Usted está aquí: lunes 1 de agosto de 2005 Deportes Triunfan el sello de José Rubén Arroyo y la calidad de los subalternos

Con otra dignísima corrida, concluye la empresa Sarajuana serial en La Florecita

Triunfan el sello de José Rubén Arroyo y la calidad de los subalternos

Detalles de Bejarano

Bien presentados pero deslucidos los toros de Rosas Viejas

LEONARDO PAEZ

Ampliar la imagen Jos�ub�Arroyo o el don de un estilo privilegiado y la capacidad de dividir FOTO Rafael S�hez de Icaza Foto: Rafael S�hez de Icaza

Luego de comprobarse, una vez más, que la fórmula para que la fiesta de toros en México salga de la crisis en que algunos descreídos la han sumido no es otra que invocar la bendición del Supremo e impartirla, sus representantes oficiales, claro, a cada encierro que sea lidiado.

Por ello, no nos queda más que solicitarle al señor obispo de Ecatepec, estado de México, excelentísimo doctor Onésimo Cepeda Silva, que se digne impartir su taurina bendición por lo menos en la Plaza México y principales ferias del país. Seguramente lo demás se nos dará por añadidura.

Sólo así se explica que el sábado pasado en Ecatepec a la dispareja corrida de San Antonio de Triana le hayan cortado la friolera de seis orejas, mientras que ayer, en La Florecita, al bien presentado encierro jalisciense de Rosas Viejas, propiedad de Fernando Topete, no se le haya cortado ni una.

Evidente: faltó la bendición de don Onésimo, posmoderno pastor de almas y de reses, que si no cumple sus promesas de echar toros auténticos, por lo menos contribuye a que se otorguen orejas a tutiplén, en esa línea triunfalista marcada por los directivos del Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje (Cecetla), con sede, hace doce años, en la Mundanal de Insurgentes.

"Vuelve su majestad el toro", rezaban los carteles de las llamadas corridas industriales que la empresa Sarajuana montó en La Florecita los domingos 10, 17 y 24 de julio, en las que se jugaron serios encierros de Felipe González, Joselito Huerta y Castorena, y con los que reiteraron su vocación torera Edgar Bejarano, José Rubén Arroyo, Manolo Lizardo y Javier Escobar El Fraile.

Animada por su taurinismo más que por la discreta respuesta del público -a ver cómo vuelven a meter a la gente a las plazas-, la organización Sarajuana no dudó en ofrecer una cuarta corrida ayer domingo, ahora con bien criadas reses de Rosas Viejas y la comparecencia de Bejarano y Arroyo, que tan grata impresión causaran en sus respectivas actuaciones.

De grana y oro, Edgar recibió primero a Sortilegio, un toro hondo, bello de hechuras pero excesivamente apretado de cuerna, al que veroniqueó con sabor por el derecho y permitió que le dieran un puyazo de más que luego habría de lamentar. Christian Sánchez dejó magnífico cuarteo y Bejarano intentó ligar por ambos lados sin lograrlo, tanto por la falta de fuerza del animal como por acortar Edgar demasiado el terreno a la hora del cite. Luego de estocada, pinchazo y media, salió al tercio.

Con su segundo, Pintadito, otro toro con edad y trapío no con tonelaje de relumbrón, Bejarano quitó por electrizantes gaoneras, tan ceñidas como ligadas, y Christian Sánchez y Gerardo Angelino volvieron a cuadrar con lucimiento. Descompuesto llegó el toro a la muleta y no sin sufrir un achuchón y ser empalado, Edgar tragó en naturales sin pestañear y en estatuarios en los medios. Tras un pinchazo salió de nuevo al tercio.

José Rubén Arroyo, ataviado con un terno zanahoria y bordados en negro, no sólo posee un gran estilo sino además la capacidad de dividir opiniones y enfrentar sentimientos, pero en el país del desperdicio ello no son cualidades suficientes.

Con Dominó, un torazo largo, enmorrillado y reunido de carnes, veroniqueó con sabor y remató con torería, para que luego Juan Franco ejecutara emocionante puyazo, agarrándose bien al palo ante la fuerte embestida. Después... una verónica eterna y una media etérea a cargo de Arroyo, que con la muleta inició con uno de la firma precioso y tres naturales de ensueño ante uno que pegaba tremendos arreones. Luego de dejar entera en lo alto la gente, incrédula, sin salir aún del éxtasis, apenas si demandó la oreja y aplaudió como autómata al singular diestro poblano en la vuelta.

Con el que cerró plaza, Buen amigo, Arroyo no se acomodó y las palmas fueron primero para Juan Franco, que de nuevo picó en lo alto, y después para Gustavo Campos y Gerardo Angelino que cuadraron en la cara dándole todas las ventajas a un astado que esperaba mucho. Ambos fueron sacados al tercio con fuerza.

Lo dicho: Que nuestros inefables empresarios contraten a don Onésimo, quien durante el enchiqueramiento irá salpicando de salvíficas aguas a cada una de las reses, mismas que si no tienen la edad y el trapío, al menos permitirán que se les corten las orejas. Amén.

 
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