Usted está aquí: sábado 27 de agosto de 2005 Sociedad y Justicia La muerte, mercancía en disputa cotidiana

La muerte, mercancía en disputa cotidiana

Coyotes funerarios reciben los pitazos de personal médico e incluso del MP

ANTONIA ESQUIDE GONZALEZ

Ampliar la imagen Embalsamadores de la funeraria Grossman reciben un cuerpo. "Como cada caso es diferente, siempre hay retos", expresa uno de los trabajadores, orgulloso de su oficio FOTO Antonia Esquide Gonz�z Foto: Antonia Esquide Gonz�z

La muerte no impone bajo el cobijo de la noche en la ciudad de México. Se convierte en mercancía, en materia de trabajo que se desarrolla de manera febril en el trasfondo de una funeraria.

Todo comienza con la disputa de los cadáveres entre agentes funerarios o coyotes, quienes a veces dependen del pitazo que les den agentes del Ministerio Público o personal médico a cambio de una comisión, o bien realizan "guardias" afuera de hospitales e inclusive de otros velatorios para ofrecer sus servicios.

Memo tiene 39 años trabajando en este giro, pero desde hace dos prefirió convertirse específicamente en agente funerario. "Deja buena ganancia, con eso vivo muy bien, a veces hasta con un solo servicio a la semana, pues hay algunos que me están dejando 2 mil y 3 mil pesos", expresa.

El ya tiene establecida su zona de trabajo, donde se pone de acuerdo con otros coyotes para realizar "guardias" afuera de un velatorio ubicado en la colonia Doctores.

"Nos organizamos hace muchos años, mantenemos el derecho a tener la guardia; yo estoy aquí desde las siete de la noche hasta las siete de la mañana y luego llega otro compañero. Y no permitimos que venga nadie más. Si se aparece otro fulano no puede entrar, porque simplemente lo madreamos. Es un ambiente rudo, hasta balazos ha habido por defender nuestro espacio de trabajo."

Así los cadáveres se convierten en mercancía y los coyotes deben encargarse de detectar a la familia del difunto para poder ofrecerle el servicio.

-¿No lo atendieron? -pregunta Memo a las personas que salen del velatorio.

-No.

-Bueno, yo tengo capilla aquí enfrente, mis oficinas están a dos cuadras. Le ofrezco un servicio de 3 mil 200... económico. Incluye la caja, traer el cuerpo, vestirlo, maquillarlo, capilla de velación, trámites del panteón y carroza.

De esa forma Memo y otros coyotes buscan a sus clientes.

Pero hay otras maneras, platica Lauro, quien se encarga de una funeraria ubicada frente a una fiscalía. El casi vive en ese pequeño espacio, donde sólo tiene ataúdes, aunque ofrece el servicio completo. En la parte trasera de donde están colocados los féretros cuenta con todo lo necesario para pasar los días: ropa, catre, cobijas, comida y, por supuesto, café. Así espera paciente que "caiga un servicio" a cualquier hora.

De pronto suena el teléfono; es alguien que le avisa que "hay un muertito".

"A veces nos hablan desde agentes del Ministerio Público, peritos y policías judiciales, hasta enfermeros en hospitales; nos dan el pitazo y pos ya si se concreta el negocio les damos una comisión de mil o mil 500 pesos por caso", revela el entrevistado.

A cualquier hora de la noche es cuando comienza la actividad para Lauro. De inmediato se traslada a la fiscalía en busca de la familia del difunto para ponerse a sus órdenes. Si es un caso médico legal, intenta convencerlos de que podría apurar los trámites si lo contratan a él. "A veces, cuando el agente del Ministerio Público fue el contacto, hasta retarda más la entrega del cuerpo, y eso nos ayuda para que la gente se decida", comenta.

Lo que sigue es negociar la carroza, ir por el cadáver, conseguir todo el equipo de velación y la capilla. En caso de ser necesario, el cuerpo es embalsamado.

Esta última tarea es común para doña Consuelo y la gente que trabaja con ella en la funeraria Grossman. Ella se dedica a esta labor desde hace 39 años. En este negocio, ubicado en la colonia Doctores, los embalsamadores están acostumbrados a pasar la noche "arreglando" cadáveres.

"Mi trabajo es todo un arte"

"No me asusta hacerlo, ya es algo muy común, inclusive a veces comemos aquí, nos la pasamos cantando y bailando", relata Roberto Ortiz Maldonado, de 24 años, quien trabaja en este oficio desde hace seis. Su jornada es de las siete de la noche a las siete de la mañana, pero no parece aburrirle. "En una jornada movida tenemos hasta 12 cuerpos y nos tardamos como una hora y cuarto con cada uno, pero a mí me gusta mi trabajo, porque es todo un arte, y como cada cadáver es diferente, siempre hay retos. Además, hay unos muy difíciles y finalmente los tienes que dejar de manera que aparenten estar dormidos en el ataúd."

Toda la noche él y su compañero de turno realizan la misma rutina las veces que sean necesarias: reciben el cuerpo, lo desnudan, desinfectan y le inyectan formol, "para que quede rígido y se retrase el proceso de descomposición".

Después habrá que hacer una incisión arriba del abdomen y extraer los líquidos del cuerpo, después bañarlo, suturar y taponar con algodón la nariz y la boca. Una vez seco, se procede a vestirlo y al final llega el momento más importante: el maquillaje, para que los familiares se queden con la mejor imagen del ser querido perdido, aquella que les haga pensar que nunca sufrió.

Terminado el trabajo, el cuerpo es colocado en la caja y depositado en la carroza que lo transportará al velatorio, no necesariamente en el Distrito Federal: puede ser en otro estado o país.

La actividad continúa y el camino aún puede ser largo.

 
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