Usted está aquí: miércoles 10 de agosto de 2005 Opinión Inteligencia nuclear

Alejandro Nadal

Inteligencia nuclear

Para principios de agosto de 1945 las fuerzas imperiales en Japón estaban aniquiladas. El desembarco estadunidense en las islas principales de ese país podía haberse llevado a cabo sin mayores problemas. Todo había acabado. En noviembre de 1944 los bombarderos B-29 habían terminado de destruir todas las fábricas de aviones, plantas de energía eléctrica, refinerías y los arsenales militares que quedaban.

En febrero y marzo de 1945 la fuerza aérea de Estados Unidos lanzó una oleada de ataques con bombas incendiarias en zonas urbanas, entronques de ferrocarril y centros de transporte terrestre y marítimo. Entre noviembre 1944 y junio 1945 los bombarderos estadunidenses atacaron 60 ciudades, destruyeron 2 millones de casas y mataron unas 800 mil personas. Las reservas de alimentos alcanzaron niveles alarmantemente bajos, y la ingesta de calorías de la población en la isla de Honshu apenas llegó a la mitad del estándar recomendado diariamente. La energía eléctrica se desplomó a menos de 45 por ciento del nivel de 1944, que ya era bajo. Y aproximadamente 30 por ciento de la población civil abandonó sus hogares para refugiarse en las zonas rurales. Sumido en la desesperación, el gobierno en Tokio había ordenado a cada familia tener un plan de evacuación hacia el campo.

La noche del 9 de marzo Tokio fue arrasada con bombas incendiarias. Esa noche soplaba un viento de 50 kilómetros y, al igual que en Hamburgo (1943) y Dresden (un mes antes), los incendios convergentes se convirtieron en una tormenta alimentada por ráfagas de viento inducido de hasta 180 kilómetros por hora. La temperatura alcanzó mil 800 grados centígrados y la tormenta duró cuatro días. Más de 100 mil habitantes de la ciudad habían perecido cuando por fin se disipó el humo.

El 31 de mayo se llevó a cabo una reunión clave del Comité Interino en las oficinas del Departamento de Guerra en Washington. El comité era un organismo ad hoc formado por el presidente Truman para definir el uso de la bomba atómica. El momento culminante de la reunión llegó al abordarse el tema de los posibles blancos en Japón. Todavía no se había detonado la primera bomba en Nuevo México, pero la certeza científica sobre su funcionamiento y capacidad destructiva era un hecho. Así que la tarea era determinar la forma "racional" para su estreno en la guerra.

Al iniciarse la discusión se mencionó que un problema para el uso de la nueva bomba era que no se le podría diferenciar de las campañas de bombardeo convencional que ya había llevaba a cabo la fuerza aérea. Robert Oppenheimer dijo no estar de acuerdo; el efecto visual de un bombardeo atómico, acompañado de un brillo luminoso que se elevaría hasta 20 mil pies de altura, no dejaría duda en el enemigo sobre la efectividad de la nueva arma. Además, continuó, el efecto radioactivo dejaría un círculo con un radio de por lo menos un par de millas desde el lugar de la explosión que liquidaría cualquier forma de vida. Que no surjan dudas, fue el mensaje de Oppenheimer; la bomba funcionará y será terrible.

Después de esta descripción sobre los efectos de la bomba atómica siguió una discusión algo confusa sobre posibles blancos y procedimientos para el primer ataque atómico. El secretario Stimson, en su calidad de presidente del Comité Interino, propuso una conclusión en tres puntos para cerrar el tema. Primero, no habría que dar previo aviso a los japoneses. Segundo, el uso de la bomba no debería "concentrarse sobre un área civil". Tercero, debería dejar una fuerte impresión sobre el mayor número de japoneses posible.

Hubo un acuerdo general sobre estas conclusiones, pero el doctor James Conant, presidente de la Universidad de Harvard, ofreció una sugerencia. En su opinión el blanco más deseable sería "una planta industrial vital que empleara un elevado número de trabajadores y rodeada de cerca por las habitaciones de trabajadores".

A pesar de que él mismo había señalado que no había blancos militares ni económicos importantes, y que no había que usar la bomba sobre "áreas civiles", Stimson estuvo de acuerdo con Conant. Aparentemente, para los miembros del comité las "áreas civiles" no eran lo mismo que los obreros de una planta industrial (independientemente de que Japón ya no tenía ni talleres de mantenimiento). Se cerró el tema y se pasó al siguiente punto relacionado con la viabilidad técnica de llevar varios ataques en rápida sucesión.

En todas las demás reuniones la sugerencia de Conant, que ya tenía el imprimatur de Stimson y del comité, se fue presentando como la única opción para el uso de la bomba atómica. La minuta de todas y cada una de estas reuniones está disponible en www.nuclearfiles.org y en el diario del secretario Stimson.

Esta historia recuerda el desplante del militar Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. "¡Viva la muerte! Muera la inteligencia!" fue su sentencia. En el Comité Interino el mismo planteamiento vino no de los militares, sino de lo más profundo del sistema científico y académico.

 
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