Usted está aquí: jueves 18 de agosto de 2005 Opinión La secreta vida amorosa de Ofelia

Olga Harmony

La secreta vida amorosa de Ofelia

Steven Berkoff es un polifacético teatrista inglés, más conocido entre nosotros por su participación como actor en varios filmes estadunidenses de diferente importancia, a pesar de ser un poderoso dramaturgo y autor de algunos libros teóricos, amén de sus juegos de video. Como actor shakespereano en la escena inglesa, conoce a cabalidad al gran dramaturgo isabelino y con La secreta vida amorosa de Ofelia ofrece una visión insospechada de Hamlet y su relación amorosa con la desdichada Ofelia sin hacer a un lado la tragedia original. Amparado en las escenas del acto II de Hamlet, en que Polonio descubre las cartas que el príncipe ha dirigido a su hija y exige a ésta que no ponga sus miras en tan encumbrado personaje, Berkoff elabora un texto con base en cartas de los dos enamorados que no pueden confesar su amor, pero que lo mantienen, así sea Hamlet quien oculte a la doncella su secreto y los motivos por los que pospone un encuentro definitivo. El desdén que Shakespeare pone en labios de su personaje, es una argucia de los amantes, sugerido por Ofelia, para despejar cualquier sospecha de la ruin corte, de ''los que no saben amar", mientras mantienen su correspondencia plena de erotismo y de ternura.

El texto, en la magnífica traducción en verso de Erando González, muestra a una Ofelia plena de lujuria en su abandono amoroso y a un Hamlet consumido por el amor, pero que no renuncia a su venganza. El dramaturgo acentúa la diferencia de clases entre ambos como una barrera casi insuperable y es este impedimento, además de las dudas de Hamlet, el que da lugar a un ardoroso afán, sobre todo en Ofelia que ya no es la casta y obediente hija de Polonio, sino una joven que descubre su sexualidad y desea culminar su amor con su amado. Ignoro si así es -debe de ser- en la versión original, pero en la de Erando, ambos amantes ven el cuerpo de la doncella como una geografía de la que él es amo y señor, un jardín y un huerto apetecido y apetente, e incluso Hamlet compara al tío usurpador -sin decirlo abiertamente- con una serpiente aparecida en lo que debiera ser el Edén de ambos. Para mí que tiene ciertos ecos con la poesía de El cantar de los cantares en sus metáforas eróticas, acentuadas por el anhelo de lo prohibido. Berkoff contrasta las cartas galantes del príncipe, temeroso de parecer procaz a su amada, quien le pide ''sed atrevido", con las misivas, cada vez más ardientes, casi obscenas, de ella.

Es un excelente texto en una excelente traducción; se trata de un teatro para escucharse más que verse. Así lo entendió Silvia Ortega, la directora, quien realizó un muy cuidado montaje en un tablado rectangular de anchos tablones de madera, un tanto elevado, debido a la escenógrafa e iluminadora -en esto último asesorada por Jorge Kuri- Estela Fagoaga, con la cellista Mari Carmen Graue al fondo. En la segunda llamada, ambos actores, en un vestuario de Cordelia Dvorak que sugiere la época sin estar completamente acabado, descalzos, están sentados de espaldas, mientras la cellista toca (hay que señalar que lo hace en contados momentos y nunca abruma, antes enriquece la escenificación) y Ofelia acaricia con timidez y ternura a un Hamlet un tanto impávido. La directora los mueve en un trazo muy limpio y meditado, no llegan a tocarse excepto en el beso final que es la muerte de Ofelia, danzan, se recuestan, casi nunca se miran por cercanos que se encuentren.

Ana Carolina Vasagna es una Ofelia lo mismo recatada que lúbrica y acentúa con gestos que no desdeñan lo masturbatorio en un momento dado, el deseo carnal que la arrebata. Dice el verso con intención y sin recitados, actuando de manera excelente lo que se pide de ella, bien diferente a esa Yvonne de Gombrowickz, también muy bien interpretada, que le recordamos (como es diferente la dirección de Silvia Ortega, esta vez muy acertada). En cambio, Juan Ríos Cantú se muestra sumamente inexpresivo como Hamlet -quizás para proyectar un carácter sombrío- y, aunque intenta matizar sus tonos, su dicción no es todo lo buena que sería de de-sear en una obra en que la palabra es todo. Este problema de dicción es muy recurrente entre los actores jóvenes, sobre todo en parlamentos en verso, no cotidianos, que no emiten con la debida perfección.

 
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