Usted está aquí: jueves 23 de junio de 2005 Opinión Volver a Santa Rosalía

Olga Harmony

Volver a Santa Rosalía

Ya en diferentes ocasiones (en mi nota en este espacio, en la introducción de la edición que hizo El Milagro en 1993) me he referido a Contrabando de Víctor Hugo Rascón Banda, uno de los textos más entrañables del dramaturgo. Volverla a ver -en estos momentos en que la crudelísima guerra del narcotráfico azota como pocas veces grandes partes del territorio nacional- resulta por demás elocuente y sus virtudes se mantienen intactas, está la repercusión que el tráfico de droga tiene en la historia de esas mujeres, dos de ellas inocentes, cuya vida se ha visto alterada aunque en el caso de Jacinta y Damiana desconozcan la mariguana, en una de las escenas clave en que las dos ven con curiosidad el puñado de semillas. Se pone de relieve la ambigüedad de El escritor, que igual puede ser un agente, y se dan los grados de culpa y de horror de los personajes, hasta llegar a la aceptación de Jacinta, lo que muy bien puede ser la historia de los pobladores del lugar que ya se han adaptado a ver su pueblo lleno de antenas parabólicas como signo de progreso. Al mismo tiempo, hay que destacar la construcción del texto, con esos largos monólogos -lo que Rascón Banda empleará también en obras posteriores- y los coros que resultan tanto de los corridos que se escuchan afuera de la presidencia municipal y las voces del radioteléfono que opera Conrada.

Ir a Acapulco para verla en la dirección de Mauricio Jiménez es una empresa que en principio puede parecer desconcertante. Pero sólo en principio. Al Acapulco de las playas, los contrastes entre veraneantes y paupérrima población, la frivolidad en que siempre pensamos desde las lejanas épocas de Miguel Alemán, se opone un pequeño grupo de artistas que intentan dignificar su tarea. El director de Cultura Municipal, José Dimayuga, es un intelectual con estudios de filosofía en la UNAM y de dramaturgia en el taller de Hugo Argüelles (regresé a México con un pequeño volumen, editado por Pretextos, que contiene dos comedias suyas, La última pasión de Antonio Garbo y Las órdenes del corazón, obsequio del autor), que intenta reforzar la cultura artística de ese lugar a la que parece ser ajena, tan lejos del centro y de cualquier apoyo federal, atrayendo a diversos artistas a dar cursos y conferencias, lo que se debe apoyar desde todas las trincheras. Es muy esperanzador que el teatro se esté revitalizando, en sitios en que parece una incongruencia, así esos esfuerzos no sean conocidos por el resto del país.

Un atractivo más, amén del texto, es ver una dirección en teatro realista del talentoso Mauricio Jiménez, quien dictó un curso de dos meses y después un taller que culminó con esta escenificación que propone la acción, no ya en Santa Rosalía, sino en Tlacotepetl, porque el narco también ha cobrado cada vez mayor presencia en la sierra guerrerense, y para que tenga mayor eco en el público acapulqueño, que asiste con entrada libre, así como se cambian otros lugares en el relato de Jacinta. En el Centro Cultural Casona de Juárez, un espacio ideal para reproducir la presidencia municipal que pide el texto, incluyendo la puerta que da al despacho del alcalde que deja ver una bandera, con escenografía de la Compañía Municipal de Teatro, a base de muebles de madera, iluminación de Arturo Nava y un minucioso vestuario de Teresa Alvarado, se desenvuelve la acción, con fino trazo -el final respeta la propuesta del autor, aunque dejando que la grabación con voz de Damiana repita incansablemente ''el contrabando y la traición son cosas incompatibles''- y mucho hincapié en la dirección de actores. Tres actrices y un actor locales dan vida de manera excelente a los personajes ideados por Rascón Banda, matizando sus parlamentos y, sobre todo, reaccionando a lo que escuchan. Malena Steiner, de fuerte presencia y gran capacidad actoral, por momentos nos hace pensar que estamos viendo, no al personaje, sino a Damiana misma contando su terrible historia. Nohelia Agüero, como una Conrada sufriente, pero también corroída por la culpa que se conduele, así sea retadora, con la desgracia de Damiana. Norma de Anda encarna a una Jacinta sensual y al mismo tiempo ingenua, que no depone su coquetería -hay que ver las miradas de reojo que dirige al escritor- y Yolohtli Vázquez, en su difícil papel de escucha atento, casi sin intervenir, con las extrañas acciones que prestan ambigüedad al personaje. En suma, asistir a este montaje es una experiencia muy gratificante.

 
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