Usted está aquí: viernes 26 de agosto de 2005 Cultura La mujer en Cervantes

José Cueli

La mujer en Cervantes

La mujer captada en su esencia por Cervantes es el anverso del ser. Aquella que siempre ha estado esperando -virgen esquiva, blanca sombra, fantasía inasible, melancólica inspiración, compás de espera, maternal susurro, indescifrable escritura, desdoblado anhelo. Historia de ausencia, de búsqueda eterna, de deseo sin encuentro. El amor en El Quijote y en la concepción freudiana es una eterna búsqueda sin posibilidad de encuentro. Sin embargo el amor, como el arte, como la poesía y el sicoanálisis, conlleva su propio tiempo, tiempo que trasciende a todo tiempo, tiempo salido de sus goznes. En el acecho, en la espera, en el crearse y el renacer, el amor hiere como la tempestad y el rayo. De las sombras y sus laberintos emerge para herir con su deslumbrante haz de luz. Herida que fluye fuera del tiempo y de la razón, pero que apunta en su blanco al centro del ser. Fluye el amor que no confluye en los amantes, sino que los atraviesa, los traspasa no sin dejar su pálpito incandescente en el alma. Y así el amor escapa a toda lógica ordinaria. Así el hombre y la mujer aman porque aman. Locura o cordura, iluminación mística o enceguecimiento de la razón. Y así para Don Quijote, Dulcinea es tan sólo una huella de una presencia imposible, equívoco y desesperación del amor, tan sólo escritura deleznable, diosa antigua, virgen pagana, plegaria y encantamiento... y por ello dice a Sancho "píntola en la imaginación como la deseo... y diga cada uno lo que quisiere".

El amor engendra un pensamiento de amor, y éste arde y tiembla, como todo aquello que se devela ante el desasosie- go que produce la revelación. Y en este arder del pensamiento hay una cierta aproximación al origen, a lo interior, hacia la profundidad, y los ojos del escritor no preguntan, mas buscan ver, es decir; ver de la mirada del otro. Luego de perderse implica una búsqueda, ir en pos de un hallazgo cuyo secreto sólo el otro pareciera conocer, búsqueda del misterio del otro, de la locura del otro, de lo desconocido, que, por ello nos subyuga. "Y en la cosa nunca vista/ de tus ojos me he buscado/ en el ver con que me miras" (Machado).

Quizá la amante no acuda nunca a la cita mas todo amor la recrea, tras ese acto de fe en ella que sería como una visión de la imposible presencia de la ausencia. El horizonte de las ausencias se extiende tras límites insospechados. Tal fue el amor de Don Quijote por Dulcinea. Ese acto de fe que crea y recrea al ser en su ausencia (Fort-Da freudiano) y "amar, sobretodo amar" que como bien decía Antonio Machado ¡todo amor es fantasía!, en tanto que la poesía como relámpago, como trazo invisible nos abre heridas de amor, heridas del tiempo, tiempo de luz y sombras, creación de la que emanan trazos, gestos, ritmos y plegarias, a la vez que, en palabras de Freud: cada encuentro es un rencuentro con el objeto, ese objeto amoroso irremediablemente perdido.

Así, El Quijote más que un libro es una herida abierta a los tiempos, una invitación a renacer, un eterno sueño. En palabras de Cervantes: "Realidad o encantamiento/ lo que cuenta aquí es soñar./ La verdad de la mentira juega/con la eternidad,/ a que la verdad es mentira y/ la mentira verdad."

Don Quijote dijo a Sancho: "No hemos terminado nuestra aventura, no la terminaremos Sancho mientras exista un lector dispuesto a abrir nuestro libro y así devolvernos la vida".

 
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