La Jornada Semanal,   domingo 21 de agosto  de 2005        núm. 546
 

Carlos Oliva Mendoza

Maldito Museo

Para Jimena

Lo que sólo es Inteligencia no debe curiosear al Latido. Es vil.
Macedonio Fernández

No me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel
sea tú que vuelves.

Julio Cortázar

PRIMER ACCIDENTE

Cuando me comprometí conmigo mismo a escribir una pequeña nota sobre la obra de Macedonio Fernández, me pareció que un buen inicio de tal indagación podría ser el siguiente: "Tengo que asentar las siguientes observaciones y otras no menos siguientes que me comprometo a que se me ocurran." Este principio tenía una ventaja metafísica irrefutable: reproducía, de muy buen agrado, la forma en cómo se me ocurrió volver a leer la obra de Macedonio. A cambio, había una salvedad: esa frase es del autor de Papeles de Recienvenido. No obstante, a estas alturas del fin del arte y de su hija la historia, esto ya era incontrolable; por lo cual, hago notar mi ocurrencia y, sin embargo, bien a bien no me decido a empezar con ella.

BUEN DÍA, MI RECIÉN VENIDO

Se ha dicho en diversas tonalidades que es un problema situar la obra de Macedonio Fernández, pues, en una perspectiva de progreso (y ya se sabe que la crítica no conoce otra), debió de haber escrito por ahí de principios del siglo xx. Sin embargo, la cosa no fue así. Su obra es postboom. Pero no nos angustiemos. Si de lo que se trata es de fijar el vanguardismo, la nota irrepetida o el momento pionero de Macedonio Fernández en la tradición, podemos recurrir a la lectura metafísica de su obra. Sí, para 1967, fecha en que por fin se publica Museo de la novela de la Eterna, la reivindicación metafísica es sólo un hecho en ciernes. Hoy no, pero por aquel entonces, el marxismo y el existencialismo todavía impedían acercarse, con alegría o frustración pero sin remordimientos, a nuestros humores trascendentales. Condenadas por aquel tiempo podrían haber sido estas palabras del autor de No toda es vigilia la de los ojos abiertos: "cuando se vive históricamente no hay más parte a donde ir la Pasión, hay esa marcha de la humanidad, que es el énfasis de la Historia; un presente de pasión, habido una vez, hace ociosa la marcha, el porvenir; la viciosa noción de marcha está sólo en el escribir histórico, no en el corazón de nadie".

Rara metafísica la de Macedonio Fernández, por cierto, que cree en el Nacimiento pero no en la Muerte:

El Universo o Realidad y yo nacimos en 1° de junio de 1874 y es sencillo añadir que ambos nacimientos ocurrieron cerca de aquí y en una ciudad de Buenos Aires. Hay un mundo para todo nacer, y el no nacer no tiene nada de personal, es meramente no hacer mundo. Nacer y no hallarlo es imposible; no se ha visto a ningún yo que naciendo se encontrara sin mundo, por lo que creo que la realidad que hay la traemos nosotros y no quedaría nada de ella si efectivamente muriéramos, como temen algunos.
"La realidad que hay la traemos nosotros." Dios mío, ¿por qué se habrá atrevido a decir esto que pone en cuestión todo su aparato metafísico? Si se trata del mismo autor que tiene glosas fascinantes, como ésta: "(Lo no-idéntico está exento de muerte)." Aunque, por suerte, la pone entre paréntesis. Me imagino que es porque lo no-idéntico no se conoce, es como tomar un puño de piedras de mar y saber que si una de ellas se cae lo no-idéntico permanece en mi mano.

Pueden ser, creo yo, cuatro los motivos que lo llevan a esa descocada idea de que la realidad es asunto de nacer con el mundo. El primero es su infatigable incongruencia; el segundo, la abjuración de la locura; el tercero, que Macedonio era un fracasado; el cuarto, que ese fracaso, en él, es un nacer enamorándose y jamás poder morir. Pero vamos paso a paso.

Quizá una de las observaciones más "luminosas" que Macedonio Fernández haya hecho sobre su obra se encuentra en una no discreta nota a pie de página de Museo de la novela de la Eterna. Es justo en la presentación al hombre que fingía vivir donde escribe:

Pero ya dije, o lo diré adelante, que empleo todo recurso, y entre ello las incongruencias, para desafiar con lo artístico lo verosímil, lo pueril verosímil, y señalo y justifico a cada uno. Es un proceder más franco y una labor mayor que me tomo por el público, que la tan usada y cómoda de introducir dementes en las novelas. Quijote, Sancho, Hamlet, son personajes confesadamente enfermos, como el idiota de Dostoievsky y algún protagonista de Hamsun [...] La locura en arte es una negación realista del arte realista. Los efectos, consecuencias, influencias de la locura en los personajes cuerdos puede ser arte realista, pero la conducta y carácter del personaje loco que es lo que principalmente ocupa a esas novelas cómodas de pseudorrealistas, es asombrosa inocentada.
Nótense dos de los motivos que he señalado: la incongruencia y la locura. Si Borges ya había dicho que el rasgo fundamental de los clásicos es su educación para el olvido, Macedonio Fernández parece ir más allá. Dicho olvido que produce la obra clásica, y de ahí el artificio de que siempre aparezca vital y renovada, es para Macedonio una trampa; es, en algunos autores, el recurso de la demencia.

