Usted está aquí: miércoles 10 de agosto de 2005 Opinión El alfabeto de Eugenio Montejo

Javier Aranda Luna

El alfabeto de Eugenio Montejo

Dice Eugenio Montejo que la poesía cruza la tierra sola, apoya su voz en el dolor del mundo y nada pide -ni siquiera palabras. Según él, viene de lejos y sin aviso a entregarnos algo: siempre un secreto. Y ese secreto que nos acelera el pulso nos despierta.

Para Montejo el momento posterior a la irrupción de la poesía es un despertar. Un sueño que nos interrumpe el sueño. Palabras cuyo decir es un hacer, palabras que revelan lo oculto. Quizá por eso los verdaderos poetas nunca pasan de moda. Un poeta del siglo VII aC, tal vez nos revele hoy lo nuevo del mundo más que uno de nuestros contemporáneos.

Hace algunos años existían buenos y malos poetas. Su palabra decidía el juicio de los lectores. Hoy la mercadotecnia editorial nos da, con frecuencia, gato por liebre. Pero este fenómeno no sólo es producto de las oficinas de publicidad de cada casa editorial, sino de no escasos redactores de versos más ávidos de fama que de otra cosa. Son visitantes frecuentes de las pasarelas literarias, de los cocteles más que del rigor literario.

Más importante que famoso Eugenio Montejo (Caracas, 1938) pertenece a esa estirpe de escritores que, como el colombiano Darío Jaramillo, su valor es inversamente proporcional a su presencia en los reflectores del circo literario. Más aún: no lo consigna el indispensable The Oxford Companion to Spanish Literature ni varias antologías hispanoamericanas de poesía. No me extraña: la primera antología de su quehacer poético no fue publicada en su tierra, sino en Colombia, en 1977.

Sólo hace 10 años en su natal Venezuela, Monte Avila Editores puso a circular otra. En nuestro país el Fondo de Cultura Económica publicó en 1988 Alfabeto del mundo que abarcaba la producción de Montejo de casi dos décadas (1967 a 1986).

La redición de Alfabeto del mundo, recientemente publicada, incluye poemas de otros 15 años, pues abarca hasta 2002.

¿Cuáles son los temas frecuentes en la poesía de Montejo? La tierra, la ciudad, los árboles, los ríos, las cigarras, los pájaros, la casa, la memoria, la vida, el sueño, el cuerpo, la lluvia, Dios. ¿Temas nuevos? Ninguno, pero nadie había dicho las cosas que nos dice el poeta. No, por lo menos, de esa manera. ¿O usted había pensado que Dios se deja soñar desde lejos? ¿Que las cigarras son melancólicas? ¿Qué la terredad de un pájaro es su canto? No sólo eso: sabemos que la poesía es número, arquitecturas verbales, cuya estructura se sostiene por el rumor de las sílabas. Pero no toda arquitectura hecha con sílabas nos punza en las sienes como la sangre, como ocurre con varios de los poemas de Montejo. Si no lo cree, escuche:

''Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,/ aunque el alma se aparte y ceda espacio/ y el tiempo nos entregue las horas que retiene. /Dos manos no nos bastan para alcanzar la sombra; dos ojos ven apenas pocas nubes/ pero no saben dónde van, de dónde vienen,/ qué país musical las une y las dispersa,/ Ningún amor, ni el más huidizo, el más fugaz,/ nace en un cuerpo que está solo;/ ninguno cabe en el tamaño de su muerte."

El Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo se ha mantenido al margen, por decisión de Marie José Paz y para fortuna de los lectores, del barullo literario y ha apostado por obras más que por escritores. Esta labor de una solitaria debería ser ejemplo para todos pero, antes que nada, para instituciones públicas y privadas que muchas veces confunden el circo literario con la literatura.

El galardón instituido con el nombre de Octavio Paz que recibió Eugenio Montejo hace unos días, más que pedestal para la fama, es una invitación a la lectura de uno de los mejores poetas de esa patria común que es nuestro idioma.

 
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