Usted está aquí: martes 9 de agosto de 2005 Opinión Medianoche en Sicilia

Peter Robb

Medianoche en Sicilia

Ampliar la imagen Portada del libro de Peter Robb, con ilustraci�e la autor�de Jos�lberto Ubierna

Cola Pesce siempre estaba jugando en el mar, y un día su madre dijo, exasperada, que ojalá se convirtiera en pez. Casi lo hizo; a partir de entonces se quedaba bajo el agua durante varios días. Cruzaba grandes distancias en el vientre de un pez muy grande, y cuando llegaba a su destino se abría paso hacia el exterior con su cuchillo.

Cuando el rey quiso saber cómo era el fondo del mar, Cola Pesce lo exploró y le dijo al rey que había jardines de coral, que en la arena yacían piedras preciosas, que aquí y allá había pilas de tesoros, armas, esqueletos humanos y barcos hundidos. Bajó a las cuevas que había debajo de Casel dell'Ovo, en Nápoles, y volvió con puñados de joyas. El rey le preguntó cómo flotaba la isla de Sicilia, y Cola Pesce le dijo que se apoyaba en tres enormes columnas, una de las cuales estaba rota.

Un día, el rey quiso saber a cuánta profundidad podía sumergirse Cola Pesce, y le pidió que trajera una bala de cañón que iban a disparar desde el faro de Mesina. Cola Pesce dijo que se zambulliría si ése era el deseo del rey, aunque pensaba que nunca volvería a la superficie. El rey insistió, y Cola Pesce se zambulló tras la bala de cañón, y nadó tan deprisa y bajó a tal profundidad que al final pudo agarrarla. Pero cuando miró hacia arriba, el agua estaba dura, quieta y compacta como el mármol. Vio que se hallaba en un lugar vacío y sin agua donde no podía nadar, y allí se quedó para siempre.

Cola Pesce, o Cola Pez, tiene una larga historia. En Nápoles dicen que este ser mitad hombre mitad pez aparecía en un relieve que perteneció a un templo griego o romano y que se descubrió en el fondo del puerto a finales de la Edad Media. En Sicilia, la figura se remontaba a la época normanda; en el siglo XI alguien escribió la historia después de oírsela contar a quienes habían conocido personalmente a Cola Pesce. Ya proviniera de Mesina, de Palermo o de Nápoles, estaba claro que Cola Pesce pertenecía a esa zona del sur de Italia -calurosa, seca, rodeada de mar, sacudida por los terremotos y las erupciones- que los italianos llaman el Mezzogiorno, ese punto del Mediterráneo en el que Europa ya no es el todo Europa, sino también Africa, Asia y América. El Mezzogiorno es la parte de Italia que está más lejos de Europa y más cerca del resto del mundo.

Cola Pesce se me grabó en la memoria hace muchos años, casi tanto como el poema de Montale sobre los intersticios y las vías de escape de la historia. Ambos coincidían en la imagen de trampa submarina. Y yo tenía a Cola Pesce en la cabeza mientras regresaba a Italia atraído por la curiosidad y el miedo, mientras volvía a Nápoles y subía al barco que hacía el trayecto nocturno a Palermo, mientras me preparaba para zambullirme en el pasado para explorar cosas que una vez había medio visto y medio imaginado, deseando saber pero temiendo quedarme atrapado en un mundo de poder creado por mi imaginación, un mundo espantoso y sin vida. Quería saber lo profundo que era el mar y qué era lo que sostenía a Sicilia. Estaba dispuesto a zambullirme y esperaba volver a la superficie, o al menos encontrar un desgarrón en la red.

***

''¿Fotos? -dijo Letizia Battaglia. Era la tercera vez en veinticuatro horas que yo llevaba la conversación, como quien no quiere la cosa, al tema de las fotos. Esta vez tenía que conseguirlo-; están todas guardadas en cajas -murmuró. Sacarlas es tan fastidioso...'' Seguí insistiendo mientras Pietro conducía el diminuto Fiat entre el tráfico, envuelto en neblina, de una calurosa mañana en Palermo. ''¡Odio mis fotos! -gritó Letizia Battaglia-, ¡son horribles!'' Sus ojos resplandecían de placer.

Una vez, en Sidney, oí hablar de los preparativos para una exposición de la obra de una fotógrafa siciliana. Iba a patrocinarla el Instituto Cultural Italiano. Su director trabaja en un despacho del piso cuarenta y cinco sobre Circular Quay, con doscientos setenta grados de vistas espectaculares sobre el puerto más grande del mundo. Puesto que se trataba de una mujer, y además del Mezzogiorno, y ya había ganado en 1985 el Eugene Smith, un premio muy prestigioso en Nueva York, el instituto estaba encantado con la idea de convertir a Letizia Battaglia en embajadora cultural de Italia. Después, poco antes de la inauguración, los representantes culturales italianos vieron por primera vez algunas de las fotos en blanco y negro, más en negro que en blanco y más en gris que en cualquier otro color, que iban a formar parte de la exposición.

Ventanillas de coche hechas añicos. Figuras rígidas en el asiento de un coche. Ojos que miran sin ver desde cabezas echadas hacia tras. Un hilillo de sangre que mana de la comisura de una boca abierta. Cuerpos boca abajo en un charco de sangre debajo de un muro caído. Pies con zapatos caros asomando de uno de los extremos de una manta echada a toda prisa en la acera, mientras desde el otro extremo fluye un riachuelo de sangre pegajosa. Mujeres que gimen de rodillas. Las piernas y pies de los curiosos rodeando la imagen central. Carabineros con grandes bigotes oscuros, mirando un poco más allá (...)

 
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