Usted está aquí: lunes 25 de julio de 2005 Economía Intolerancia

León Bendesky

Intolerancia

Al parecer el asunto pasó rápido por el terreno de lo público. Eso fue lo mejor que pudo haber sucedido, pero seguramente es sólo un receso por conveniencia política. Carlos Abascal debería preguntarse, en estricta consistencia con su pensamiento -que expresa cada vez que puede de manera abierta y enfática y ejerciendo su derecho en una sociedad plural- si debe ser el secretario de Gobernación de este país. Esa consistencia, de existir, le daría la respuesta de modo inmediato: no.

El secretario de Gobernación no comprende lo que es una sociedad y un Estado modernos, el valor irrenunciable que en ellos tiene la responsabilidad intelectual, el papel del conocimiento científico y su compleja relación con la vida de los seres humanos, en términos físicos y en el de las ideas. En cambio ejerce uno de los excesos que proviene de la fe, es decir, la intolerancia y la censura.

Si en el ámbito de lo privado esta postura es indeseable, en el de las cosas públicas es inaceptable. El derecho de Abascal a expresar sus preferencias religiosas y dogmáticas tiene un límite fijado por la distinción que hay entre lo privado y lo público y, en su caso particular, por el compromiso que adquirió al ser un alto funcionario de un gobierno de un Estado constitucionalmente laico. Esa es una barrera que no puede rebasar si es un hombre cabal y, sin embargo, lo intenta cuantas veces ve una oportunidad para hacerlo.

Vivir en un Estado laico impone una serie de responsabilidades políticas, entre ellas la garantía de la libertad de creencias y de los cultos religiosos, sin infringir la libertad de los demás. Esta última restricción es esencial y fue claramente propuesta por John Stuart Mill y elaborada ampliamente por Isaiah Berlin.

Pero no se trata de hacerle llegar una nueva biblioteca. Carlos Abascal no conoce de esta condición y, en cambio, quiere imponer sus propias creencias en espacios en los que actúa como funcionario del gobierno y, por ello, en nombre del Estado. Por lo que se sabe de su pensamiento dogmático quisiera hacerlo en todos los ámbitos, pues se equivocan quienes piensan distinto que él. El asunto citado extensamente de la censura al libro Aura en el colegio al que asistía su hija no es ejemplo menor.

Carlos Abascal exhibió su intolerancia y sus concepciones más íntimas cuando se enfrascó hace unos días en una disputa con el secretario de Salud, Julio Frenk. El motivo se lo dio la incorporación en el cuadro básico de medicamentos de la píldora de anticoncepción de emergencia. Una medida, que es de orden estrictamente sanitaria y adoptada conforme a los criterios normativos -científicos y burocráticos- de esa dependencia, exigió al secretario de Gobernación intervenir en un caso que rebasa su competencia administrativa.

La cuestión del anticonceptivo de emergencia en cuanto a sus características terapéuticas ha sido claramente expuesto por Javier Flores (La Jornada, 5 y 19 de julio de 2005), quien no ha olvidado su contenido político e ideológico y la manera en que se involucró la Suprema Corte de Justicia de la Nación al haber admitido un amparo interpuesto por grupos conservadores que buscan obstaculizar la píldora.

El debate no lo han puesto esos grupos, ni tampoco Carlos Abascal, en el marco de la salud pública, del derecho individual a decidir sobre el propio cuerpo y de las opciones de la existencia de las personas. Vaya, no lo pusieron en el campo de la libertad, sino en el terreno de sus propias preferencias. Exponen así, incluso, sus verdaderas limitaciones respecto de uno de los aspectos más naturales y sanos de la vida, que es la capacidad de placer, incluyendo el placer carnal.

El presidente Fox sabe muy bien quién es el secretario de Gobernación y lo que representa, y lo menos que necesitaba era un nuevo enfrentamiento dentro de su gabinete. Emergió de él y por ahora le ha salido barato. Pero en el camino se ha exhibido también el Partido Acción Nacional o, cuando menos sus actuales dirigentes, que se sumaron irreflexivamente a la posición de Abascal.

No es éste un tema menor en tiempos de campañas electorales. Y sirvió también para ver de qué está hecho el que puede ser su candidato, un muy cuestionado Santiago Creel, quien cuando fue cuestionado sobre el anticonceptivo de emergencia no pudo más que balbucear y decir lo que es ya innecesario: que había que estudiarlo, consultarlo y tomar las decisiones apropiadas. Eso es lo que ya había hecho Frenk y el que quiere ser presidente ya debe saber que no puede quedar bien con Dios y con el diablo.

Sólo dos breves notas para los que creen que detentan la moral de todos los demás. Erasmo propuso: "En lo necesario, unidad; en lo no necesario, pluralismo; y siempre, caridad". Cioran recomendó: "Retirarse indefinidamente en sí mismo, como Dios tras el sexto día. Imitémosle al menos en eso".

 
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