Usted está aquí: sábado 6 de agosto de 2005 Opinión Colorantes y sabores artificiales

Leonardo García Tsao

Colorantes y sabores artificiales

Ampliar la imagen Una escena de Charlie y la f�ica de chocolates, de Tim Burton

Para redondear este verano de nuestro descontento, la cartelera capitalina se ha puesto aún peor en las semanas recientes. Síntomas innegables son el hecho de que se estrenaran el mismo día dos churros del inefable Robert Rodríguez, o se exhiban otros dos protagonizados por Penélope Cruz. Además, el llamado Festival de Verano de la UNAM se anticipa en especial pobre, mientras la Cineteca insiste en otros dudosos festivales compuestos por una decena de títulos (tomados de embajadas, la mayoría).

Es el escenario propicio para confirmar la carrera menguante de Tim Burton quien, después de La leyenda del jinete sin cabeza (1999), inició la curva descendente. Charlie y la fábrica de chocolates no permite hablar de un repunte. Como se sabe, ya hubo una anterior adaptación cinematográfica del libro infantil de Roald Dahl, Willy Wonka y su fábrica de chocolates (Mel Stuart, 1971) vuelta objeto de culto por quienes la vieron en su infancia. La versión de Burton no añade nada significativo, fuera de un diseño de producción más elaborado (con una manita de efectos digitales).

En esencia se trata de la misma historia: cinco niños son ganadores del boleto dorado, una promoción de los chocolates Wonka, que les permitirá visitar la misteriosa fábrica que ha permanecido cerrada por años. Sólo uno, el Charlie titular (Freddie Highmore), muestra virtudes morales. Los demás son odiosos: un gordo insaciable -alemán, para más señas-, una niña rica malcriada, otra gringa competitiva y un tecno-nerd, vicioso de la televisión. Cada uno será acompañado por un adulto en su tour por la fábrica, guiados por el dueño mismo, Willy Wonka (Johnny Depp, en su cuarta colaboración con el director), con la estrategia moralista de que los infractores recibirán un castigo acorde con su pecado.

Charlie y la fábrica de chocolates sigue ese proceso con vistosos cambios escenográficos pero ninguna progresión dramática. Cada vez que un niño sucumbe a sus vicios, aparecen los obreros enanos llamados oompa-loompas para celebrar el castigo con un elaborado número musical, cuya coreografía rinde homenaje a Busby Berkeley pasando por Las Vegas y MTV. La actuación de Depp obedece a una similar estrategia camp. Ese Wonka excéntrico, amanerado y de piel pálida, evoca sobre todo a Michael Jackson (La comparación no es gratuita, si tomamos en cuenta que se trata de una visita a un parque de diversiones privado donde los niños corren peligro).

Lo que no se ha respetado del libro -y la primera versión, adaptada por el propio Dahl- es la prueba de honestidad que sólo Charlie pasa, ganándose la confianza de Wonka. En este caso, el protagonista se mantiene bueno y generoso por el sólo hecho de ser pobre, uno supone, y haber sido bien educado por sus padres y dos juegos de abuelos (acostados en la misma cama). Además de un incómodo reforzamiento de estereotipos -acusado en detalles como un par de gays paseando a sus perros- la película remata con ese viejo tópico de la convención hollywoodense, la reconciliación paterna, tan presente en la filmografía de Burton.

Más decepcionante es la ausencia de hallazgos visuales en una película del autor, quien había ofrecido muestras de su inventiva hasta en el penoso remake de El planeta de los simios. Como muchos otros autores fatigados, Burton recurre a lo ya visto. Nuevamente ejerce su conocido gusto por un estilo entre gótico y neo-expresionista, mezclado con el kitsch de los paisajes hechos de dulce y chocolate. No faltan la nieve navideña ni la previsible partitura de Danny Elfman. A falta de inspiración, Burton juega también a las fáciles referencias de cinéfilo con toda una secuencia construida, gratuitamente, sobre la inicial de 2001: odisea del espacio.

De manera involuntaria, la película podría tener una consecuencia positiva en los espectadores infantiles y disuadirlos de comer dulces por semanas. Pues la experiencia de ver Charlie y la fábrica de chocolates es comparable a la de masticar malvaviscos: es fofa, inconsistente, empalagosa y deja un mal sabor de boca.

CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES

(Charlie and the Chocolate Factory)

D: Tim Burton/ G: John August, basado en el libro de Roald Dahl/ F. en C: Philippe Rousselot/ M: Danny Elfman/ Ed: Chris Lebenzon/ I: Johnny Depp, Freddie Highmore, David Kelly, Helena Bonham Carter, Noah Taylor/ P: Warner Bros., Village Roadshow Pictures, The Zanuck Company, Plan B Entertainment. EU, 2005.

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