Usted está aquí: lunes 1 de agosto de 2005 Opinión FUSILERIAS

FUSILERIAS

Alfredo C. Villeda

Las esquirlas de Londres, el dúo Geldof-Bono y la realidad de Africa

Los cantantes, víctimas de daños colaterales

Adiós al Nobel y a las promesas del Grupo de los 8

Ampliar la imagen FOTO KEVIN CARTER Foto: KEVIN CARTER

EN EL CUMULO de daños colaterales, los atentados del 7-J lanzaron esquirlas al bien trazado plan que Bob Geldof y Bono tejen de tiempo atrás en su búsqueda del Premio Nobel de la Paz.

LOS BOMBAZOS EN LONDRES explotaron en la cara de ambos justo cuando el ex cantante de Boomtown Rats había sentado al primer ministro británico, Tony Blair, frente a una dócil selección juvenil que hacía preguntas a modo sobre la condonación de deuda a países africanos, al término del concierto global organizado para "presionar" en la materia al Grupo de los Ocho (G-8), que reúne a las siete potencias más industrializadas y Rusia.

LAS "RECOMENDACIONES" que Geldof hizo a los músicos invitados a ese megafestejo iban en sentido contrario a uno de los valores históricos del rock: la disidencia. No porque se crea, con ingenuidad, que todos los protagonistas de la industria actual cultiven esa actitud o porque sea obligatorio asumir una postura radical. Pero sugerir a los hacedores del espectáculo que se guardaran sus críticas y se limitaran a ofrecer su arte resultaba por lo menos sospechoso. Fue un acto fallido.

HACE 20 AÑOS GELDOF, bien conocido como Mr. Pink en la película The Wall (Alan Parker 1981), organizó el concierto Live Aid. Resulta ocioso hacer una lista de los recursos recabados y cómo muchos terminaron en manos de dictadores africanos. Porque aun el financiamiento entregado y supuestamente hipervigilado por el Fondo Monetrario Internacional ha ido a arcas de gobernantes de aquel continente sólo por ser amigos de Washington, así sean tiranos, como documenta Mark Huband en su libro Africa después de la guerra fría (Paidós).

LA LISTA DE AGRAVIOS en ese continente se ha ampliado en las dos décadas transcurridas desde aquel imponente concierto que alternó sus sedes en Londres y Filadelfia, con una Madonna de reciente aparición en el mundo de la música, un Phil Collins de éxito rutilante -que lo hizo estar en los dos recitales gracias a los servicios del ya difunto Concorde- y un esperado rencuentro que marcó la nota de aquel julio de 1985: la primera reunión de Jimmy Page, Robert Plant y John Paul Jones (Led Zeppelin) en un escenario después de la muerte del camarada Bonzo Bonham, acaecida en 1981.

EN DOS DECADAS ha tenido lugar el horror de la hambruna en Níger y Etiopía, el genocidio en Ruanda y en Sudán, la guerra civil en Costa de Marfil y la República Democrática del Congo, así como la desaparición de Zaire y la intervención gringa en Somalia; continúan las noticias sobre esclavitud y venta de niños; Kenia y Tanzania no han escapado a la espiral del terrorismo, y qué decir de la pandemia del sida.

NADIE EN SU SANO JUICIO puede pedir que un concierto resuelva los problemas de un continente. Los organizadores y los músicos participantes lo saben. Por eso Geldof está consciente de que reditúan más 30 minutos de charla con Blair o Jacques Chirac que una gran protesta. Y entonces vienen las preguntas: ¿para qué sirven esos espectáculos? ¿Sólo para que estos dirigentes, incluido George W. Bush, aparezcan como paladines de la lucha contra la pobreza en el mundo? ¿Por qué ningún artista puede expresar inconformidad? ¿La obsesión del Nobel?

AHORA, DESPUES del concierto y los buenos propósitos expresados por Blair, además de la gran noticia olímpica para Londres, Al Qaeda fue de nuevo el aguafiestas. La prioridad ahora es la seguridad nacional en toda Europa y Estados Unidos. ¿Quién va a recordar las promesas del premier británico para los países subdesarrollados? Nadie.

POR ESO ESTA VEZ, como hace dos décadas, lo que debiera ser anecdótico se convierte en la nota. Si hace 20 años se reunió Led Zeppelin por primera y única vez, ahora lo hizo Pink Floyd a la luz de 22 años de enemistad entre Roger Waters y David Gilmour. Todo espectador recordará la cita del grupo y ninguno las palabras del G-8 y sus fans que se promueven para el Nobel de la Paz.

EN AFRICA, AL FINAL, persisten imágenes de sangre y hambruna, como la recogida por Kevin Carter en Sudán, donde una niña en huesos intenta proseguir hacia un albergue acechada por un buitre. El fotógrafo ganó el Pulitzer en 1994 por esa instantánea, publicada en el New York Times. Unos meses después se suicidó.

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