Usted está aquí: miércoles 6 de julio de 2005 Opinión El PAN y su achicado destino

Luis Linares Zapata

El PAN y su achicado destino

Hoy, y para el mañana con predictiva seguridad, la cuesta para el PAN será pronunciada pendiente. La remontó hace ya muchos años, cuando los votos le caían a montones por ser leal oposición a la férrea hegemonía priísta. Su mérito no se derivó de la defensa de los desposeídos, de los humillados, de una atractiva propuesta de nación, sino por el aguante ante los embates del autoritarismo.

El PAN se benefició de los constantes y crecientes atropellos priístas a cada vez más nutridos sectores de la sociedad, misma que, ofendida, buscó salidas a sus tribulaciones. Los panistas fueron vistos entonces por la ciudadanía como la opción democrática: los buenos, los intocados por la corrupción que inundaba los muchos palacios de mal gobierno del país. De esta manera quedó fijado, en el imaginario colectivo, como el partido de la gente decente, de las conciencias tranquilas, de los que luchan por el bien común y a los que respaldaba la Iglesia católica, la que presume de representar a la aplastante mayoría de mexicanos, aunque cada vez se alejen más de sus prédicas conservadoras.

De pronto, y sin la estructura suficiente que le diera soporte, el PAN se hizo de la Presidencia de la República. Un candidato venido de Guanajuato se le encaramó a su apretujada y rala dirigencia imponiendo un liderazgo que, todavía, muchos de ellos reclaman y hasta combaten. No pudieron los panistas a lo largo de toda esa época dorada de oportunidades abiertas por las urnas estatales y municipales, preparar los cuadros suficientes para el asalto al poder total. Fox, en su fantasioso arrebato por cambiarlo todo, también los dejó a la vera de las posiciones de mando que les hubieran dado el tamiz y la experiencia de gobierno. Atiborró las secretarías de Estado con gerentes de baja estofa. Las incorporaciones hechas con militantes o prospectos de la cantera blanquiazul fueron marginales.

La retórica empresarial, tan de boga en el interior del neopanismo, resultó fatídica a los militantes tradicionales por varias razones. Una, porque al estar rellena de un voluntarismo rayano en la tontería, los temas y métodos con los que pretendían introducir la innovación destemplaron los rígidos protocolos de los abogados panistas, acostumbrados a ser oposición. Y la otra porque, al pretender aplicar las presumidas rutas gerenciales en el complicado y hasta perverso mundo público, se evidenciaron cortedades ciertas para responder a los enormes retos de un país con arraigadas limitantes, problemas y conflictos.

Los endebles soportes argumentativos que se entronizaron desde y en Los Pinos y las secretarías subordinadas, muchas veces calcados de predicadores de un evangelio seudoeficientista, cercanos a los merolicos del deber ser, causaron enorme desbarajuste gubernamental. Los oficiantes de métodos para conocerse a sí mismo, de palabrería facilona que incitan a triunfar sin ninguna otra consecuencia, previsión o finalidad, han sido la constante. La minitécnica que pretende dibujar esquemas mentales para explicar mentes e intenciones de sus rivales o enemigos, la que promete el éxito instantáneo, la bonanza al alcance del puño ambicioso y decidido, se hizo práctica dominante. Ese quehacer que apunta, desde lo inalterable de una razón superior, hacia la única ruta para la salvación cristiana que santificará toda acción posterior, cualquiera que ésta sea, ha preñado la toma de decisiones y determina los perfiles de los prospectos para cargos públicos vacantes.

Así las cosas, la parálisis fue el sello del mando. Los tropiezos se sucedieron en fila interminable hasta oír, hace unos días, al improvisado canciller alegar, a cuatro años de distancia, que no tiene un modelo claro a seguir. O a un secretario que despacha en Bucareli y busca un negociador con el Congreso, de ser posible con formación priísta.

Los dislates menudearon sin que el panismo inteligente, que lo hay, pudiera enderezar el rumbo, corregir la acción dispersa, torpemente concebida. El desprestigio no se hizo esperar. La ineficacia se volvió realidad cotidiana. La mentira y el engaño se vieron como salida airosa, tal como mostraron PAN, gobierno federal y simulados acompañantes circunstanciales en esa fiesta tonta, desairada y vanidosa para celebrar la democracia, justo en vísperas de la que sería, para los panistas al menos, una atronadora debacle. Ahí se vio, a las claras, un gobierno y su partido con el destino achicado, dándose vocinglera cita en una rotonda que ninguna cantante pudo alborotar.

Las consecuencias cristalizaron, por ahora, en las urnas del estado de México y Nayarit como llama abrasadora. De similar manera a lo que se ha visto desde las elecciones federales de 2003 y en las siguientes estatales de 2004 y 2005, la tendencia a la derrota parece el sino inescapable del PAN.

Son muchos los factores que los llevan de la mano hacia la catástrofe sin que atisben cómo pueden enderezar el camino. No quisieron hacer un corte de caja hace dos años, cuando ya lo necesitaban con urgencia. Despreciaron las señales, ningunearon los tropiezos, se enredaron en la retórica del Ejecutivo y hasta eligieron una dirigencia para el pleito con el PRD, para combatir a un López Obrador que se les adelanta sin piedad ni pausa. No vieron a un PRI rozagante que los rebasa por la derecha, por el centro, por todos lados. Ahora, la cirugía requerida es mayor, total, dolorosa en extremo y, lo peor, solicita de talento e imaginación política, cualidades que no aparecen por ningún rincón o llanura panista.

 
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