Usted está aquí: sábado 6 de agosto de 2005 Opinión ¿Puede gobernar la izquierda?

Gustavo Gordillo

¿Puede gobernar la izquierda?

1. ¿Puede gobernar la izquierda o, si quiere, para ampliar el horizonte, pueden gobernar las fuerzas progresistas en la América Latina de hoy? Si buscamos una respuesta contundente no la encontraríamos. Puede gobernar en el sentido de que en varios países ganaron coaliciones políticas que se identifican con la izquierda o con el progresismo. Algunas coaliciones inclusive con un señalado éxito, como es el caso de la Concertación en Chile. Al mismo tiempo, entre ciertos segmentos de la población, de las elites políticas y de los ciudadanos, no deja de existir un grado mayor o menor de decepción y desilusión.

2. Es necesario asumir la naturaleza de las restricciones tanto en el contexto macroeconómico externo cuanto en la misma composición de las coaliciones que han sido triunfantes para responder esa pregunta central con los pies en la tierra. Esto genera al menos tres tipos de reflexiones:

a) ¿Cómo gobernar democráticamente con coaliciones parlamentarias exiguas y con una distribución de la representación política enormemente fragmentada en lo que respecta no sólo a los congresos, sino a los gobiernos locales, a los municipios? Al mismo tiempo, ¿cómo gobernar con partidos políticos débiles y grupos económicos fuertemente entrelazados con el enorme poder de los medios de comunicación cada vez más concentrado?

b) ¿Cómo gobernar en medio de poderes fácticos que envilecen la actividad política al grado que alejan a los ciudadanos de ésta, sea por abstención o por adhesión a las distintas variantes del discurso político que recurre al rechazo de la política misma? ¿Cómo enfrentar esos poderes fácticos que surgen de la delincuencia, del narcotráfico y de la corrupción?

c) ¿Cómo asumir finalmente las restricciones tanto provenientes de la globalización, del peso mismo del sector privado y del mercado, como de la naturaleza misma del poder político en América Latina, sin ser presa del fatalismo o del voluntarismo, de la cínica aceptación del status quo o de las cuentas alegres de promesas electorales irresponsables?

3. Se puede convenir que para la inmensa mayoría de los ciudadanos que votaron por las coaliciones de izquierda en Argentina, Uruguay, Brasil, Chile o Venezuela había una comprensión más o menos intuitiva del horizonte de lo posible. Pero también una idea más o menos alimentada por las promesas electorales o por los discursos de campaña respecto de que las cosas iban a cambiar con la asunción de esos nuevos gobiernos. Hay, por tanto, una crisis de expectativas que se extiende a los países donde sus gobiernos se asumieron fundadores de un nuevo régimen político.

4. La acción del narcotráfico, del terrorismo y de la delincuencia organizada convergen en un contexto en el cual pueden estar en riesgo algunos valores esenciales del pensamiento liberal-democrático. Es inviable ignorar el profundo cambio que esto ha traído en términos de la construcción democrática y el sentido mismo de la política democrática. El informe titulado Un mundo más seguro: la responsabilidad que compartimos, presentado el año pasado por el Grupo de alto nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio al secretario general de Naciones Unidas contiene recomendaciones relacionadas con el tema de la seguridad desde distintas perspectivas. Hoy estas amenazas están interconectadas de una manera sin precedentes y es evidente que ningún Estado por sí mismo puede enfrentarlas exitosamente. Se requiere de la colaboración de todos y de la acción multilateral. El tipo de inseguridad al que se enfrentan los ciudadanos de nuestros países abarca amplia gama de amenazas que van desde incertidumbre por falta de empleo o de redes de protección social hasta amenazas derivadas del crimen organizado o del terrorismo. Los efectos combinados de la inseguridad ciudadana y de la percepción de falta de equidad en las decisiones públicas refuerzan un sentimiento de aislacionismo y huida hacia delante. Hay también, por tanto, crisis del concepto mismo de espacio público.

5. El tema de la ética emerge con fuerza enorme. Muchos ciudadanos, a raíz de escándalos por corrupción que involucran a gobiernos progresistas, se preguntan -más allá de la manipulación política y más acá del cinismo que todo convalida por la vía de los usos y costumbres-, cuál es el sustrato moral mínimo de un gobierno progresista que promete hacer política de "otra manera". Hay, por tanto, también una crisis moral.

6. En la discusión más seria y más estratégica creo percibir dos conjuntos de respuestas que a su vez expresan a distintas fuerzas sociales. Por una parte está quienes consideran que en un gobierno republicano el tema central para sustentar una nueva moral pública pasa por el cambio de reglas, específicamente por la transición del presidencialismo -exacerbado o atenuado, constitucional o metaconstitucional- hacia un semiparlamentarismo que obligue a constituir mayorías parlamentarias para gobernar.

7. Otros insisten en que más allá de las instituciones están los actores y la forma de construcción de las fuerzas sociales. Privilegian el momento cultural y promulgan, por la naturaleza policéntrica del poder en el mundo de hoy, un proceso de acumulación de fuerzas de largo aliento, una estrategia de largo plazo que construya desde abajo la nueva hegemonía.

8. Ambos conjuntos son, para la coyuntura actual en América Latina, contradictorios. Sus estrategias, sus ritmos políticos, sus prioridades programáticas y sus estilos de hacer política son contradictorios. Son un juego de suma-cero. Pero ambas coaliciones son centrales para rescatar a esta región de un proceso creciente y acumulativo de desarticulación social, fragmentación política y retroceso económico.

 
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