La Jornada Semanal,   domingo 31 de julio  de 2005        núm. 543
 
      A LAPIZ       

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

PESERDOS

H. G. Wells no los sospechó en su Guerra de los mundos, ni los partisanos yugoslavos de la segunda guerra tuvieron tan mortífera ubicuidad a la hora de enfrentar a los invasores nazis, ni quienes crearon aliens, terminators y predators pudieron imaginar criaturas con tal capacidad reproductiva, capaces de tan mortífera agresividad y dotados de un instintivo desprecio por las reglas y los ordenamientos sociales: unas verdaderas máquinas de muerte. ¿Podría imaginarse un espécimen dotado de tan misteriosas capacidades adaptativas como para provocar odio y temor en sus víctimas, las cuales, sin embargo, se acercan a su depredador de manera voluntaria, ingresando sin forzamiento alguno en la mortífera boca, más contagiosa que la del Monstruo de Gila, para vivir una temporada en su vientre antes de ser regurgitados, como si se tratara de la ballena que engulló a san Brandán?

Algunos autores se han sentido confundidos ante la presencia de los peserdos, pues el edificio blindado que les es característico, a la manera de armadillos metálicos, haría pensar que son, en sí mismos, grandes seres con un cerebrillo ubicado a la altura del ojo izquierdo; otros investigadores, más perspicaces, siguiendo la tradición mesoamericana, han tendido a confundir al ser que habita dentro del peserdo —¿tal vez un cisticerco, considerado el lugar que ocupa dentro de la bestia metálica?— con una especie de ser dual o centauro, pues así veían los nahuas a la asociación jinete-caballo durante la Conquista; para los demás, el monstruo rodante es nada sin el sujeto que lo conduce, de manera que se adjudica a éste la responsabilidad del terror y la destrucción causadas por el bicho, lo cual ha provocado que la palabra peserdo haya terminado por designar, indistintamente, a la máquina acorazada y a su inseparable habitante.

Quienes pueden hablar de eso, o recordarlo, mencionan la aparición de los peserdos en la Ciudad de México hacia finales de los años cincuenta: "eran pocos", dicen, "y tenían una apariencia semejante a la de un automóvil común". Entre los años setenta y ochenta, éstos sufrieron una mutación: se volvieron más grandes y adquirieron el sobrenombre de "combis", pero todavía eran vulnerables frente a los sistemas defensivos de quienes los padecían en las calles. Entre los ochenta y los noventa, al romper su último capullo para volverse más grandes y aterradores, combinaron la sagaz movilidad de la combi con el tonelaje. El método deductivo permite suponer que los objetos de su depredación son las especies llamadas los "otros conductores", los "peatones" y los "pasajeros", contra quienes dirigen peso, velocidad y movimientos bruscos e inesperados (hay quienes afirman que en las pesadillas de Georgie Bush no aparecen las palabras Irak, ni Saddam, sino peserdo: ve hordas organizadas romper la muralla construida entre México y Estados Unidos, ve cómo toman calles y carreteras estadunidenses, ve cómo llegan hasta la Casa Blanca sin que el ejército pueda hacer nada contra ellos).

El origen de su nombre no ha quedado exento de conjeturas: las fuentes consultadas indican que la palabra se relaciona con "peso", la moneda de cuño corriente en México, pero también con el sustantivo relativo a los sistemas de medición de la masa; la primera conjetura parece ser la más certera, pues los peserdos se alimentaron, desde el principio, con las monedas de un peso cobradas a los seres a quienes engullían. Ahora bien, la voz híbrida peserdo no elude la de cerdo, que designa a un animal con presencia insoslayable en México y, simbólicamente, se asocia con la suciedad física y moral; sus sinónimos filtrados en el lenguaje corriente, como "cochino" y "marrano", impiden suponer que el uso de cualquier palabra de ese campo semántico tenga un valor ponderativo, como sería el caso del significado final de peserdo: el "cerdo que come pesos".

Al margen de que casi todos los políticos, banqueros y empresarios mexicanos pudieran ser llamados "peserdos", lo cierto es que su comportamiento depredador se debe menos a la compulsión por atropellar personas que por la de quedarse con los pesos que éstas traen consigo. Vale la pena una última nota de índole general: algunos creen que el peserdo sólo es de naturaleza urbana y endémico de la Ciudad de México; basta con salir a otras ciudades del país y también ahí se le encontrará, pululante e igual de violento, incluso ya se le comienza a ver en circulación por las carreteras vecinales.

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