanal,   domingo 12 de junio  de 2005        núm. 536
 

Enrique Florescano

Chichén Itzá, Teotihuacán
y los orígenes del Popol Vuh

Las raíces profundas que unen la centenaria cultura de Teotihuacán con la cultura maya se perciben en el Popol Vuh, también llamado el Libro del Consejo. Parece ésta una afirmación descabellada, pues Teotihuacán tiene su época de esplendor entre el siglo II y el VI de esta era, mientras que la versión que conocemos del Popol Vuh es de 1554, unos diez siglos más tarde. Sin embargo, como verá el lector al concluir la lectura de este ensayo, se trata de una tesis plausible.

Lo cierto es que desde la publicación primera del Popol Vuh no ha cesado la inquisición acerca de sus orígenes, sin que hasta la fecha una explicación se eleve inapelable sobre las otras. La manufactura k’iche’ del libro no puede ponerse en duda, pues los datos muestran que fue redactado en el alfabeto latino en Santa Cruz del Quiché, la fundación española que sustituyó a Q’umar Ka’aj, la capital del reino k’iche’. La fecha final de su elaboración es el año de 1554, cuando aún vivían Juan de Rojas y Juan Cortés, quienes aparecen citados en el libro como la última generación de reyes k’iche’.1

Las motivaciones que llevaron a los jefes k’iche’ a redactar en el alfabeto castellano la historia antigua de su pueblo son explícitas. En la primera página se dice que aun cuando antes "existía el libro original, escrito antiguamente", ya no se puede ver ni entender (Popol Vuh 1961, 21). Este dato sugiere que el libro "escrito antiguamente" era un códice pintado, el libro del Consejo de Q’umar Ka’aj, del cual se copió la versión en alfabeto latino. Al final de su obra los autores reiteran su intención de conservar la memoria del libro ancestral en el lenguaje impuesto por el conquistador. Dicen que como "ya no puede verse el [libro o códice] que tenían antiguamente los reyes, pues ha desaparecido", tomaron la decisión de transcribir en letras la tradición acuñada en pinturas y glifos.

Pero los autores del Popol Vuh introducen una duda acerca de los orígenes lejanos del libro, pues declaran que el códice donde estaban pintadas sus historias les fue dado por Nakxit, el gobernante de Tulán, el reino famoso al que se refieren con reverencia los textos nauas y mayas (Popol Vuh 1961, 142). En el Popol Vuh Tulán es el arquetipo del reino y la fuente de los conocimientos fundamentales. El Popol Vuh registra dos viajes de los jefes k’iche’ a esta Meca política y cultural. El inicial lo hacen los cabezas de la primera generación de linajes k’iche’, quienes emprenden una larga jornada hacia el oriente, el rumbo donde ubican a Tulán, la ciudad que describen como una metrópoli atestada de gente de diversas etnias que hablaban lenguas distintas. Ahí, narra el libro, les fueron dados sus dioses patronos. Luego, en cantos tristes lloraron su salida de Tulán y fueron a buscar el lugar donde habrían de asentarse y fundar una nación poderosa (Popol Vuh 1961, 110-112 y 116-117). Es decir, según el Popol Vuh, para los jefes del pueblo k’iche’ Tulán era la metrópoli dispensadora de los dioses protectores y los bienes de la vida civilizada.

Motivados por el destino que les fue revelado en Tulán, los linajes k’iche’ invaden la región de altas montañas cercanas al lago de Atitlán, en Guatemala, y emprenden batallas encarnizadas contra los pobladores nativos, a quienes vencen y convierten en tributarios. Protegidos por Tojil, el poderoso dios del relámpago y el trueno (una variante del Tláloc teotihuacano), los k’iche’ se posesionan de territorios dilatados. Sus primeros caudillos, antes de morir, les hicieron tres recomendaciones: no olvidar nunca a los ancestros, visitar el lugar del origen, Tulán Zuywa, y rendirle homenaje al Bulto de Flamas, el envoltorio sagrado que guardaba las reliquias de los fundadores del pueblo k’iche’ (Popol Vuh 1961, 140-141; véase también Tedlock 1996, 50). Como se advierte, las tres recomendaciones hacen de la tradición el principio legitimador del poder, y particularmente la tradición de Tulán Zuywa.