Al contrario de esta trampa, la locura inscrita en un personaje, que después guía el relato, debe estar proscrita del arte realista –y el arte realista no parece ser otro que el relato de vida. Porque la Demencia es una más de las pasiones de la Novela y ella forma parte de la verosimilitud absurda o no absurda de la vida. No debe ser la que crea lo absurdo. La novela, en cambio, debe ser guiada por la pasión y pasión, dice Macedonio, "es vivir la vida de otro con secundaridad, casi nulidad de la propia. Es sin duda un estado emocional, pero es también metafísico en cuanto anula la ligazón a un cuerpo: y si no estamos ligados a un cuerpo no lo estamos a ninguno".

En el arte realista, la demencialidad del personaje central nos liga "a muerte" con cualquier pasión individual y no con aquélla que es nulidad de nuestra propia vida. Los autores realistas y clásicos se entregan al encanto del personaje que recrea desde sí mismo la novela o el relato y, a la vez, la vida del lector y la lectora a través de una pasión. En cambio, la originalidad de Macedonio reside en negar las pasiones como voliciones y querer recrearlas como estados metafísicos puros. Por esta razón es que utiliza, en lugar de la locura de los personajes, la incongruencia toda. (Empezando, claro está, por la incongruencia de escribir. Dios bendito no se le ocurrió publicar, que con lo exhumado tenemos.)

Así, tras la idea desmesurada de que "la realidad es lo que con nosotros llega", hay un desapego a la locura. Si la muerte no existe y la vida acontece y se fija para siempre con el mundo... el mundo no puede ser calificado de demencial. Nunca se podría permanecer para siempre en la locura; por esto es que los autores clásicos se inventan el fin, eso que tanto se parece a la muerte, para terminar con su loco. Pero aquella idea es, a la vez, un acto de incongruencia porque marca un inicio, el nacimiento, de algo que no tiene final, la vida. Decir pues que las cosas comienzan es un acto artístico, incongruente e inverosímil. La verdad en cambio parece ser más terrible. Si la muerte no existe, el nacimiento tampoco. Todo es vida. Y la vida es devoción de lo eterno, entendimiento del fracaso, parece sugerir Macedonio en un tono ya francamente kafkiano.

Reconocer esto y seguir escribiendo o viviendo es como suicidarse –"más precauciones he tomado contra el verdadero suicidio que es el vivir después de fracasar", escribió, Macedonio. Y es que cuando uno o una se da cuenta de tal encrucijada, la de la búsqueda sin sentido de la Perfección, no parece haber más remedio que, como si fuera clase de aerobics, la actividad metafísica.

"No hago una metafísica por voluptuosidad de pensar, sino para hallar el cómo de una eternidad de figura humana que amo. Es posible que Schopenhauer o Hegel no tuvieran a alguien corporal amado cuya muerte no quisieran, y cuyo cómo de no muerte no creyeran posible hallar." Esta cita de Macedonio ha sido apostillada por Geney Beltrán Félix, en El biógrafo de su lector. Guía para leer y entender a Macedonio Fernández, así: "La figura de la amada es su esposa Elena de Obieta, madre de sus cuatro hijos, y cuya muerte, acontecida al parecer en 1920 [...] provocó un cambio completo en la existencia de Macedonio: a partir de este suceso él abandonó su hogar para llevar una vida errante y desordenada y sus hijos quedaron bajo la protección de abuelas y tías. Y se puede afirmar –como ya lo dijo, con otras palabras, María Elena Legaz– que desde ese momento Macedonio orienta con mayor ahínco su actividad reflexiva y literaria hacia el primordial objetivo de negar la muerte". Así se explica, en parte, la renuncia radical al clasicismo y la entrega a una metafísica cruel y triste, la de la negación de la muerte.

Lo anterior se dibuja muy bien en su presentación de la Eterna, que puede ser considerada la justificación extrema de su obra: "Y sólo porque ella quiere sonreír una última vez a su amor, desde el Arte, compongo este libro que no necesitamos." ¿No es acaso tan cruel como ingenua la justificación de toda obra de arte? El arte es, como dijo Aristóteles, un artificio, lo más lejano de una necesidad.

Al final, en toda la suicida obra de Macedonio, no hay un acto de locura –sonríe una vez más a tu amor, Dulcinea–, sino una contradicción clásica, un anhelo que va tatuado en toda representación. Por esto mismo, cuando se acerca al final de la novela, puede Macedonio dudar sobre la sonrisa de la Eterna: "Pájaro de tormenta no cernirá, no cruzará en nuestro amor. [...] A ti, existas o no, dedico esta obra; eres, por lo menos, lo real de mi espíritu, la Belleza eterna."

En última instancia, las obras, como las vidas, tienen que simular terminar. Está inscrito, de forma metafísica, que la muerte "existe", aunque sea como engaño, como humor y vapor del movimiento de la materia. La novela extremadamente fallida de Macedonio Fernández llega a su fin como una metafísica clásica, con el cumplimiento cabal del Idilio y la Tragedia de todo nacimiento perpetuo. "La Realidad todavía no puede detenerse: el absurdo, la torpeza de la Pluralidad continúa, no se ha desecho." El escritor Deunamor reconoce al final que la Realidad no se deshace a pesar de albergarse en un Museo, el lugar que simboliza tan bien la frialdad de lo que se cree salvado de la muerte, de las esencias sin movimiento, similares a los paradigmas de Macedonio Fernández que no pueden permitirse el guiño de las emociones. Parafraseando a Yeats: "pues nada que no haya sido rasgado puede estar solo o completo".