La Jornada Semanal,   domingo 19 de junio  de 2005        núm. 537
 

Hugo Gutiérrez Vega

Kazantzakis y los olvidos

Cuesta trabajo encontrar datos sobre la vida y la obra de Nikos Kazantzakis. Consulté varias enciclopedias, incluyendo la pretendidamente universal Enciclopedia Británica que ni siquiera lo menciona. En las otras me topé con pequeñas entradas escritas por lectores de otras enciclopedias que salían del paso dando unos cuantos datos e ignorando la mayor de las obras del autor cretense, la Odisea. Por fin, un estudioso chileno, Roberto Quiroz, me permitió un conocimiento mayor de la vida y de la obra de uno de los más geniales escritores del siglo XX. La traducción de Castillo Didier de las rapsodias de la Odisea me descubrió la grandeza de la lírica de Kazantzakis. El poema empieza con el regreso a Itaca de Odiseo y sigue navegando por los mares griegos, deteniéndose en las islas de milagrería y jugando con la ruta marcada por el poema homérico. La belleza lírica del poema del cretense es difícil de describir. Muchos años le llevó esta empresa y se pueden observar el cuidado con el que buriló cada verso y el respeto y la admiración por la obra de Homero, poeta mayor entre los mayores.

Kazantzakis nació en Creta en 1885. La isla se encontraba en las manos de la "Gran Puerta" y los enviados del sultán dictaban sus órdenes con una mezcla de crueldad y de astuta tolerancia. En Cristo de nuevo crucificado, nuestro autor retrata con precisión la vida en una aldea gobernada por un hedonista "Agá" que impartía justicia (dictaba los perdones. Los castigos se los dejaba a sus colaboradores locales) rodeado de sus mujeres y de sus predilecto "Yusufaki" quien, como un gato refectolero, se acurrucaba a los pies de su señor y amante.

Kazantzakis, interesado en el estudio de la filosofía, se va muy joven de su isla y radica y estudia en varias ciudades europeas. Los primeros textos que publica denotan una madurez apoyada en lo que sólo podemos definir como genialidad. Se trata de comentarios y estudios sobre la filosofía europea. En ellos están presentes sus admiraciones por Erasmo de Rotterdam y por Nietszche.

En la larga estancia lejos de su isla (a la que regresa cuando le es posible y que lleva sobre los hombros como Kavafis cargaba a su Alejandría), escribe sin cesar y su trabajo abarca todos los géneros: los más de treinta mil versos de su Odisea, novelas como El teniente Mijail, Pasión griega, Libertad o muerte, La última tentación de Cristo y Alexis Zorba. Escribió además dramas como Nicéforo, Focas, Cristo, Ulises, Cristóbal Colón, Kapodistria y Melisa; un magnífico estudio sobre San Francisco de Asís, su Informe al Greco y el Viaje a Morea. Fue corresponsal en la Guerra civil española, director de traducciones clásicas de la UNESCO y tradujo al griego demótico a Shakespeare, Goethe, Dante y algunos escritores rusos. Para todo se daba tiempo y su curiosidad abarcaba todos los aspectos del mundo, la vida, la muerte, el arte y la literatura. Su humanismo militante hizo que le dieran el Premio Internacional de la Paz en 1956. Murió en Friburgo de Brisgobia en 1957.

Me contaba Francisco Torres Córdova, escritor que ha dedicado gran parte de su vida al estudio de la literatura neohelénica, que buscó en un buen número de librerías atenienses la edición de la Odisea. En ninguna la encontró y tuvo que pedir los buenos oficios de un amigo para que se la fotocopiara. ¿A qué se deben tanto silencio y tanto descuido respecto a la obra fundamental de Kazantzakis? Hay una serie de posibles explicaciones: para las editoras comerciales la poesía, salvo contadísimas excepciones, es un pésimo negocio. Por esta razón se han limitado a publicar los libros de éxito seguro, Alexis Zorba, Cristo de nuevo crucificado y La última tentación... Las tres se convirtieron en bestsellers gracias a las películas que en ellos se basaron: Zorba el griego (que incluye musical en Broadway y Londres), El que debe morir, apreciable filme francés y La última tentación de Cristo, magnífica cinta que produjo grandes escándalos y fue objeto de fuertes censuras (en México estuvo prohibida por muchos años). La comercialización ha llegado a extremos tales que una editora griega tituló su libro de bolsillo con el nombre de la película y no el de la novela. Me refiero a Zorba el griego, por supuesto. No me molesta en lo absoluto que estas obras de Kazantzakis hayan sido popularizadas por el cine, pues se trata de excelentes novelas. Lo que me duele es que la obra fundamental de nuestro autor sea tan poco conocida en el mundo y en su misma patria.

Hemos especulado mucho sobre estos olvidos tan espesos y sistemáticos y hemos encontrado algunas explicaciones aparte de la ocupada por el tema de la comercialización. En la vida de Kazantzakis, tan llena de viajes y de intensidades espirituales, muchas cosas pasaron: en una etapa simpatizó con el comunismo, más tarde se afilió a grupos masónicos y a movimientos esotéricos (con su amigo, el poeta Ángelos Sikelianós, celebraba ceremonias esotéricas y ritos relacionados con el ideal délfico). La última tentación..., novela en la que se llega a los más recónditos aspectos de la persona humana de Cristo y obra profundamente religiosa, produjo la excomunión de la Iglesia ortodoxa griega. A este castigo se unieron la Iglesia católica y otras iglesias cristianas. Ninguna de ellas tenía los instrumentos mentales y la limpieza de ánimo necesarios para comprender la profundidad del texto de Kazantzakis, admirador de Cristo, Buda y Don Quijote.

Escritor múltiple, humanista sin miedo y sin tacha, cretense hasta el fondo de su alma, Kazantzakis no ocupa todavía el lugar que merece en la historia de la literatura universal. No creo que esto le importe demasiado allá donde se encuentre. La joya de su corona literaria, la Odisea, sigue brillando intensamente y es, sin la menor duda, un momento esencial de la lírica del siglo XX.