Más tarde, cuando sus sucesores combaten y vencen a las numerosas tribus originarias, emprenden un segundo viaje al oriente, el asiento de la legendaria Tulán Zuywa. Se trata de un viaje de confirmación de los derechos adquiridos, encabezado por los jefes del grupo, quienes en Tulán Zuywa son recibidos por Nakxit, el gobernante de nombre naua ("Cuatro pies"), a quien todos acatan y temen. Nakxit "era el nombre del gran Señor, el único juez supremo de todos los reinos" (Popol Vuh 1961, 142). Aquí, otra vez, la legitimidad política se hace radicar en Tulán Zuywa.

Es decir, mientras en el primer viaje los jefes k’iche’ reciben sus dioses patronos, en el segundo se les otorgan las insignias del poder, los símbolos que legitiman su gobierno. El Popol Vuh y los textos que narran el viaje de los k’iche’ y los kaqchikeles a la Tulán maravillosa, sitúan a ésta en el oriente. Como advertirá el lector, esta es una tradición diferente a la de la época Clásica, cuyos testimonios ubican a Tollan en el occidente, identificándola con Teotihuacán. Los gobernantes de Tikal y de Copán inscribieron en estelas y en monumentos colmados de glifos su ascendencia teotihuacana, y declararon orgullosos sus vínculos con la gran metrópoli del occidente (véase David Stuart 2000, 465-513; y Martin 2001, 98-111). En cambio, diez siglos más tarde, los jefes k’iche’ y kaqchikeles proclamaron descender de una Tulán oriental.

El Popol Vuh asienta que los jefes k’iche’, obedeciendo el mandato de sus progenitores, dijeron: "vamos al Oriente, allá de donde vinieron nuestros padres" (Popol Vuh 1961, 142). Las fuentes que narran la migración de las tribus que poblaron las tierras altas de Guatemala subrayan el origen oriental de Tulán y cuentan que para llegar a esa gran ciudad fue forzoso atravesar el mar. El paso del mar es un episodio crucial en este periplo y su registro en las crónicas permite rastrear el probable itinerario que siguieron los peregrinos de Tulán. Así, el Memorial de Sololá dice que al llegar al mar los jefes kaqchikeles se encontraron a "un grupo de guerreros de los llamados nonowalkat [nonoalcas]", en sus canoas (Memorial de Sololá 1999, 159). Como sabemos, las fuentes antiguas ubican a los nonoalcas en el área de Xicalanco, en las orillas de la Laguna de Términos, en el actual estado de Campeche (Fig. 1) (Carmack 1981, 44-48, fig. 3.7). El Memorial de Sololá refiere que los kaqchikeles derrotaron a los nonoalcas y con los barcos de éstos atravesaron el mar y llegaron al oriente, donde estaba asentada Tulán (Memorial de Sololá 1999, 160). O sea que los kaqchikeles recorrieron en canoas la costa de Campeche y desembarcaron en algún punto cercano a Chichén Itzá, el asiento de la famosa Tulán Suywa (Carmack 1981, 46-47). El Memorial de Sololá describe a Tulán Suywa como una ciudad imponente: "en verdad que nos causaron terror esa ciudad y esas casas donde moraban los de Suywa, allá en el Oriente" (Memorial de Sololá 1999, 160). La visita a Tulán suscitó estupor y temor entre los kaqchikeles, pues describen escenas sobrecogedoras, como aquella "cuando se levantó [el viento] entre las casas formando remolinos que se convirtieron en un verdadero torbellino de polvo". Luego cuentan que este torbellino "se arrojó sobre nosotros, nos arremetieron las casas, nos arremetieron sus dioses" (Memorial de Sololá 1999, 160).

Finalmente esas escenas de espanto y vértigo fueron compensadas por el encuentro inefable con Nakxit: "Este era en verdad un gran rey y disponía del encargo de escoger e investir a los señores gobernantes y a los gobernantes adjuntos." Cuando llegaron a su presencia, Nakxit les dijo: "Subid las piedras horadadas para el dintel de mi palacio y os concederé el señorío." Como recordará el lector, las escaleras, dinteles y columnas horadadas más famosas son las que enmarcan la entrada del Templo de los Guerreros de Chichén Itzá (Fig. 2). El Memorial de Sololá dice que cuando los jefes de la nación kaqchikel llegaron a la entrada del palacio de Nakxit "procedieron a subir dichas piedras horadadas. Y de esta manera Nakxit les concedió el señorío, con todos los honores e insignias correspondientes". La misma fuente dice que "Allí también tuvieron que celebrar consejo" (Memorial de Sololá 1999, 161-162). Es decir, estos textos informan que junto a los símbolos de poder, los kaqchikeles recibieron también las instituciones y ceremonias políticas consagradas en Tulán.


