Para Franklin Rosemont Como la tumba abierta que irradia un risueño colinabo Al otro lado del lago del ser el viento fuma flamas tubulares no ahora
Hay un viento que tortura a los murciélagos Miro hacia atrás por la hoja de mi doble Puedo verte desde los cascos navegando en la playa bordeada de cemento, indicándome el arco caído de un cometa que colma el río de un halcón, un encuentro inaudito sumergiendo los faroles. Un vencedor emboscado en su pirámide voladora, ocre es la ventana del espejo salutífero... y un estruendo de puertas elude a un león, por aquí y por allá, señalando displicentemente damas fugaces a punto de desvanecerse en el escudo de armas de la lluvia, donde los deseos civilizados emplumados con inanidades anti-cefálicas ruegan a sus invitados que se prendan. Nada menos que una chava pulida ametralla la sucia luz de los predicadores que se hunden en los muelles liberados por una mujer y por el agua, peinando un vestido vítreo de donde caen zorras-en-mano y una guacamaya cuyo pico se suaviza hasta volverse su propio sello de poesía líquida. Versiones de Alberto Blanco |