Usted está aquí: jueves 25 de agosto de 2005 Opinión Réquiem de cuerpo presente para Alonso Quijano

Olga Harmony

Réquiem de cuerpo presente para Alonso Quijano

Cuando su autor sustenta tesis acerca de la dramaturgia, se pueden rastrear algunos datos en sus obras. Este sería el caso de Alberto Villarreal Díaz, el expositor mexicano de las teorías de teatro postdramático de Hans Thies Liehmann, que en pinceladas gruesas se puede entender como la caducidad de las estructuras y convenciones dramáticas, en que el espectador se enfrenta a perspectivas plurales, aboliendo el desarrollo sicológico de los personajes en una acción fragmentada y cruzada por coreografías, artes plásticas, cine y diversas culturas musicales. Réquiem de cuerpo presente para Alonso Quijano está respondiendo en mucho a esto, aunque algunos elementos extraescénicos aparezcan como resabios de vanguardias ya muy superadas. Así, el cuestionario absurdo que el espectador debe llenar antes de entrar en la sala, los inútiles auriculares que se le prestan (a lo mejor para la broma final que intenta articular al público con la escenificación), la pregunta que hace un actor: "¿Usted se sentaría junto a alguien de otra raza?" y lo expresado en el programa de mano, muy fuera del cuerpo de lo que se representa. El texto de Villarreal Díaz se estrena en el marco de las celebraciones de los 4000 años de El Quijote y se corresponde con la idea de cómo la sociedad de consumo reniega del personaje y sus utópicas batallas.

Si la tesis es muy simple, su elaboración es sumamente compleja. Los personajes saben que son eso, personajes, tanto de la novela cervantina como de la obra que están representando. Quizás como ironía, aunque en el fondo es intención confesa, Sanchica Panza abomina varias veces del "teatro de arte" a que está circunscrita y anhela triunfar en un musical. Alonso Quijano revive, tras que Sancho y su familia se han comido a Rocinante por la vieja hambruna que padecen, y es llevado por Jorge Luis Borges en un viaje iniciático al más allá, en la primera parte. En la segunda, un profeta va llenando de bienes terrenales muy modernos enviados por Dios a la familia, mientras Quijano-Quijote agoniza aunque profetiza su sobrevida eterna y la obra queda abierta y sin final.

El exceso parece ser la apuesta del autor y director, aunque a veces, a mi entender, se extralimite, como es la lectura del libro inmortal en una especie de spanglish que realiza con mucha gracia Juan Carlos Vives en su papel de Sancho Panza, que la primera vez nos remite a esa transculturación que después veremos, pero que la segunda vez ya no produce el mismo efecto. En el escenario del Teatro Santa Catarina -que regresa a su vocación de búsquedas teatrales- con el público a ambos lados del espacio escénico que se ocupa sólo en el fondo, cuando está vacío -a excepción del Rocinante- y que cobra su dimensión posteriormente, Borges transporta a Quijano en un carrito por todas las galaxias marcadas por lámparas de neón que caen del telar, como irán cayendo muebles y objetos e incluso un ser de otro planeta, que Dios les envía en una saturación de elementos "pop" que marcan una tendencia del autor y director hacia lo estadunidense más que a otra cultura. Esto subraya con el excelente momento en que Quijano alto, le hacen coro en una especie de Gospell muy bien logrado y en la danza, extremadamente larga, de Sanchica encarnada por Maricela Peñaloza, en coreografía de ella misma y de Andrea García.

Villarreal Díaz convierte a Teresa Cascajo, la rústica que lógicamente pide joyas cuando cree que su marido es gobernador, en una harpía regañona y que sólo cede cuando es receptora de objetos y más objetos, en una adaptación más bien misógina de la que tampoco Sanchica, convertida en tonta punk, sale bien librada. Es Sancho el que transita, de doliente servidor del señor muerto, en una oración que recuerda la del texto cervantino, al interesado hombre de familia, arrepentido de sus andanzas, que espera la herencia de Quijano que no obtiene, a diferencia del original y que Juan Luis Vives interpreta con gracia y matizando sus transformaciones. Sylvia Eugenia Derbez como Teresa y Maricela Peñaloza como Sanchica, muy graciosas e intencionadas. Enrique Arreola, como Quijano, ha dado en "recitar" sus parlamentos, lo que es de lamentar en este estimable actor y Rodolfo Blanco muy bien en sus dos papeles, muy diferentes del ciego Borges y el Profeta.

 
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