Usted está aquí: viernes 17 de junio de 2005 Opinión Con Utrera sigo aprendiendo

Alvaro Alcántara

Con Utrera sigo aprendiendo

Ampliar la imagen Los Utrera FOTO Yahnn Owen

Texto tomado del disco Con Utrera yo aprendí, editado por Urtex Classics. Hoy viernes, a partir de las 19 horas, se realizará el Gran Fandango en homenaje a Esteban Utrera por sus 85 años; donde actuarán Los Parientes, de Playa Vicente, Veracruz; Grupo Balajú, de la ciudad de México, y Los Utrera, de El Hato, Santiago Tuxtla, Veracruz. Este homenaje se efectuará en el ex convento de Culhuacán, avenida Morelos 10 casi esquina con avenida Tláhuac, a una cuadra de Taxqueña y el donativo será de 50 pesos

En el preciso momento en que la luz moribunda de la tarde presagia a la noche y sus misterios, don Esteban Utrera, el famoso guitarrero de Los Tuxtlas, sale de su casa y emprende el camino que lo ha de llevar al fandango en una casa vecina, donde los pespunteos y tangueos de su guitarra convocarán a jaraneros y bailadoras a darle rienda suelta al cuerpo y a la alegría.

Como si se tratase de un personaje de antaño, de los que sólo se conocen por los relatos de otros tiempos, Utrera, luciendo una blanquecina guayabera que sólo resalta la jiribilla de su rostro, se apresta a llegar a la tarima y anuncia con los primeros registros de su instrumento que es hora de comenzar a tocar. Junto con él, sus hijos Tacho y Camerino, y los demás miembros de su clan -Wendy, Martha, José La Cotorra-, lo acompañan para engalanar el fandango que, como es costumbre, se realiza en El Hato, su comunidad, en cada ocasión especial.

Ya llegarán los amigos e invitados de otros pueblos y rancherías, las mujeres acompasarán con su zapateada y mudanzas el ritmo de la fiesta, y los versadores aparecerán con sus tañidos y relaciones; pero para quien ha tenido la suerte de conocer este pequeño feudo de hombres de campo, los Utrera y don Esteban al frente de los jaraneros son infaltables para que la música adquiera esa connotación ritual que conocen muy bien los iniciados en el son jarocho, nombre con el que llaman a la música de cuerdas del sotavento veracruzano, que combinada con el baile o zapateo en una tarima de madera se practica al menos desde hace 300 años.

Los Utrera, como se conoce a esta familia de músicos y bailadores, lo mismo actúan en reconocidos escenarios de todo México y otras partes del mundo, que se dejan caer al cumpleaños de algún amigo o participan en las celebraciones y liturgias de sus vecinos y familiares.

En este ir y venir por los caminos, compartiendo su música, aprendiendo de otros jaraneros, asistiendo a encuentros de son jarocho, la familia Utrera ha logrado imponer un estilo campirano que, en estos tiempos de modernidades y globalidades, resulta cada vez más difícil de escuchar. Don Esteban es riguroso en los fandangos pues, sabedor de la responsabilidad que confiere el ser uno de los viejos músicos del Sotavento, se apresta a inculcar en la chamacada las prescripciones, las sutilezas, los lugares, que cada cual ha de tomar en el fandango para que la fiesta se haga como se debe. Pero también es el primero en compartir con los jóvenes lo mismo un trago de aguardiente, que tocar con el primero que lo provoque y dejarse ir con su música arrecha, son tras son, hasta que los cantos de los gallos anuncien un nuevo amanecer.

Sus hijos y los demás miembros del grupo no se quedan a la zaga. Camerino y Tacho son reconocidos por su voz y por las figuras musicales que hacen salir de sus instrumentos; mientras que Wendy, Martha, Violeta y La Cotorra redondean las posibilidades musicales del grupo, haciendo de sus jaranas y percusiones el sostén necesario para todo buen son. Se suman a este proyecto musical la marímbula de Octavio Rebolledo y la quijada de Alfredo El Godo Herrera para darle tumbao y contrapunto a una vocación musical, ya de por sí rica en polirritmia.

¿Cómo poder registrar en una grabación musical la compleja riqueza del quehacer cotidiano de los Utrera, en el que la música es, en todo caso, la punta del iceberg de un sin fin de actividades cotidianas que en ella encuentran un modo distinto de expresar la monotonía de las jornadas y los aconteceres? Ese es el mayor reto que un grupo tan fuertemente arraigado en la tradición y en los quehaceres propios del campo, tiene al presentarnos un disco como éste (Con Utrera yo aprendí).

Pero aun cuando el galope de los caballos, los relatos que se cuentan al llegar la noche, la ordeña matutina, las zalomas montunas o los temples y tonadas antiguas heredadas de los abuelos que le dan sentido a los sones jarochos pudieran imaginarse un tanto distantes de esta grabación mucho de esta cultura inmaterial de la vida diaria se refleja en el disco, como presagio de una celebración mayor, para convocar al escucha a internarse por los reinos del fandango, en el que Los Utrera tienen arraigados alma, vida y corazón.

En medio del caudal de grabaciones de son jarocho que hoy aparecen en el mercado, la propuesta del grupo tiene el distintivo de apostar por una interpretación fuertemente ligada a la usanza heredada de los abuelos, en donde los arreglos, las peripecias cromáticas y tonales, o los cambios de cadencia en las voces que otras agrupaciones usan como carta de presentación ceden su paso al rasgueo llanero de las jaranas, al tañido a punto de quiebre de las gargantas, a la síncopa de la guitarra o al repicar del zapateo que en la sencillez de su ejecución muestra la complejidad de la música jarocha y las inagotables posibilidades rítmicas a las que apelan soneros como Los Utrera.

Producto de la fusión de aires musicales de Europa, Africa y América, y arraigado en la cotidianeidad de la población del Sotavento veracruzano desde comienzos del siglo XVIII, el son jarocho y los fandangos de tarima han conservado su vigencia hasta el día de hoy en eso de alegrar la vida. En esta festividad, lo nuevo y lo antiguo; lo local y lo global, lo tangible y lo intangible se tocan, se recrean y adquieren nuevas formas de expresión.

Por esa razón, la música de Los Utrera es, sin lugar a dudas, la posibilidad de viajar por un mundo antiguo; como si las imágenes del tiempo se hubiesen trastocado y encontrado en la pequeña ranchería de El Hato su anclaje y su destino. Pero, principalmente, es la posibilidad de recorrer el mundo de la palabra cantada y su neuma, de las solidaridades, de las fiestas inagotables, o del fandanguear nomás, por el gusto de sentirse vivo. Conozcan a don Esteban Utrera y sabrán de qué les hablo... ese famoso guitarrero de Los Tuxtlas que, llegando la noche, sale de su casa y emprende el camino que lo lleva a los fandangos, donde los pespunteos y tangueos de su guitarra convocarán a jaraneros y bailadoras a darle rienda suelta al cuerpo y a la alegría.

 
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