Usted está aquí: lunes 8 de agosto de 2005 Opinión La falta de voluntad y el hambre en el mundo

Editorial

La falta de voluntad y el hambre en el mundo

El combate a la hambruna, uno de los más grandes retos que enfrenta la humanidad, se está perdiendo. De acuerdo con la Organización de Naciones Unidas (ONU), unos 842 millones de personas pasan hambre en el mundo, cifra que, lejos de disminuir, aumenta cada año.

Esta situación resulta paradójica si se considera que las naciones tienen potencial económico para solucionar este problema. Mientras se realizan proezas sorprendentes, como la exploración del espacio, y las inversiones de la industria armamentista crecen significativamente, a diario miles de personas fallecen de hambre o por males relacionados con la desnutrición. Sólo en Africa, continente que tiene continuas crisis alimentarias, unas 25 mil personas perecen cada día.

Si hace 20 años el planeta atestiguaba horrorizado la hambruna en Etiopía, ahora varias naciones más ­incluido otra vez ese país­ enfrentan crisis similares. Esta semana, el foco rojo se trasladó a Níger: la ONU ha advertido que la hambruna amenaza a 800 mil niños, quienes morirán en pocas semanas si no se encuentra una solución rápida. En este sentido, resulta escandaloso lo que ha sucedido con la ayuda humanitaria destinada a ese país.

De acuerdo con el portavoz del Programa Mundial de Alimentos, Simon Pluess, la comunidad internacional tardó mucho tiempo en liberar el dinero necesario para asistir a los habitantes de Níger. Hace dos meses la ONU solicitó un fondo de 16 millones de dólares; sin embargo, como ese dinero nunca llegó, el organismo tuvo que reiterar la solicitud, pero ahora por 81 millones de dólares.

En días recientes se ha incrementado en 150 mil el número de personas que requieren urgentemente alimentos, con lo que el número total se eleva a 2 millones 600 mil. Lo peor es que esta situación se puede extender a más países africanos como Malí, Mauritania y Burkina Faso, si no se les presta ayuda financiera inmediata. El drama se repite en América Latina, donde una tercera parte de los niños se encuentran en estado de desnutrición (unos 17 millones), y en Asia y el Pacífico. Ahí, unos 515 millones de personas padecen hambre crónica.

Mientras, las naciones más poderosas del mundo ­el G-8­ destinan recursos multimillonarios a otras áreas. De acuerdo con datos oficiales, la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) ha requerido una inversión de más de 100 mil millones de dólares.

En este caso, los conocimientos adquiridos con las investigaciones y proyectos previstos para la ISS ­que tarde o temprano podrían traer beneficios a la humanidad en su conjunto­ justifican inversiones de tal magnitud. Pero, ¿qué se puede decir de la industria armamentista? De acuerdo con el informe anual del Instituto Internacional de Investigación para la Paz en Estocolmo, los gastos militares a escala mundial superaron el billón de dólares en 2004, lo que correspondería a un aporte de más de 160 dólares por cada habitante del planeta; sólo Estados Unidos aportó casi la mitad de este monto para invertirlo en su guerra contra el terrorismo.

El estudio estima que la cifra de negocios de las 100 principales empresas de armamentos fue equivalente al producto interno bruto de los 61 países más pobres del mundo.

Las cifras hablan por sí mismas: es inmoral que mientras al mismo tiempo que se gastan cantidades exorbitantes de dinero para crear y construir armas ­y para mantener las guerras donde las prueban, como en Irak­ el hambre sigue siendo un problema que no tiene solución a la vista. Sin duda, en estas crisis alimentarias hay responsables: conflictos armados, convulsiones políticas, las políticas hegemónicas impuestas por las potencias. Es claro que la falta de voluntad es un obstáculo insalvable para combatir eficazmente este flagelo.

 
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