La Jornada Semanal,   domingo 31 de julio  de 2005        núm. 543


E S A Y O

DESPUÉS DEL HELADO SILENCIO EN LOS JARDINES
 

CARLOS OLIVA MENDOZA

Luz María Sepúlveda,
La utopía de los seres posthumanos,
Conaculta/ Universidad Autónoma,
México, 2004.

En uno de los libros más importantes del pensamiento occidental, de hecho en el libro central sobre la naturaleza del amor, Platón escenifica, desde diversas perspectivas, el problema de la corporalidad. Es en aquel deslumbrante texto, El banquete, donde Pausanias hace una pequeña descripción social de la cultura que rodea al cuerpo y muestra el proceso de decadencia en que empieza a caer la cultura griega. Pausanias se queja, con el consenso de los oyentes, de que los jóvenes atenienses cada vez copien más las modas de otras ciudades griegas y, en especial, aquella postura vanguardista de que algunos mancebos consideren su cuerpo como algo propio y no como un bien común. El resultado de tal actitud, nos dice Pausanias, es que se empiece a perder una de las conductas más importantes de la comunidad: la pederastia. Así, después de que el poeta señala en qué momento los jóvenes tienen las características físicas deseables para ser inaugurados en las artes del amor, le parece inconcebible que en otras ciudades y en Atenas algunos helenos, como por ejemplo, el bello Fedro lo ejemplifica en otro Diálogo, ofrenden su cuerpo al que ellos consideran el mejor hombre y no al que la comunidad ya ha consagrado, con independencia de sus características físicas.

El problema que está planteando Platón, a través de Pausanias, es el de la descorporalización de la comunidad, a partir de un invento que Sócrates ya percibía: la creación del sujeto o, como dirán los modernos, del individuo. ¡Qué cosa más absurda puede haber que considerar al cuerpo como algo propio y no como algo comunitario!, parecen plantearse algunos pensadores griegos, si, en el fondo, todo cuerpo se rige por las características heredadas por el código genético y cultural que se encuentra más allá de cualquier deseo individual. Comer, defecar, desear, amar, temer, airarse, parecen ser vicios y virtudes propias de un género y no de la voluntad particular. Baste una prueba fenomenológica de lo anterior: nadie es más ajeno a nuestro cuerpo que nosotros mismos. Siempre al vernos reflejados, porque difícilmente podemos acceder a ver nuestros propios cuerpos, hay un sentimiento de extrañeza y de ajenidad. Por esto mismo es que se valora de forma radical la existencia del amante y se le ofrece el rostro, la espalda o los órganos erógenos; porque son las partes que nosotros no podemos mirar, si no es de forma indirecta. Todo esto se encuentra en el fondo del problema de la corporalidad y de la relación con nuestro cuerpo. Y toda teoría moderna, premoderna o postmoderna que quiera lidiar con tales temas tendrá que vérselas con esa temática heredada.

Es en este contexto de larga duración en el que debe insertarse el debate de la corporalidad en los siglos XX y XXI y, especialmente, el debate sobre el uso de la tecnología en el cuerpo humano. De esto trata el texto de Luz María Sepúlveda: La utopía de los seres posthumanos, que mereció el Premio Nacional de Ensayo José Vasconcelos en 2004.

En el epílogo a su libro, la doctora Sepúlveda resume lo que se propuso: "El presente ensayo expone algunas de las consecuencias directas que surgen como efecto del intrépido avance de las nuevas tecnologías en la era actual. Si todavía nos encontramos bastante lejos de perder la totalidad de la materia corporal que nos conforma, es evidente que día a día se nos presenta nuestra propia carne como una capa superflua de la cual podemos desprendernos." Tales consecuencias son exploradas en el terreno de la comunicación, del arte y la literatura y de diversas teorías políticas y filosóficas que subyacen al problema de plantear una era post-humanista.

La autora del texto dibuja, de manera precisa, las nuevas estructuras de comprensión del mundo, donde la técnica ocupa cada vez más un papel preponderante y se esboza una deforme y frívola transición. Esto puede verse, de forma excelsa, en el arte. Dice Luz María Sepúlveda: "Poco a poco, y cada vez con más frecuencia, se acepta la alianza entre la tecnología y lo artístico. La unión entre estos dos campos antes segregados uno del otro en cuestiones ideológicas, mas no pragmáticas, marca una nueva versión en la que es válida la reconstrucción posthumana. La tecnocultura contemporánea hace patente la creciente relación simbiótica entre la estética y la sofisticación tecnológica." Así, se va concretando, de forma perversa, la desaparición del sujeto humano. De la artesanía comunitaria al arte individual, se nos abre el glamoroso túnel del artefacto, donde la obra es guiada, en un alto porcentaje, por la tecnología y sus aplicaciones que trascienden los contextos de enunciación.

