Usted está aquí: lunes 25 de julio de 2005 Opinión El PAN: ¿vuelta a los principios?

Abraham Nuncio

El PAN: ¿vuelta a los principios?

Acción Nacional dejó de ser el partido de la oposición leal -apegado a los principios doctrinarios, didáctico, litigante- en un proceso que abarcó dos décadas: de 1978 a 1997.

En ese proceso, el llamado neopanismo modificó la correlación de fuerzas en el interior del PAN: permitió la hegemonía de los empresarios en detrimento de la militancia tradicional, identificada con los valores y prácticas de la clase media.

A raíz de los conflictos con Luis Echeverría y López Portillo, los empresarios empezaron a tripular al PAN. Para ello favorecieron el desplazamiento de la corriente solidarista que encabezaba Efraín González Morfín. Los miembros de esta corriente señalan a los empresarios de Monterrey como los patrocinadores de los cambios que culminaron en 1978 con el ascenso del grupo acaudillado por José Angel Conchello y Pablo Emilio Madero. Este grupo, que aún conservaba lo esencial del PAN de los orígenes, sería a su vez desplazado una década más tarde. "La fractura no desapareció; se mantuvo latente y se reabrió en 1988, aunque bajo otros nombres, hasta producir la escisión del Foro Democrático y Doctrinario en 1992", apunta Soledad Loaeza (El Partido Acción Nacional: la larga marcha, 1939-1994.)

Figura emblemática del neopanismo fue Manuel J. Clouthier. No era un político, sino un hombre de negocios empujado a la disputa del poder por las circunstancias, por una profunda indignación de clase ante las decisiones entre vindicativas y reivindicativas de los presidentes priístas y por convicciones democráticas fraguadas al calor de la lucha. Lo recuerdo en un mitin celebrado en Monterrey a mediados de los ochentas. Se dirigía a la multitud reunida en la Gran Plaza. Temblaba de pies a cabeza. Parecía que la falta de oficio iba a traicionarlo en cualquier momento. Sin embargo, a medida que los reclamos al régimen salían de su boca, su cuerpo y su actitud adquirieron serenidad y solidez. De él había de aprender, sin duda, el candidato-presidente Vicente Fox.

Quiero imaginar qué hubiera pasado con Clouthier en la Presidencia de la República. Desde luego no las corruptelas, la frivolidad y la demagogia fisiológica que han marcado a la administración de Fox, pero sí la comisión de errores semejantes a los de su pupilo a causa de cierta ingenuidad y extrañamiento frente a los mecanismos y trampas del poder. Fox y la derecha de todos los matices, con la participación de la ciudadanía harta del PRI, se dieron habilidad para conquistarlo; pero no supieron qué hacer con él, según ha confiado a Alvaro Delgado (Proceso, 26/6/05) Luis Eduardo del Sagrado Corazón Paredes Moctezuma, uno de los más antiguos militantes del Yunque.

Los hijos de Manuel J. Clouthier, las mujeres sobre todo, muestran rasgos semejantes a los de su padre. El priísmo involuntario, síndrome de todos los partidos políticos en México, se apoderó del PAN y adquirió en éste una dimensión grotesca por ser el partido en el poder y por ostentarse guardián de la moralidad pública -al grado de jurar sus miembros hace no mucho un Código de Etica partidaria. Tatiana y Rebeca Clouthier no toleraron las maniobras sucias, la riña tan sorda como feroz que se libra en las cúpulas de Acción Nacional y la hipocresía climatizada en sus filas. Tatiana renunció al partido y Rebeca a su puesto de dirigente estatal en Nuevo León.

Un día llegó a mi casa una estudiante del Tecnológico de Monterrey -moderada minifalda amarilla, piel bretona tostada por el sol, actitud de espía desembozada por su transparencia. Era Rebeca. Me había pedido una entrevista para una tarea académica. Creo que se marchó convencida de que nada terrible planeaba yo, como candidato a presidente municipal de Monterrey por el Partido Socialista Unificado de México, y también de que no me había dado cuenta de esa aprendiz de Mata Hari que tuve frente a mí.

Sin que mediaran señales y menos aún evidencias, la renuncia de Rebeca fue, en apariencia, un genuino rayo en cielo sereno. Habló de "una lucha encarnizada por el poder" y concluyó: "Si a mi padre le costó la vida su lucha política -dijo-, yo no la voy a exponer; mi salud, mi vida y mi familia no las voy a poner en riesgo". Sin la denuncia acerca de los autores de cualquier amenaza, inminente o no, y sin otro asidero real que lo encarnizado de la lucha interna, el episodio queda por ahora recluido a la conjetura. El grupo que llegue a la dirección panista en Nuevo León (acaso el que se identifica con la figura de Fernando Canales Clariond) permitirá avanzar otras precisiones. La salida de Rebeca significa, sin más, mayor holgura en el trato con la oposición de derecha para el gobierno priísta en el estado.

Por el momento, lo que puede discernirse es la lógica que se halla tras las primeras deserciones en Acción Nacional. Al enjambre de errores cometidos desde que Fox llegó a la Presidencia se sumaron dos que serán vistos como el punto de inflexión en su caída: el encumbramiento de Manuel Espino, uno de los hombres más destacados del Yunque, al máximo puesto en la dirección nacional de ese partido, y la decisión de eliminar de la contienda presidencial a Andrés Manuel López Obrador por la vía del desafuero.

El poder cohesiona. Si se hubiera consolidado el desafuero del jefe de Gobierno del Distrito Federal, la división en el PAN no sería hoy el espectro que precipita a mayor velocidad su descenso. Ya sólo puede apostar a que ese espectro también empine a sus dos principales adversarios. De no ser así, el despoblamiento de su membresía apenas podrá compararse con el que registró luego de que Manuel Gómez Morín abandonó su presidencia a fines de los cuarentas y los hombres de negocios empezaron a invertir, de manera incontrolable, en el engrandecimiento del PRI.

Es por ello que los políticos panistas a medio camino entre el PAN doctrinario, pero pragmático -herencia, sobre todo, de Adolfo Christlieb Ibarrola- y el PAN que rápido se malacostumbró a la confusión de negocios y ejercicio de la función pública hablan de volver a los principios. Esa vuelta se antoja improbable, salvo que las tribus -también las hay- coincidentes con un liderato como el de Felipe Calderón pudieran desopilar al panismo de su sarro intolerante, burocrático y rapaz. De otra manera, después de recoger la pedacería dejada por la derrota de 2006, Acción Nacional seguiría la senda errática de la secta de derecha ululante o del partido cuyo doctrinarismo lo confinara a una posición testimonial. Habría otro camino: refundarse como el partido demócrata cristiano que en diversas ocasiones se ha negado a ser.

 
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