Usted está aquí: miércoles 27 de julio de 2005 Opinión Norberto Rivera Carrera: balance de 10 años

Bernardo Barranco V.

Norberto Rivera Carrera: balance de 10 años

En un primer examen la gestión del cardenal Norberto Rivera Carrera al frente de la arquidiócesis de México es desfavorable. Como analista, basado en hechos registrados a lo largo de una década, de manera contundente afirmamos: no ha estado a la altura ni de la arquidiócesis ni de sus creyentes.

Justo hace 10 años toma posesión de la arquidiócesis metropolitana, sustituyendo a Ernesto Corripio Ahumada, convirtiéndose en el 34 arzobispo primado de México. Su designación resultó una sorpresa. Había dejado atrás a notables jerarcas, como Javier Lozano Barragán, hoy en el Vaticano; al finado Luis Reinoso, entonces obispo de Cuernavaca, y a Sergio Obeso, querido por buena parte del clero metropolitano. En aquel tiempo la revista Proceso advertía el padrinazgo que ejercieron el entonces todopoderoso Girolamo Prigione y los Legionarios de Cristo, así como de sus medidas disciplinarias contra el seminario donde se impartía la teología de la liberación, y de sus enredos con un sacerdote ecuatoriano en torno a la posesión de empresas agrícolas.

Rivera se presentaba como un obispo conservador moderado que respondía al relevo generacional que Juan Pablo II había emprendido en toda América Latina. Norberto Rivera hereda una arquidiócesis de más de 10 millones de habitantes con 500 insuficientes sacerdotes seculares y mil sacerdotes religiosos. Un plan pastoral que nunca compra, fruto de un sínodo arquidiocesano y una obsoleta administración curial. Había la expectativa de subdividir la arquidiócesis, como se hizo en Sao Paulo y Madrid, para tener mayor presencia con la población. Después de 10 años, poco o casi nada ha logrado al respecto.

Su primer gran escándalo, en 1996, se desenlaza en torno a la disputa por el control de la basílica de Guadalupe, en manos del entonces abad Guillermo Schulenburg, hijo de emigrantes pobres, quien se había enriquecido indebidamente con las limosnas de peregrinos humildes. Rivera, montado en un gran aparato de comunicación, financiado por los Legionarios, gana por nocaut y asume el control, no por mucho tiempo, de la basílica, cuyos cuantiosos ingresos continúan siendo uno de los grandes misterios de la Iglesia mexicana. En octubre de ese mismo año pronuncia una dura homilía, distinguiendo esferas de poder religioso y político, en que toma distancia del agobiado gobierno de Zedillo. Frente a la tensión, recibe el apoyo de casi todos los sectores dirigentes e intelectuales y obligan a la Secretaría de Gobernación a retractarse de la amenaza de apercibimiento. El cardenal Rivera está en la cúspide, es su mejor momento.

Después se deja seducir por el canto de las sirenas. Tiene manifiesta fascinación por el poder. Cabildea intensamente con empresarios, políticos, comunicadores y líderes. Viaja a Roma en aviones privados de Vázquez Raña; seguido se le ve en revistas en actos sociales. De tal suerte que no extrañó verlo en la misa de los funerales de Carlos Hank González, jefe del grupo Atlacomulco, exaltando sus dotes administrativos y dones para generar mayor riqueza. Tampoco sorprende por sus gestiones para apoyar a otro amigo en desgracia: Oscar Espinoza Villarreal, acusado por defraudación de más de 400 millones de pesos. Aquí el cardenal había adquirido un peso social y político descomunales que fue requilibrado con la llegada del nuevo nuncio Justo Mullor, quien fortaleció la colegialidad de la conferencia episcopal y frenó las ambiciones desenfrenadas del grupo del cardenal integrado por Onésimo Cepeda, Marcial Maciel, Emilio Berlié y Prigione: el llamado club de Roma, según expresión de Antonio Roqueñí.

En torno a la cuarta visita papal a México, en 1999, nos encontramos con nuevas desavenencias: el comité organizador recurre a la comercialización tanto de la imagen de la Virgen de Guadalupe como del propio Papa. En el autódromo, don Norberto denunció que el pueblo había sido engañado, pero ya nadie le creía. En cambio, la campaña Las papas del Papa fue contestada agriamente por la sociedad mexicana como un intento de mercantilizar la fe y la figura de símbolos religiosos. El debate adquirió tales proporciones que se acusaba al cardenal de simonía, adjetivo que lo ha venido persiguiendo con el ulterior escándalo del copyright de la Guadalupana y Juan Diego con la empresa Viotran. En términos políticos el año 2000 fue funesto para el cardenal. Primero porque fracasó en su intento por frenar la publicación del documento episcopal Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos, en el cual los obispos saludaban con entusiasmo la alternancia en la Presidencia, porque en esa misma asamblea fue derrotado aplastantemente por Martín Rábago. Y en segundo lugar, porque su grupo cayó en desgracia al apostar por el candidato Francisco Labastida, quien llegó a decirle: "mi cardenal"; incluso influyó en Leonardo Sandri, nuncio recién llegado, para que no recibiera al entonces candidato Vicente Fox. A la postre, con el triunfo foxista, ese error llevó a Sandri a abandonar México de manera prematura.

Sin embargo, cuando el panorama se antojaba complicado con un presidente constitucional "jesuita" venido de la oposición, el cardenal tuvo capacidad de recomponerse gracias a la militancia legionaria de Marta Sahagún y a los buenos oficios de Santiago Creel, a quien este fin de semana se encontró en San Luis Potosí y le dio su bendición. La lista de hechos podría alargarse, pero no podemos pasar por alto el grave encubrimiento de Rivera a favor de Marcial Maciel, ante los señalamientos de abuso sexual y pederastia, así como la ruda presión que ejerció sobre el entonces presbítero Alberto Athié. Aquí paramos, señalando que el cardenal aún tiene por lo menos 11 años más para reivindicar una opción más pastoral que deje huella entre los católicos mexicanos. Menos tentación por el poder, mayor espiritualidad y profundidad teológica requieren que el cardenal vaya más allá de los acostumbrados clichés y lugares comunes de la doctrina católica. Definitivamente, Norberto Rivera sale reprobado en sus primeros 10 años como actor religioso de primer reparto.

 
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