Como bien señala la autora de este ensayo contemporáneo de las teorías más vanguardistas: las relaciones que en la era moderna eran de "producción y consumo", se convierten, en la era postmoderna, en relaciones "de comunicación e interpretación". En el fondo de esta tesis postmoderna existe un hecho irrefutable: la materia desaparece del planeta y, al agotarse de facto las materias primas, se gesta un cambio ontológico: el mundo se rige por la vacuidad y arbitrariedad de un éter virtual que no se enraiza en ninguna materia, ni siquiera en el cuerpo individual.

El mismo estilo del libro parece surgir de la falta de densidad de las disciplinas académicas, agotadas en sí mismas y condenadas a girar sobre sus propios dogmas. Quizá por esta razón la autora haga cruces disciplinarios, salga de los discursos académicos, se apoye en las extremas formas del arte contemporáneo, regido, más que por el latido, por la diversión fetichista y, de pronto, describa rutinas de consumo, de placer y de nueva abulia. En esta misma inercia, ella va construyendo y criticando a un nuevo ser de enunciación, el cyborg, para explorar los viejos conceptos de occidente: "el ser, el otro, la identidad personal, la diferencia sexual y el rostro como huella individual". El cyborg, escribe Sepúlveda, "es un constructo cuyas prótesis le ayudan a superar características meramente humanas y lo convierten en un ser posthumano [...] como figura de identidad posthumana en la actualidad, provee un marco teórico para estudiar estos mismos conceptos ya que está moldeado tecnológicamente de la materia del cuerpo físico y de narrativas culturales".

Sin embargo, esa formación entraña el fracaso de una egología o antropología como las que surgieron en el Renacimiento y la Ilustración. Al no encontrar respuestas a las preguntas sobre el origen del cuerpo, de la vida, de las especies, sobre el estatuto de la muerte, sobre la libertad y la existencia del espíritu en ninguna corporalidad anterior ni propia, esta nueva corporalidad penetrada por la tecnología se vuelve ideal y, a la vez, póstuma. "Con la ayuda de maquinas microscópicas que llevarán a cabo la reparación celular, las personas podrán cambiar sus cuerpos en formas que pueden llegar a la increíble o estrafalario. Esta reparación celular puede llevar al ser humano casi a la inmortalidad."

Curiosamente, la lectura de Luz María Sepúlveda parece seguir regida por la capacidad de sorpresa, uno de los rasgos humanos más fascinantes e indestructibles por su ambivalencia moral. Lo mismo pasa con la mayoría de las autoras y autores que sigue Sepúlveda. Véase, en este sentido, la siguiente cita: "El cyborg, como ser posgenérico, ahuyentará los temores que han acompañado a las mujeres en el curso de los siglos, para estructurar una forma de vida independiente y a la vez complementaria con su paraje sin por ello significar que está en una lucha constante con el sexo opuesto. Los andróginos suplantarán desde la raíz el problema de la diferencia y acunarán un nuevo discurso de igualdad." Como puede observarse, el cyborg, por ahora, parece tener dos funciones. La primera, abrir un nuevo campo utópico, lo cual es un clásico movimiento de la modernidad occidental; por el otro, realizar de forma perversa, como casi siempre ha sucedido, una utopía. No hay mejor ejemplo, por repetitivo que parezca, que la "liberación" de Irak desde el simulador tecnológico que permite el asesinato a una infinita distancia moral y física.

No obstante, el libro de Luz María Sepúlveda no puede ser clasificado como una crítica al "intrépido avance de la tecnología en la era actual", ni como una apología de la misma. Se trata de algo diferente, una especie de paseo erudito y crítico pero, a la vez, destemplado y algo cínico —en el sentido helenista del término— que nos da pie, por ejemplo, a pensar la Tierra baldía de Eliot como un poema del siglo XXII ("Después del helado silencio en los jardines/ después de la agonía en pétreos lugares..."), y a entender que Rilke escribirá en algunos siglos una de sus sentencias más antiguas: "la tecnología es un acto sin imagen"