Usted está aquí: martes 9 de agosto de 2005 Opinión El zapatismo no es una meta, es un camino

Luis Villoro

El zapatismo no es una meta, es un camino

En la primera reunión de las organizaciones políticas de izquierda, Marcos hizo una observación de especial importancia. "El problema del poder no es nuestro problema -dijo-: el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) no lucha por el poder, pero no dice que no hay que luchar por el poder." Porque -añade- hay que "construir o reconstruir otra forma de hacer política; construir desde abajo y por abajo", ésa sería una alternativa de la izquierda en México. Marcos propone entonces "un programa nacional de lucha; una campaña nacional, no electoral".

Como siempre, con imaginación, el zapatismo señala una vía, un camino hacia el poder, pero no tiene como meta el poder por él mismo.

Porque si la meta fuera el poder, el camino se detendría; ya se logró lo que queríamos; no queda nada por lograr. Porque el camino es una vía para construir algo más que la meta. "No hay camino; se hace camino al andar", decía Machado. El camino no es la meta, se construye, se hace al caminar.

El zapatismo hace camino al andar, como al construir las juntas de buen gobierno, ejemplo de lo que puede ser una real democracia comunitaria, como al afirmar el pluralismo en la diversidad, como al defender los derechos indígenas frente al Estado. Luchar por el poder no es una meta, es un camino abierto.

Pero el camino puede obstruirse. Hay un muro que lo detiene. El PRI y el PAN detuvieron el camino al oponerse a la aceptación de los derechos de los pueblos indígenas en el Congreso. Más aún, Madrazo, precandidato a la Presidencia, "alertó sobre la vigencia de los grupos subversivos en Oaxaca, Guerrero y Chiapas", entre los cuales no puede menos que incluir al zapatismo. Con el triunfo del PRI se cierne la mayor amenaza contra el zapatismo en México. Con su victoria se cancelaría la posibilidad misma de quienes esperábamos algo de los acuerdos de San Andrés. Se acabaría la pluralidad del Estado, volverían las formas más dominantes e intolerantes de Estados Unidos. Sobre todo, el triunfo del PRI supondría el regreso a la mendacidad y a la corrupción que triunfaron con él. Sería acabar con la esperanza de un México transformado que anhelaba el zapatismo.

¿Podemos admitir eso? ¿Cuál es la alternativa? La alternativa no puede ser más que caminar de nuevo. Abrir el camino. No obstruirlo.

El apoyo a la candidatura de López Obrador no puede ser para muchos lo ideal de un movimiento de izquierda. No es tampoco -pienso yo- lo que lograría una transformación radical del país, como el proyecto zapatista. Pero su adhesión explícita a los acuerdos de San Andrés, su conciencia de las necesidades de los pobres y los excluidos de nuestra sociedad, que se manifiesta en acciones repetidas, su prevención contra los excesos del neoliberalismo, su lucha contra la desigualdad, por "aminorar la pobreza y la opulencia", como decía Morelos, si no señalan un ideal, marcan un camino. Acabar con la obstrucción del camino es el primer paso para andar.

El zapatismo no es una meta, es un camino. La meta sería la transformación radical del país. Pero las revoluciones hoy ya no son posibles; queriendo el mayor bien, han demostrado ser un mal mayor. Es necesario pasar por la contienda electoral. Ese es un medio, no un fin.

El peligro de no lograr el fin no sería la derrota electoral de López Obrador; sería anular la posibilidad de una democracia participativa, como lucha el zapatismo. Y el zapatismo ha demostrado muchas veces que sabe andar por ese camino.

Porque la sociedad ideal buscada puede fungir como una idea regulativa de la acción política, puede también incluirse en un programa colectivo de acción. Sólo así deja de ser utopía.

 
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