Ojarasca 99  julio 2005

Qué tiempos aquellos cuando los indios no existían, o existían nomás tantito, y lejos (siendo "lejos" los eriales de la Mixteca guerrerense, lo mismo que los camellones de las avenidas donde mazahuas, totonacas, nahuas u otomíes pasaban como sombras tras los parabrisas de los carros). A fines del siglo XX, México había olvidado que es un país de indígenas, y no sólo eso: la nación americana con mayor población indígena. Cerca de 13 millones, según los datos gubernamentales más recientes.

Un México que despertó, no tan de pronto, en los años ochenta. La conciencia pública lo ignoraba, no así el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, a quién habrá que reconocerle que se percató que los indios andaban en otra frecuencia; trató de salirles al paso con una vehemencia y tal cantidad de dinero que su gobierno creyó resuelto el desafío "por ahora", con lo que iba del "voto verde" y las migajas del Cuarto Artículo Constitucional a las millonadas de Pronasol y el neoindigenismo neoliberal. Tan se confió el salinismo que reformó, sin sobresaltos, el 27 Constitucional y abrió la puerta en la dirección contraria: la destrucción del campo nacional, y con ello, de las culturas indígenas.

A partir de ahí se derrumban todos los cálculos. Los que parecían riachuelos demográficos recobran torrente. Enero de 1994 abre ruta a los Acuerdos de San Andrés y la proclamación de la autonomía y la autodeterminación como demandas nacionales y urgentes. Los movimientos independientes se articulan, acicateados por el levantamiento en Chiapas pero con dinámicas propias, regionales. En lenguas y realidades geográficas diferentes y con una gran pluralidad de modos, encarnan todos la solidaridad comunitaria de sus tradiciones, mucho más igualitarias que las de la sociedad dominante.

Los medios de comunicación han seguido la preferencia estatal por exorcizar y "atacar" la "miseria" y los "rezagos ancestrales". Y vaya que combaten la pobreza (indistinguible de "los pobres" en su discurso). No sólo en Chiapas, las instituciones enfrentan el desafío indígena haciéndole la guerra. Hoy por hoy, la principal tarea de las Fuerzas Armadas no es combatir el delito o guardar las fronteras, sino "contener" a nuestros pueblos.

Fuera de los foros en Ginebra y Nueva York y algunas conferencias internacionales igualmente higiénicas y patrocinables, el movimiento indígena mexicano ha permanecido aislado de sus equivalentes en Guatemala, Panamá y Sudamérica. Tal situación prevalece, pero hay indicios de que ha comenzado una nueva fase. Las luchas de Bolivia, Ecuador, Chile, Argentina, Colombia, México y Guatemala ya no pueden ignorarse mutuamente. Se han dado cuenta ellos, los pueblos; también los aparatos de control de los países, y sobre todo del Imperio Central, que ya "analiza" el alboroto que están armando los indios y les endilga vastos informes de "seguridad" y nuevas etiquetas que los declaran "peligrosos".

El desafío de los pueblos es para todos los gobiernos: los neoliberales (soterradamente o no autoritarios) de México, Colombia, Chile, Guatemala y Perú; las frágiles democracias alternativas en Argentina, Brasil, Panamá y Venezuela, y los Estados en vilo por sus profundas crisis, como Ecuador y Bolivia.

La Sexta declaración de la selva Lacandona del EZLN sintoniza muchas bandas, comenzando por la del periodo de transformación democrática (o no) en que se encuentra México, así como las luchas alternativas del mundo, en particular las de los pueblos de nuestra América.

Los Altos Poderes distraen la atención alertando contra una presunta amenaza de cambios en el mapa físico por causa de los pueblos, cuando el verdadero cambio acontece en el mapa mental, algo que no pueden impedir las fronteras, los cercos militares ni los despojos y desplazamientos programados. Y menos ahora que los pueblos originarios empiezan a vincularse con las luchas campesinas y urbanas de los distintos países, más allá del ya reconquistado espacio vital de su condición indígena.

umbral


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