Figura 1. La ruta de los ancestros k’iche’, de Nonoalco a las tierras altas de Guatemala, según un mapa de Robert M. Carmack. Con línea punteada he señalado el posible viaje de ida y regreso de los k’iche’ a Tulán Zuywá (Chichén Itzá). Carmack, 1981: 45.

El Popol Vuh de los k’iche’ describe la misma escena exultante. Narra cómo Nakxit les dio a sus jefes los títulos reales de Guardián de la Estera (Aj Pop) y Guardián de la Casa de Recepción de la Estera (Aj Pop Q’amajay), equivalente al título de receptor de los tributos, así como las insignias de la realeza: el trono, la piel y las garras de jaguar, las flautas de hueso, la bolsa de tabaco, las plumas de papagayo y el estandarte de plumas de garza real. Y junto a las insignias de mando, Nakxit les otorgó las pinturas de Tulán, el libro que contenía los orígenes, la historia y la sabiduría de Tulán. Luego de ese encuentro inolvidable, los k’iche’ y kaqchikeles retornaron a Xicalanco y desde ese lugar emprendieron su largo viaje a las montañas de Guatemala, remontando el curso del Usumacinta (Carmack 1981, 45, fig. 3.1).

Aquí deben subrayarse dos hechos críticos para la comprensión de esta historia. Primero, que la antigua Tollan a la que se refieren los textos de la época clásica ha cambiado de ubicación geográfica. En lugar de estar en el Altiplano Central, es decir, en Teotihuacán, al occidente del territorio maya, los textos k’iche’ y kaqchikeles la sitúan ahora en el oriente, hacia la costa este de Yucatán. Segundo, esta Tulán, al mismo tiempo que es un lugar de reunión, una Meca en la que convergen los más variados pueblos, es un centro de dispersión. Los textos dicen que en Tulán Suywa se reunieron pueblos procedentes de distintas regiones, hablantes de las lenguas más variadas, quienes luego que recibieron las insignias del poder de manos de Nakxit abandonaron la ciudad e iniciaron una diáspora, al cabo de la cual las diferentes tribus se asentaron en las tierras altas de Guatemala (Memorial de Sololá 1999, 155; Popol Vuh 1961, 143). El Memorial de Sololá dice que al salir los pueblos de Tulán, cada uno recibió su equipaje: las tribus recibieron piedras preciosas, plumas verdes, pinturas, esculturas y los calendarios sagrados, mientras los guerreros fueron dotados de flechas, arcos y escudos (Memorial de Sololá 1999, 156-157).

Si todas las fuentes afirman que Tulán Zuywa está en el oriente de la península de Yucatán, esa Tulán no puede ser otra más que Chichén Itzá, la metrópoli maya que floreció entre los años 800 y 1200 d.C. en ese rumbo del territorio. Precisamente la época de migración de los k’iche’, kaqchikeles y otros grupos mayas se sitúa a principios del siglo XIII, cuando ocurre la desintegración del poder asentado en Chichén Itzá. Sin embargo, la mayoría de los autores que tratan la emigración de los pueblos mayas hacia las tierras altas de Guatemala identifican a estos migrantes con la desbandada que produjo la caída de la Tula de Hidalgo. Pienso, por el contrario, que esta diáspora está asociada con la destrucción de Chichén Itzá, la metrópoli oriental que entre los siglos VIII al XIII había logrado integrar el antiguo legado maya con las influencias políticas, religiosas y culturales procedentes de Teotihuacán. Los rasgos sociales y culturales de los grupos migrantes que invaden el área montañosa de Guatemala se identifican más con la tradición de Chichén Itzá que con la de la Tula de Hidalgo.

