Usted está aquí: jueves 18 de agosto de 2005 Opinión Recuerdos milenarios

Margo Glantz

Recuerdos milenarios

Hace muchos años participé en un concierto de piano en el Anfiteatro Bolívar, tuve ocasión de admirar por primera vez un mural de Diego Rivera: lo he contado ya antes en alguna parte. Recuerdo una foto: destaca el piano con la tapa abierta, especulares, los colores de los frescos. Formamos un grupo compacto delante del instrumento; en medio la maestra, bajita (casi como nosotros), mirada absorta y traje sastre oscuro, a tono con la bolsa y los zapatos.

Pocos niños, vestidos como adultos: traje negro y choclos de charol. Las niñas con sus vestiditos cortos de tafeta clara, los cinturones anudados atrás, formando enormes lazos; mi hermana Lilly y yo con grandes moños rosas en la cabeza, envueltas para regalo, como niñas rusas (en los noticiarios acompañaban a sus padres a las ceremonias). Pisábamos fuerte la tarima del escenario con nuestros zapatos blancos de charol, parecidos a los de Shirley Temple.

Debo haber tocado con gran éxito a juzgar por los aplausos, quizá la Para Elisa, de Beethoven, y para que me protegieran y ayudaran a salir del trance, miraba de repente y de reojo el reflejo de las arcaicas figuras alegóricas de mujeres y de ángeles aureolados de La creación que decoraba las cóncavas paredes y los nichos que rodean el escenario.

Se trata de uno de los primeros frescos realizados después de la Revolución, siguiendo la técnica de la encáustica. La mayor parte de los niños éramos güeritos, ¿acaso no teníamos un piano? Los personajes retratados eran casi todos oscuros y toscos, de rostros anchos, cuerpos robustos y rojizos, de expresión angélica y de repente, interrumpiendo el color, una mujer muy blanca de cabello claro y corto, de enormes ojos, quizá Nahui Olín, frescos que hablaban sin embargo de una vieja tradición pictórica europea, religiosa y monumental, asimilada mientras Diego vivió en Europa y en la que se entremezclaban influencias bizantinas, góticas y del primer Renacimiento; también las enseñanzas de las escuelas vanguardistas, vigentes por ese entonces en Europa. Figuras casi tan estáticas y solemnes, y con todo muy distintas, a las de los niños que con su maestra se retrataron después de tocar el piano.

Mi padre era amigo de varios pintores, David Alfaro Siqueiros, Fernando Leal, Ignacio Rosas, Bulmaro Guzmán, Jean Charlot, quizá de Fermín Revueltas, Amado de la Cueva, Xavier Guerrero y hasta de Roberto Montenegro. Mucho más tarde de Vlady, Corzas, Góngora...

Y sobre todo de Diego Rivera.

Según mi padre, éste lo usó como modelo para pintar a Trotski, el del mural de Bellas Artes: ''No era yo Trotski exactamente, pero estaba a su lado, parado todo el tiempo, mirándolo y le inspiré su Trotski joven". Con Diego Rivera no se tuteaba, aunque hablaba con él en ruso. Diego le prestó a uno de sus carpinteros para que mandase construir unos muebles labrados al estilo español, unas sillas de caderas como las que usaba Cortés y enormes sillones rígidos de respaldo esculpido, incómodos para sentarse, colocados frente a un escritorio igualmente pesado, además, libreros con figuras en relieve, color oscuro y brillante, que heredé cuando mis padres murieron.

Gracias a Rivera mi padre conoció a Marc Chagall, cuando vino a México. Yo conservo una carta escrita por Diego el 13 de agosto de 1942, en francés, traducida se lee así:

''Aunque no haya tenido aún el placer de verlo, me complace dirigirme a usted. Mi amigo Yacov Glantz, redactor (poeta y crítico de arte) de la Gaceta Israelita de México, quiere entrevistarlo para su periódico. Me veo obligado a molestarlo (...) y le agradezco de antemano la atención que se sirva prestarle a mi amigo Glantz.

¿La está pasando bien aquí? Esperando tener el placer de verlo, quedo de usted,

Diego Rivera".

Mi padre estaba predestinado a conocer a Chagall, ambos habían nacido en uno de esos pueblecitos judíos de Ucrania, frecuentes en sus pinturas y en los versos de mi papá. El shtetl de Chagall se llamaba Vitebsk, el de mi padre Novo Vitebsk y había sido fundado por órdenes del zar y fue poblado por los judíos que ya no cabían en el pueblecito donde nació el pintor, varios años antes. Hacia 1980, Chagall era más que nonagenario, mi padre acababa de cumplir los 80.

Con Fernando Leal se hablaba de tú, comentó alguna vez: ''Le hicieron borrar un mural porque pintaba palomas en el acto de amor y lo consideraron inmoral. Fue un escándalo, luego rehizo el cuadro, pero ya sin palomas".

¿Sería cierto?

 
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