Usted está aquí: miércoles 24 de agosto de 2005 Opinión Prudencia. Unas notas

Arnoldo Kraus

Prudencia. Unas notas

Aristóteles escribe en la Etica a Nicómaco que "los jóvenes pueden ser geómetras y matemáticos y sabios en cosas de esa naturaleza, y, en cambio, no parece que puedan ser prudentes". Según ese texto -y otras fuentes- la virtud moral por antonomasia, la prudencia, suele alcanzarse muy tardíamente, a lo que yo agregaría que esa cualidad es cada vez un bien más escaso y que en muchas, muchísimas ocasiones, nunca se logra. Pensemos tan sólo en la política y en la mayoría de los gobernantes que rigen el mundo.

Aunque en la antigüedad se suponía que la prudencia era una virtud propia de los gobernantes, la realidad es que para ser prudente se requiere ser moralmente sano y juicioso, características escasas en la inmensa mayoría de los jerarcas políticos. Pensemos otra vez: los Bush, los Blair, los Fox -me refiero a la señora Sahagún-, los Aznar y los Hussein, inter alia, son un vago y abigarrado dechado de lo que significa ser no prudente.

La prudencia es una cualidad que no se relaciona con el conocimiento ni con el arte. Es más bien una sabiduría acerca de la vida que se adquiere con el tiempo, que con suerte se convierte en hábito y que permite al individuo actuar bajo los preceptos de lo bueno o lo malo, e incluso de lo correcto y de lo justo. La mesura se enmarca bajo normas éticas y suele ser benéfica para la sociedad.

La prudencia no se aprende en las universidades. Es una cualidad envidiable: demuestra el carácter reflexivo y la sensatez del individuo. Es tan envidiable como escasa. Recapitulemos otra vez en la incapacidad de los hombres que ostentan alguna forma de poder para entender las mermas a las que lleva la imprudencia. Los políticos siempre son buen ejemplo. Recapacitemos en nuestro Abascal hablando de la píldora del día siguiente o acerca de la inmoralidad de Aura, el libro de Carlos Fuentes; en nuestro Fox "reflexionando" acerca de los trabajos que ejecutan los mexicanos y los negros en Estados Unidos; en nuestro candidato Montiel afirmando, al hablar de ladrones, "que la justicia es para los humanos y no para las ratas" e incluso, lamentablemente, en Marcos, quien arremete sin cortapisas contra López Obrador cuando asevera que "AMLO nos va a partir la madre a todos".

La prudencia es una forma de ser y una forma de ver y vivir la vida. Es, quizás exagerando un poco, un oficio al cual se llega por medio de la mesura, de la reflexión, de la escucha y de la modestia. Sin duda por eso Aristóteles aseveraba que no es una cualidad de los jóvenes: se adquiere en el camino de la vida y se ejerce cuando se logran equilibrar los bienes y los valores que conforman las historias personales. Por eso muchos pensadores consideran que la prudencia es una sabiduría mundana y no un campo construido por el conocimiento o por la sapiencia "profunda". Es más bien un saber y entender la vida a partir del discernimiento personal y que permite diferenciar entre lo que es bueno y malo, entre lo que es correcto o incorrecto, tanto para el interesado, como para la comunidad.

Hay quienes dicen, injustamente, que la prudencia es una virtud propia de los espíritus débiles o de quienes temen "apostarle a la vida". Esa idea es inadecuada: la prudencia busca alcanzar las metas deseadas por medio de la razón, de la mundanidad y de la sutileza. No es que las personas prudentes no se arriesguen o sean temerosas; más bien, no requieren mostrarse públicamente ni ser objeto de dudosas pleitesías o reverencias inopinadas -piénsese en la señora Marta Sahagún- para exponer su ideario o para actuar.

Sería interesante saber si la prudencia es una virtud que se transmite desde el útero, si se aprende en la casa y en la escuela, o si se cultiva de acuerdo a las sensibilidades personales. De ser cierta la idea de que anterior a la ontología es la ética, entonces habría que pensar que algunos ingredientes de la prudencia están determinados desde el útero y, otros, quizás los más importantes, se aprenden en el correr de la vida. Al hablar de empatía se discute si es posible enseñarla o no. Creo que lo mismo debe decirse acerca de la prudencia.

El tema de la prudencia es añejo. Platón consideraba que había cuatro virtudes cardinales: la justicia, la moderación, la templanza y la prudencia. No en balde algunos pensadores han sugerido que las tres primeras se subordinan a la última. No hay duda que la prudencia es una actitud maravillosa y escasa, así como una sabiduría exquisita y mundana y de la vida. Alimentar la cotidianidad de prudencia sería magnífico.

 
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