El origen mismo de la diáspora está vinculado con el sureste de Mesoamérica, no con el Altiplano. Como lo ha mostrado Robert Carmack, un punto clave de la diáspora fue la región pantanosa de Tabasco-Campeche, formada por el delta del río Usumacinta y la Laguna de Términos, territorio de hablantes del chontal, el náuat y otras lenguas afines (Carmack 1968, 42-92; y 1981, 44-48). Estos grupos tenían una relación de siglos con la cultura teotihuacana, como lo prueba la presencia de la lengua náuat en sus instituciones políticas, religiosas, militares y sociales; y como sabemos hoy, según los últimos estudios, la lengua de Teotihuacán era el náuat. Las crónicas que narran la peregrinación k’iche’ y kaqchikel informan que esos grupos migrantes estaban compuestos principalmente por guerreros. Como en la tradición teotihuacana, los capitanes de la guerra son los jefes del grupo y los conductores de la migración. Sus armas y pertrechos son también de origen teotihuacano: átlatl, macanas, escudo redondo, malla de algodón. Y asimismo, sus ideales y valores son guerreros: la conquista, la imposición de tributos, el sacrificio humano y la exaltación del ardor bélico. Nakxit-Kukulcán es la síntesis de esos valores y el ideal del gobernante. El Popol Vuh y el Memorial de Sololá consideran a Nakxit-Kukulcán el ancestro fundador del reino k’iche’ y del reino kaqchikel, respectivamente.

El legado de Chichén-Itzá


Figura 2. El templo de los Guerreros en Chichén Itzá, cuyo pórtico está enmarcado por dos cuerpos de serpientes descendentes, labrados en sus cuatro lados. Dibujo de Raúl Velázquez

Estos y otros rasgos que se leen en los libros sagrados de los k’iche’ y kaqchikeles son de indudable origen teotihuacano, pero se advierte que están ya adaptados a la tradición maya a través del tamiz de Chichén Itzá. La revaloración de Chichén Itzá como una metrópoli en la que concurren el legado político, religioso y militar teotihuacano con las antiguas raíces de la cultura maya, la sitúa como la metrópoli oriental más importante de Mesoamérica durante los siglos IX al XIII. Gracias a esta simbiosis de tradiciones, el foco de la vida política, comercial, religiosa y militar se traslada del Altiplano Central al sureste mesoamericano. En estos años Chichén Itzá se convierte en una metrópoli, una Meca religiosa, un polo comercial y una fuerza expansiva y conquistadora.

Pero su contribución más significativa al desarrollo de Mesoamérica es su papel de mortero donde se mezclan tradiciones culturales divergentes y se produce una nueva amalgama política y cultural. Desafortunadamente, las aleaciones que intervinieron en la formación de esa mixtura son las menos estudiadas. El culpable de esa ignorancia fue la identificación de la Tula de Hidalgo con la Tollan-Teotihuacán de la época Clásica, una confusión que impidió vincular la tradición naua procedente de esta metrópoli con la cultura maya.

Para rescatar el verdadero rostro de Chichén Itzá es preciso romper con la tesis que identificaba a la Tula de Hidalgo con la Tollan maravillosa de los textos, y concentrar la investigación en Tollan-Teotihuacán, la metrópoli política y cultural más importante de la época Clásica y la más influyente en el desarrollo posterior de Mesoamérica.

Chichén Itzá es un caso extraordinario de fidelidad a los orígenes y de adaptación a los nuevos aires impuestos por el cambio histórico. Los estudios recientes muestran que esta metrópoli conservó la antigua concepción maya del Cosmos (la división en cuatro partes y tres niveles verticales), y el culto a los dioses tradicionales: el dios ancestral, Pawahtun, la diosa Chak Chel, Chak, el dios del maíz, etcétera (Taube 1994, 212-246; Kristan-Graham 2001, 329-332). Pero el apego a las tradiciones constitutivas del pueblo maya no le impidió adaptarse a las transformaciones de su tiempo. Los cambios más visibles se advierten en la composición social y el régimen político. Chichén Itzá muestra una estructura social distinta a la de los reinos de la época Clásica, asentada en grupos de etnias diferentes y en linajes competitivos, trabados en una lucha continua por el poder (Stomper 2001, 207-208).

