Usted está aquí: lunes 8 de agosto de 2005 Opinión APRENDER A MORIR

APRENDER A MORIR

Hernán González G.

Otras pruebas de amor

ESCRIBE MARIA FALCON: Benditos suicidas que tienen el valor y el privilegio de desalojar el planeta a la hora y manera deseadas y, además, de inspirar a gente como Lucía Rivadeneyra tan bellísimos versos. Luego de leer su libro Robo calificado y de releer sus poemas sobre suicidas me quedé conmovida de cómo un tema tan "diabólico" puede ser tratado y expresado con pureza, respeto y poesía.

CON PALABRAS SENCILLAS y justas -añade-, Lucía nos hace sentir, cosa que quisieran y no logran muchos escritores y artistas. Y tanto ella como usted con su columna nos hacen pensar. Así que gracias a ambos, pues sentir y pensar, aunque en teoría de ello seamos capaces todos los seres humanos, en mayor y a veces en menor grado que los animales, son actividades cada vez más en desuso en este pobre país guadalupano e ignorante donde a los ciudadanos se nos empieza a embrutecer desde niños con una dieta balanceada en tele, alimentos chatarra, refrescos y miedos, barata y eficaz técnica para matar neuronas y crear humanoides apendejados que no cuestionan ni se preguntan nada, no porque no lo necesiten sino por limitados.

AUTOMATAS QUE SE tragan toda la porquería, ya sea en forma de comida o de "ideas" que nos avientan papitos, maestros, políticos mediocres, publicidad, precandidatos, locutores y actores de telenovelas. La mayoría de los mexicanos ni siquiera sabe qué quiere decir eutanasia, por lo que cómo se va a preguntar si ésta y el suicidio son o no legítimos derechos de todo ser humano, si no es que un deber moral.

QUE MEJOR PRUEBA de respeto por la vida, por la de uno mismo, la de los otros y la de la tierra que a duras penas nos alimenta -continúa Falcón-, que irnos por voluntad propia de este retacado planeta. Qué mejor prueba de autoestima y de amor por los que nos rodean que irnos cuando ya sólo somos una carga o cuando el sufrimiento se vuelve insoportable, cuando cuerpo y mente, a la edad que sea, no nos sirven para un carajo, cuando ya nomás somos capaces de crear mierda y orines incontinentes.

LASTIMA QUE EN millones de años no hayamos aprendido nada de los animales, de su instinto natural y milenario que mueve a los especimenes viejos o enfermos a separarse de la manada y buscar un lugar tranquilo donde morir en paz, sin estorbar ni hacerla de tos.

ADMIRO LA VALIENTE desesperación de los suicidas, y aunque hay de maneras a maneras de quitarse la vida, unas más sangrientas, otras menos traumáticas para la familia, todas son válidas, sobre todo cuando la sociedad en que vivimos no nos ofrece alternativa. Ojalá un día, como usted dice, aprendamos a morir, sin embargo creo que para lograrlo tendríamos primero que aprender a vivir -concluye María.

NO SE APRENDE a morir un día, sino cada día de nuestra existencia, y más que a través de la muerte de otros, mediante la aceptación vital de nuestra irremediable condición de mortales, sustentada en una actitud ética y estética. Abundaremos al respecto.

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