Usted está aquí: viernes 26 de agosto de 2005 Política "... tan lejos de Dios..."

Jorge Camil

"... tan lejos de Dios..."

Algunos sucesos recientes nos obligan a analizar la relación con Estados Unidos. Durante la mayor parte del siglo pasado, especialmente a partir de la nacionalización petrolera, la relación fue de confrontación. Era parte importante de una política exterior que se nutría de valores tradicionales que promovía el Estado mexicano: nacionalismo, repudio al intervencionismo, respeto al asilo político, apoyo incondicional a Cuba, control de la inversión extranjera y manejo independiente de la política económica. Sin embargo, con Carlos Salinas de Gortari, un pragmático que encabezó un gobierno de decisiones económicas coyunturales y no de leyes, México cayó en la trampa de George Bush padre y abrió la puerta al caballo de Troya de la globalización. A partir de entonces el Tratado de Libre Comercio (TLC) se convirtió en la prioridad nacional, y Salinas, José Córdoba Montoya y Jaime Serra Puche se dedicaron a doblegar agendas y derribar obstáculos. El objetivo era obtener, a toda costa y por cualquier medio, la aprobación del Congreso estadunidense. (¡Vaya, en su afán por mostrar nuestra mejor cara modificaron hasta las leyes que gobernaban la delicada relación entre la Iglesia y el Estado!)

Muy pronto, en el verano de 1993, en plena euforia del TLC, Samuel Huntington, el politólogo harvardiano, relató una anécdota que confirmó los propósitos salinistas. En su famoso ensayo The Clash of Civilizations (choque de civilizaciones) Huntington describió a México como un país "desgarrado y en transición", porque sus líderes habían decidido cambiarlo radicalmente. "Para obtener su admisión al TLC -dijo- México dejó de definirse como un país que se oponía a Estados Unidos y se dedicó a imitar a Estados Unidos." Y en una advertencia que resultaría histórica, aseguró que la nueva política requeriría a la larga profundos cambios económicos que ocasionarían cambios políticos fundamentales.

Algún analista comentó entonces que la frase preferida de Salinas, "primero la economía y después la política", se había convertido en "primero el tratado y después el tapado". Esa postura fue, en cierta medida, el campo fértil que propició al final del sexenio la inestabilidad que facilitó seis años después el cambio de régimen. No obstante, con el gobierno de George W. Bush los mexicanos tuvimos una segunda oportunidad de componer la relación, porque el texano llegó al poder sin programa ni experiencia, y había declarado durante la campaña que México sería una de las prioridades de su gobierno. Una vez elegido, invitó a Vicente Fox a Washington, le ofreció la primera cena de gala y realizó su primer viaje al exterior al rancho San Cristóbal. Ahí prometió un acuerdo migratorio que yace bajo los escombros del World Trade Center. A la postre, Osama Bin Laden y dos presidentes sin perspectiva histórica (Bush y Fox) arruinaron la relación. Merced al ataque a las Torres Gemelas Bush, un presidente destinado al fracaso desde el inicio del mandato, se convirtió en el emperador arrogante que hoy pelea contra los molinos de viento del terrorismo, y México volvió al lugar de siempre, pero sin el respeto que de alguna manera ha-bían mostrado los presidentes anteriores.

Hoy, a ciencia y paciencia de nuestro gobierno, un embajador inexperto nos castiga con el cierre del consulado de Nuevo Laredo, y los rancheros asesinos de la frontera, que salen de noche a lamparear mexicanos, se han organizado en grupos de vigilantes llamados minutemen. Gordos, ignorantes, de barrigas descomunales, vestidos de camuflaje y armados hasta los dientes, dicen estar dispuestos a suplir a su gobierno en la "defensa del territorio". La semana pasada, por motivos exclusivamente políticos, los gobernadores demócratas de Nuevo México (Bill Richardson) y Arizona (Janet Napolitano) declararon un "estado de emergencia" en la frontera mexicana: una situación que justifica convocar a la guardia nacional (la milicia de los gobiernos estatales) y disponer de recursos millonarios para protegerse contra el supuesto peligro de la inestabilidad mexicana. Con un desconocimiento absoluto del derecho internacional, Richardson, hijo de madre mexicana, amenazó con "arrasar" un pueblito fronterizo donde "se esconden indocumentados y traficantes esperando cruzar a Estados Unidos".

¿Dónde ha estado el secretario de Relaciones Exteriores? ¿Y dónde está el Presidente? Aquél, adulando inútilmente a Estados Unidos para obtener la Secretaría de la Organización de Estados Americanos (ambición impensable en el México que se hacía respetar por Estados Unidos), y Fox, suscribiendo el Acuerdo Ejecutivo de Waco, documento engañoso presentado como "Nafta plus, una extensión del TLC", pero que realmente pretende sellar la frontera de Estados Unidos otorgando a Bush facultades extraordinarias. ¡Qué alivio!, después de Waco nos tranquilizó Eduardo Sojo: "el acuerdo -dijo- mantendrá nuestras fronteras abiertas al comercio, pero cerradas al terrorismo". Surge de nuevo el dicho porfirista: "pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos..."

 
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