Usted está aquí: lunes 8 de agosto de 2005 Deportes Vestirse de luces, ceremonia mística, mágica, esotérica

Ritos del mito /I

Vestirse de luces, ceremonia mística, mágica, esotérica

LUMBRERA CHICO

Para ser torero, lo primero que se necesita es parecerlo, dicen los clásicos y con toda razón. El aspecto de figura de los ruedos se adquiere temprano, con el manierismo que el amor por la fiesta imprime al aficionado desde la infancia. Sin embargo, la vía más directa para adoptar el porte y el garbo de un torero, naturalmente, es la de vestirse de luces. Y ese procedimiento, que mucho tiene de ritual, de ceremonia esotérica, de conjuro mágico es quizá uno de los mitos fascinantes que subyugan a quienes se asoman con ingenuidad a ese submundo.

Si el veneno de la tauromaquia es una droga que se transmite de boca a boca y de generación a generación, los relatos paternos acerca de los usos y costumbres que los toreros famosos tenían para vestirse antes de una corrida ocupan un lugar muy especial en la imaginación del niño que empieza a incubar en su alma el gusanito que lo habitará hasta el fin de sus días, torturándolo muchas veces con las pinzas de la nostalgia y la decepción.

En la remota década de la infancia que le tocó en suerte a las manos que escriben estas líneas, la ciencia médica era terminante: los toreros debían actuar en ayunas por si a causa de un percance debían ser anestesiados antes que les metieran el bisturí. Hoy, la exigencia ya no es tan inflexible por las nuevas técnicas quirúrgicas y terapéuticas, pero en aquel entonces el matador se despertaba muy temprano, bebía un caldo de pollo y una gelatina, cuando más. Luego se echaba a reposar hasta que el mozo de estoques lo despertaba a las dos de la tarde (si pegaba el ojo, claro).

Ya estaba listo su atuendo en la austera habitación, pero el diestro lo primero que hacía era darse un regaderazo. Acto seguido sentábase con la montera bien encajada para que su ayudante le anudara la coleta. Luego, puesto de pie, hundía las piernas en la calzona, especie de malla de bailarín de ballet, sobre la cual estiraba las medias rosadas por encima de las rótulas y entonces se enfundaba la taleguilla, con los tirantes sobre el pecho aún desnudo.

¿Por qué no se abotonaba primero la camisa, como hacemos los mortales antes de ponernos los pantalones? Misterio. Lo cierto es que después de la taleguilla tocaba, ahora sí, el turno de la camisa, del corbatín, de la faja, del chaleco y de la casaquilla, a la que suelen "tronarla" para que gane en flexibilidad y se sienta más cómodo el gladiador guardado en ella. Huelga decir que, en la inmensa mayoría de los casos, antes, durante y después de esta compleja operación, los matadores por lo general asumen actitudes religiosas, tales como comulgar en la mañana, insertarse estampitas de vírgenes y santos en los pliegues ocultos de la ropa de torear, aparte, claro está, de colgarse medallas y escapularios, y encender finalmente, las veladoras que arderán toda la tarde en el altarcito de la habitación del hotel mientras el guerrero está en la batalla. Carlos Arruza pereció en un accidente sobre la carretera a Toluca pocas semanas después de extraviar sus estampitas milagrosas de toda la vida. Suena a conseja de beata pero efectivamente ocurrió así.

 
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