Un resultado de esta estructura social fragmentada en linajes competitivos fue el fortalecimiento del Popol na, la Casa del Consejo. Según las crónicas de la época colonial, Popol na significa la casa donde se asienta la estera, el sitio donde se reunían las cabezas de los linajes con el halach uinic o jefe político para tratar "las cosas de república", es decir, los asuntos concernientes al gobierno del pueblo y sus relaciones con el exterior.10  El antecedente más remoto de esta forma de organización política está registrado en Copán, a fines de la época Clásica.11  Más tarde, en el Posclásico, esta novedad política se vuelve una institución común en el área maya. El Popol Vuh y el Memorial de Sololá narran que las principales decisiones adoptadas por los pueblos k’iche’ y kaqchikel, desde el inicio de su migración en el siglo XIII hasta su apogeo en los siglos XV y XVI, fueron decididas en sesiones de Consejo o tomadas en la Casa del Consejo, e informan que ese Consejo estaba integrado por los jefes de los linajes.12 

La mejor prueba de la raigambre de estas instituciones comunitarias es la existencia del libro que llamamos Popol Vuh, Libro del Consejo, cuyo título expresa el espíritu comunitario que animaba a los distintos linajes que conformaron la nación k’iche’. Precisamente un ejemplar del Libro del Consejo de Q’umar ka’aj elaborado en las salas del Popol na de esa capital, fue el modelo para componer el Popol Vuh (Florescano 1999, 206-207). En contraste con los relatos históricos de la época clásica, concentrados en la persona del supremo gobernante, el Popol Vuh narra la historia de la nación k’iche’. Recoge sus orígenes remotos, cuando nació la primera generación de linajes k’iche’, y va hilando la historia de sus infortunios y conquistas. Relata la larga migración que los condujo a las tierras altas de Guatemala y enumera los territorios que recorrieron y los pueblos que fundaron. Cuenta cómo se unieron los linajes y cómo adoptaron la lengua, los dioses, las tradiciones y las instituciones k’iche’. No omite las rupturas internas que los amenazaron, pero festeja sobre todo a los dioses y los caudillos que combatieron esos peligros y fraguaron la unidad k’iche’. Las últimas páginas del libro son un canto al poder y la grandeza alcanzados por el reino k’iche’, un recuento de la energía creativa desplegada por la nación k’iche’ para conquistar su territorio y construir sus palacios, templos y ciudades, hasta convertirse en la capital de esta región de Mesoamérica.

El Popol Vuh puede resumirse en una frase: es la historia del pueblo k’iche’, un relato que narra las vicisitudes que enfrentó un grupo humano para construir una nación. Su personaje central es el ente colectivo llamado nación o reino k’iche’. Al trasladar a sus pinturas la historia, los anhelos y los logros del pueblo k’iche’, el libro se convirtió en la representación de la nación k’iche’. Condensó en sus páginas la esencia de ese pueblo y al mismo tiempo devino el principal transmisor de ese mensaje ante las nuevas generaciones.13  Por esa razón los k’iche’ decían que sus reyes, los primeros lectores de este libro, podían explicar el pasado y adivinar el porvenir:

Grandes señores y hombres prodigiosos eran los reyes portentosos Gucumatz y Cotuná, y los reyes Quicab y Cavizimah. Ellos sabían si se haría la guerra y todo era claro ante sus ojos; veían si habría mortandad o hambre, si habría pleitos. Sabían bien que había donde podían verlo [pues] existía un libro llamado Popol Vuh (Popol Vuh 1961, 155).

Sin embargo, los k’iche’ dicen una y otra vez que la escritura, la luz, como también le llaman, les fue dada en Tulán Suywa, en el oriente, del otro lado del mar. Confiesan que ellos no son los creadores del libro original del Popol Vuh, sino que éste les fue dado por Nakxit, el gobernante de Tulán Suywa. Aquí se impone una aclaración. Es evidente que Nakxit no les pudo dar a los k’iche’ un libro que aún no se había escrito, pues la historia del pueblo k’iche’ apenas había comenzado. Lo que probablemente quieren decir las frases "cuando fueron a recibir al otro lado del mar" las escrituras de Tulán, o "las pinturas, como llamaban a aquello en que ponían sus historias", es que Nakxit les entregó un ejemplar del libro que relataba la historia de Tulán Suywa, es decir, de Chichén Itzá. Dicho de otro modo, Nakxit les otorgó el libro modelo que contenía cifrada la historia de los orígenes, grandeza y sabiduría de Tulán, les dio el arquetipo de los libros dedicados a recoger el pasado de la nación y el modelo para transmitir ese relato a sus herederos. Tal fue el legado de Chichén Itzá a los pueblos mayas de la Península de Yucatán. Este fue el legado que más tarde navegó por los caminos del agua y las rutas de la migración, hasta las tierras altas de Guatemala, donde encarnó en el Popol Vuh, el Memorial de Sololá, el Título de Totonicapán y otros textos que adoptaron el modelo de Tulán para contar la historia de su propia nación

