Usted está aquí: lunes 8 de agosto de 2005 Espectáculos Ibrahim Ferrer, la voz ideal para el son, dice el musicólogo Helio Orovio

El cuerpo del intérprete cubano será sepultado la tarde de este lunes

Ibrahim Ferrer, la voz ideal para el son, dice el musicólogo Helio Orovio

Tenía mucho sentido rítmico, además de que su tono era nasal y melodioso, recuerda el experto

Anuncia su representante próxima salida de su último disco, Mi sueño: a bolero songbook

GERARDO ARREOLA CORRESPONSAL

La Habana, 7 de agosto. La tarde de un domingo de agosto cae muy lentamente y con gran pesadez. El calor y la humedad acolchonan el sopor que sigue a la comida del mediodía en una jornada de asueto. Para algunos cubanos, ese trozo de la semana tiene un aire de nostalgia.

Envuelto en ese aire, que también acarrea tristeza, Ibrahim Ferrer llega a la funeraria del céntrico barrio del Vedado, bajo el sol fulminante de las cuatro de la tarde. No como lo hizo aquella mañana que acompañó a Compay Segundo, ni como aquella noche que estuvo ahí mismo, con su sonrisa chimuela, sus brazos cruzados, sus anécdotas y su cachucha, para ver por última vez a Rubén González.

Ahora es él quien reúne a los que, ya por tercera ocasión en dos años, han venido a despedir a esta generación de músicos cubanos que hicieron sonar las campanas de la fama cuando creían estar en la esquina neutral de las jubilaciones.

Ibrahim entra por una puerta lateral del edificio de tres pisos, a un sótano donde será vestido. Sube por el ascensor y se instala en la misma capilla por la que pasaron Compay y Rubén.

El rostro del que se despiden los primeros dolientes tiene los bigotillos y las barbitas que apenas salpican de blanco la piel tostada. Está tocado con una cachucha, blanca igual que el saco, por el que se derrama una camisa morada de cuello alto.

El cuerpo de Ibrahim Ferrer permanecerá hasta este lunes en la funeraria, para dar oportunidad a familiares y amigos de darle el último adiós al músico. Por la tarde se realizará el sepelio.

Producto del son oriental

"Fue un producto del son a la manera oriental", dice el historiador y musicólogo Helio Orovio, cuando La Jornada le pide sus comentarios a la trayectoria de Ferrer. "Específicamente del son que se cultivó en Santiago de Cuba en los años 40. Fue una voz sonera, nasal, melodiosa, con mucho sentido rítmico. Era la voz ideal para el son. Era un sonero de raza, de estirpe sonera".

Paradójicamente, Ibrahim murió sin cumplir el que quizá fuera su sueño musical más importante: grabar un disco de boleros.

Sin embargo, su representante, el brasileño Daniel Florestano, está optimista de que el material de la última gira por Europa y otras impresiones previas, servirán para producir un volumen que llevaría Si te contara, Todavía me queda voz, Perfidia, Copla guajira, Palabras de mujer, Novia mía y una pieza que el propio Ibrahim estaba escribiendo, entre otros números.

En esa gira Ibrahim cantó lo que sería -o será- Mi sueño: a bolero songbook. Florestano apunta que, durante el recorrido, que concluyó la semana pasada, el cantante trabajó con un agrupamiento de 16 músicos en escena, en gran parte locales de cada plaza, aunque siempre con la compañía de Orlando Cachaíto López (contrabajo), Manuel Galbán (guitarra) y Manuel Guajiro Mirabal (trompeta).

Orovio recuerda que Ibrahim cantó boleros con un estilo soneado, como lo hacían Antonio Machín y Vicentico Valdés. "Por naturaleza, al enfrentarse al bolero tradicional, tenía un poco del aire, del tempo, del espíritu del son".

Había un plan para hacer un disco de boleros, recuerda el musicólogo. Una tarde de 1985 tomaban té con ron Ibrahim, Orovio y Roberto Correa, el director del grupo Los Bocucos, donde cantaba Ferrer.

"Voy a hacer un trabajo con Ibrahim, que te va a sorprender", recuerda Helio que le dijo Correa. "Porque va a ser una faceta distinta. Le voy a montar un disco de boleros."

Pero el disco nunca se hizo. Quizás no hubo empresa interesada. Correa murió, Ibrahim se jubiló.

Orovio dice que la filiación rigurosa de Ibrahim en el son le viene de su trayectoria, pero sobre todo del paso por la mejor orquesta de Santiago de Cuba en los años 50, la Chepín-Choven (por sus directores, Electo Rosel, Chepín, y Bernardo Choven). Montones de sus discos llevan la voz de Ferrer como tercer cantante, después de Roberto Nápoles e Isidro Correa.

Pero Ibrahim grabó en primera voz El platanal de Bartolo, son de Chepín que retumbó en todas las sinfonolas del país. "Ahí estaba la vocecita pequeña, bien timbrada, sonera, nasal, muy melodiosa de Ibrahim. Eso fue lo que lo dio a conocer", dice Orovio.

De la jubilación al triunfo

Dice que, ya en La Habana, Ibrahim se unió a Pacho Alonso y sus Bocucos, pero ahí se quedó haciendo coros con Carlos Querol. Cuando Pacho sale del grupo, en los años 70, Ferrer se queda como solista principal. Fue el cantante de la banda (ahora sólo Los Bocucos) en los 70 y los 80, siempre con son oriental. Hizo grabaciones y algunos temas pegaron.

Pero en esa época, recuerda Helio, Ibrahim "nunca fue una figura; era un cantante que nunca tuvo carisma; tenía buena voz, buena afinación, todo mundo sabía que cantaba muy bien, pero era muy estático. No era conocido como Roberto Faz, Orlando Vallejo, Benny Moré o Tito Gómez". Se jubiló en los 90 y limpiaba zapatos para ganarse un dinerito extra. El resto de la historia es más conocida.

Con el proyecto de Afro cuban all stars, Juan de Marco y Ry Cooder buscan a las voces añejas como la de Ferrer, Pío Leyva y Manuel Licea Puntillita. El primer disco del agrupamiento, Buena Vista Social Club, lanza a la fama mundial a Ibrahim. Helio Orovio piensa que, además del disco, el documental homónimo del alemán Wim Wenders fue más decisivo aún en la expansión de este fenómeno de masas, que puso a circular la música tradicional cubana como nunca antes.

"Una Europa cansada, aburrida, frustrada, empieza a ver a unos viejitos vitales, que todavía se entusiasman y se emocionan ante las cosas de la vida, con una música raigal, que traslada al mundo del Caribe de los 40, los 50. Y de pronto estos viejitos son el residuo que queda de esa gran música, del son, el bolero y la guaracha.

"Ibrahim sorpresivamente triunfa y se hace una figura mundial, no con un son, que era su música de toda la vida, sino con un bolero, Dos gardenias, cantándolo en el estilo de Antonio Machín. De pronto, para alegría de él y de nosotros, sus amigos y quienes siempre lo admiramos como cantante sonero, al final de su carrera se convierte en figura."

 
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