Tollan-Teotihuacán y el modelo original de la historia nacional

Chichén Itzá, a su vez, no fue la cuna del libro que narraba los orígenes de la nación. Como lo muestran los estudios de los epigrafistas, arqueólogos e historiadores que en las últimas décadas reconstruyeron la historia de la época Clásica, los antiguos mayas, zapotecos y teotihuacanos escribieron en glifos y en imágenes los orígenes de sus pueblos y registraron minuciosamente el principio de sus reinos y dinastías. En otra parte he mostrado que esas laboriosas reconstrucciones adoptaron un modelo que codificó los temas principales de la narración, los períodos en que se dividió ésta y los métodos para narrar los acontecimientos.14  De modo que la historia del posclásico que escribieron los mixtecos y zapotecos está basada en el Códice de Viena, un texto del siglo XIII ó XIV, cuyos orígenes se remontan a la época de esplendor de las culturas de Monte Albán y Teotihuacán.

En el área maya volvemos a encontrar la tradición de un texto fundamental del que se derivaron sus distintas narraciones históricas. En 1973 Robert Carmack, el estudioso más persistente de la etnografía de los pueblos de Guatemala, encontró en Totonicapán un verdadero tesoro de antiguos documentos k’iche’. Entre éstos destacan el Título de Totonicapán, el Título de Yax, el Título de Pedro Velázquez y el Título de Cristóbal Ramírez. El análisis y la publicación de estos documentos arrojó nueva luz sobre los orígenes de la memoria k’iche’. Quizá el descubrimiento que más asombró a Carmack fue constatar que estos papeles, escritos a mediados del siglo XVI, estaban basados en el Popol Vuh, el gran libro que compendió los legados culturales del pueblo k’iche’.

Carmack advirtió que uno de los escribas de la versión que conocemos del Popol Vuh, Diego Reynoso, también participó en la hechura del Título de Totonicapán. Comprobó, asimismo, que la genealogía de gobernantes k’iche’ de ambos textos es semejante, aun cuando es más completa en el Título... Y constató que salvo la parte dedicada a la creación del Cosmos del Popol Vuh, los siguientes temas son tratados de modo semejante en ambos documentos (Carmack y Mondloch 1983, 14-16).

Si avanzamos un poco más y comparamos la estructura narrativa y temática del Popol Vuh (cuadro I), con la estructura y el contenido del Título de Totonicapán (cuadro II) y el Título de Yax (cuadro III), advertimos con claridad meridiana que la influencia del primero sobre los segundos fue decisiva.15  Como se advierte en estos cuadros, la composición que organiza el relato del Popol Vuh, el Título de Totonicapán y el Título de Yax es similar. Los tres dividen su narrativa en una triada: primero relatan la creación original del Cosmos, luego la creación de los seres humanos, el sol y los primeros asentamientos de pueblos, y por último exaltan la constitución del reino, la genealogía del linaje gobernante, la ampliación de las fronteras del territorio y el poder alcanzado por el reino k’iché.

Salvo la intrusión en el Título de Totonicapán del relato bíblico de la creación del mundo, el contenido de estos textos proviene de la tradición mesoamericana, que es la dominante y la más profunda. Se trata de una tradición anterior a la época de esplendor del pueblo k’iche’ en el siglo XV, cuando probablemente se compusieron en pinturas y cantos los episodios que narra el Popol Vuh. Carmack sostiene que estos textos reflejan la tradición mexicana que floreció en la época Clásica (300 a 900 d.C.) en Teotihuacán. Es decir, alude a "la tradición cultural tolteca que fue heredada por varios grupos étnicos después de la caída […] de Tula" (Carmack y Mondloch 1983, 16). Se trata, dice, de una tradición que se expandió por distintas regiones de Mesoamérica. Una de sus vertientes, la de la Costa del Golfo, tuvo una influencia decisiva en la historia k’iche’, pues "su manifestación en los altos de Guatemala comenzó en los primeros años del siglo XIII", cuando se inició la construcción de ese reino (Carmack y Mondloch 1983, 17).

Carmack afirma que la principal influencia en el Título de Totonicapán proviene de los toltecas. Dice que "las palabras nahuas de El Título con pocas excepciones son del náhuat", el idioma de la Costa del Golfo. En segundo lugar, sus tradiciones históricas ubican el origen de los fundadores quichés en Tulán, un lugar asociado con sitios de la Costa del Golfo. Tercero, las instituciones "mexicanas" en el Título... —casamiento, ritos, asentamiento de pueblos, militarismo, etcétera—, se asemejan más a lo tolteca que a lo azteca o pipil. Agrega que la mejor prueba de la influencia mexicana en el Título... son las abundantes palabras nauas, sobre todo las que se refieren a la migración desde Tulán, la guerra, las ceremonias religiosas y los símbolos del poder (Carmack y Mondloch 1983, 17-18).

Comparto esa opinión. En otra parte he sostenido que la llamada cultura tolteca es originaria de Teotihuacán y que esta ciudad fue el modelo de las capitales políticas posteriores, la cuna de los cantos y del códice pintado que narraron los orígenes del Cosmos y la crónica del reino, y la primitiva Tollan, de la que derivaron las posteriores: Tollan Cholula, la Tula de Hidalgo, Tulán Zuywá (Chichén Itzá) y Tollan-Tenochtitlán (Florescano 1999, caps. 3-5). Hace poco Karl Taube fortaleció esa tesis; en un estudio dedicado al lenguaje de Teotihuacán propone que éste era el náuat, una variante antigua del náuatl, una tesis que también asume Christian Duverger, y que anteriormente había postulado Wigberto Jiménez Moreno (Taube 2000; Duverger 2000; Jiménez Moreno 1974, 1, 1-12). Como sabemos, los contactos entre Teotihuacán y la cultura maya están datados desde el año 378 d.C., cuando contingentes guerreros de Teotihuacán invaden el reino de Tikal e instalan una dinastía teotihuacana. Más tarde otras invasiones de teotihuacanos y toltecas procedentes de Tula propagan en las tierras altas de Guatemala las tradiciones procedentes de Teotihuacán.16 

Esta vieja tradición teotihuacana está presente en el Popol Vuh y en la mayor parte de los Títulos a través de Chichén Itzá, la metrópoli yucateca que floreció entre los siglos XI y XIII y que para mí es la legendaria Tulán Zuywa de los textos k’iche’ y kaqchikeles, un doble de la Tollan-Teotihuacán primera.

La comprobación de que el Título de Totonicapán y el Título de Yax de los k’iche’ repiten el contenido, la división temática y el propósito esencial del Popol Vuh, es un dato clave para dilucidar su origen. La semejanza y el paralelismo de los tres textos muestra, sin sombra de duda, que los dos Títulos son versiones diferentes del Popol Vuh, o textos derivados de la misma fuente que nutrió al libro que inmortalizó la historia del pueblo k’iche’. Quiero decir que los textos de Totonicapán y de Yax no son Títulos de tierras como lo proclaman sus nombres, sino variantes del relato ancestral que los pueblos de Mesoamérica construyeron para rememorar sus orígenes y preservar su identidad, un relato que probablemente adquirió su forma canónica en Teotihuacán, la Tollan primordial.17 

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NOTAS:

1 Véase la introducción de Adrián Recinos a la edición del Popol Vuh traducida por él (Popol Vuh 1961, 11-12); Tedlock 1996, 56-57.

2 El Título de Totonicapán (Carmack y Mondloch 1983, 181) dice que los jefes k’iche’ marcharon hacia dos rumbos opuestos. "Uno de ellos se fue por donde sale el sol y el otro, por donde se oculta el sol. C’ocaib se fue por donde sale el sol, y C’ok’awib por donde se oculta el sol." Ese último no encontró la deseada Tulán y regresó a Jak’awits, la capital que habían edificado los k’iche’.

3 Además del Popol Vuh, El Título de Totonicapán (Carmack y Mondloch 1983, 166, 181-183); y el Memorial de Sololá (1999, 156-161), narran el episodio del cruce del mar.

4 Popol Vuh 1961, 142; Tedlock 1996, 50-51 y 179-180. Los kaqchikeles narran un episodio semejante. Véase el Memorial de Sololá 1999, 157.

5 Véase, por ejemplo, Thompson 1975, 21-72; y Carmack 1981, 43-74.

6 Trato este tema con amplitud en el libro recientemente publicado por la Editorial Taurus con el título Quetzalcóatl y los mitos fundadores de Mesoamérica, 2004.

7 En estudios anteriores (Florescano 1999, 58-63; 118-128; 2002, cap. II) había propuesto esta tesis, basado en el análisis de los mitos de creación. Recientemente los estudios de Wigberto Jiménez Moreno (1974, 1-12), Karl Taube (2000) y Christian Duverger (2000) confirmaron esas presunciones.

8 En el El Título de Totonicapán, Robert M. Carmack y James L. Mondloch (1983, 17-18) atribuyen estos rasgos a la tradición epitolteca derivada de la Tula de Hidalgo, no de Teotihuacán.

9 Como sabemos, esta identificación se estableció en la Mesa Redonda celebrada en 1941 por la Sociedad Mexicana de Antropología, donde se impuso la tesis de Wigberto Jiménez Moreno, quien afirmó que la famosa Tollan citada por los textos era la Tula de Hidalgo, no Teotihuacán. Véase Jiménez Moreno 1941, 79-84. Presento una refutación detallada de esta tesis en el libro Quetzalcóatl y los mitos fundadores de Mesoamérica (2004).

10 Esta definición del Popol na o Casa del Consejo corresponde a la época colonial. Véase Roys 1943, 59 y 64; y Stomper 2001, 207-208.

11 En Copán, el reino maya de la época Clásica, Bárbara Fash y otros arqueólogos identificaron un edificio de la acrópolis, fechado en 746, como una casa dedicada a celebrar reuniones colectivas de los jefes de linaje en esa capital. Véase Fash et al., 1996, 441-456; y Florescano 2004, 152-157.

12 Numerosos ejemplos. Véase Popol Vuh 1961, 117, 130, 134, 151, 152, 153; Memorial de Sololá 1999, 159, 162.

13 En este sentido el Popol Vuh es también, como dice Robert M. Carmack, "una etnografía del pueblo que habitó el Quiché en el tiempo en que se escribió el libro". Véase Carmack 1983, 43-59.

14 Florescano 1999. Véase también Florescano 2002, caps. I y II.

15 Para hacer esta comparación me apoyé en el análisis estructural que hice antes del Popol Vuh y de otros mitos cosmogónicos mesoamericanos. Véase Florescano 1999, cap. I. Esta tesis coincide con los estudios de Robert D. Bruce (1974 y 1976-1977). En ellos, compara la tradición cosmológica de los lacandones, que él registró a fines de la década de 1960 y en la década de 1970, con el libro del Popol Vuh, y destaca sus semejanzas. El estudio reciente de Didier Boremanse (1986) confirma el estudio comparativo de Bruce. Véase especialmente la parte primera de esta obra.

16 Sobre la invasión teotihuacana en Tikal véanse los estudios de Stuart y Martin antes citados. Sobre las invasiones de gente de habla náuat procedente de Teotihuacán y Tula véase Stephan F. De Borhegy, 1973: 39-41. En este estudio, Borhegy habla de tres penetraciones de gente de habla náuat en las tierras altas de Guatemala. La primera, dice, ocurre entre los 400-500, y la llama migración "Teotihuacan-Pipil", procedente directamente de Teotihuacán. La segunda ocurre en 700-900 y la llama "Tajinized-Teotihuacan-Pipil". Se trata de un grupo guerrero. La tercera ocurre en 1000-1200 y la llama migración "Nonoalca-Pipil-Toltec-Chichimec". Véase también, Geoffrey E. Braswell, 2003: 297-298.

17 Véase mi análisis sobre los Títulos primordiales en Florescano 2002, cap. VI.