Usted está aquí: sábado 27 de agosto de 2005 Opinión Una cierta pureza

Julio Muñoz

Una cierta pureza

Guardo recuerdos gratos de la ciudad de Segovia. Uno de ellos es la imagen de su magnifico alcázar que corona un riscal. Desde abajo, en el atardecer violáceo y claro de la estepa castellana, sus torres puntiagudas parecen puntas de flecha retando al cielo. Bandadas de negruzcos grajos revolotean graznando en torno a las torres. Algunos anidan en sus recovecos. El alcázar, los grajos y sus graznidos parecen formar una unidad al ojo del observador externo. Pero el alcázar no son los grajos y las deyecciones que a veces lo mancharon; la lluvia las lavó. Los grajos vienen y van. El alcázar permanece. En su interior no hay grajo que habite.

Hablo ahora del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav) y sus inevitables grajos. El Cinvestav es un alcázar académico con méritos reconocidos y una vida interna hasta hace poco amable y todavía de trabajo. No es el castillo de la pureza, pero quienes ahí habitamos aspiramos, al menos, a una cierta pureza en la dedicación a nuestras tareas, respeto al compañero, ayuda al estudiante estudioso y lealtad a la institución y a las autoridades que nos representan, siempre y cuando las autoridades nos respeten y actúen justamente, o al menos que las injusticias no traspasen límites tolerables. Los grajos del Cinvestav han sido sacados a relucir en La Jornada, incluso por mí, alarmado como estoy por el imperio de aves impías empolladas en nuestros recintos que se ensañan sacándoles los ojos a algunos de sus investigadores, que son tratados como presas y no como colegas. Es necesario hacer un deslinde. Los grajos que vienen y van nunca han sido el Cinvestav, pero las autoridades que sacan ojos se han autonombrado celadores para los que no hay más ley que la que conciben, y que coincide con la política anticientífica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) que amenaza con llevar a la ruina a la ciencia mexicana. Las autoridades del Cinvestav no informan verazmente, no escuchan y no atienden más razones que las sinrazones obsesivas que dan.

Los investigadores del Cinvestav estamos en estado de indefensión. Nuestra única defensa, creo yo, está en exponer nuestras lacras ante el público, por lastimoso que esto sea, con la esperanza de que algo o alguien pueda poner fin a la agresión y el Cinvestav recupere la salud perdida cuanto antes. Nuestras alternativas son: o bajar el testuz o clamar ante desconocidos. Las máximas autoridades superiores que deberían ser curadores no han dicho ni pío. La directora general del Cinvestav insiste en todas sus reuniones con el profesorado sobre la excelencia del centro, con lo cual estamos de acuerdo, pero le convendría darse cuenta que esta excelencia se alcanzó en una convivencia cuyas reglas ahora viola.

Los grajos puestos a revolotear en público seguramente desmejoran la imagen de la institución, pero la imagen es real aunque sea indecente. Por desgracia. Debe preocupar más la realidad que la imagen. Las torres de marfil pueden convenirle al intelecto, pero no a la defensa de la comunidad. No a la defensa de la institución. Hay alguna confusión en nuestro ambiente. Los habitantes de unas torres no saben lo que pasa en otras mientras la suya no sea invadida por los grajos y sus deyecciones.

Quisiera hacer dos peticiones. Una al buen reportero José Galán, quien sin duda cuenta con información precisa que sólo puede venir de nuestros recintos, y probablemente de un grajo interesado en predominar sobre otros. Ya ha ocurrido. La petición a Galán es que también haga un deslinde y distinga entre los grajos y el alcázar. Que informe también de los méritos académicos del Cinvestav, que son perfectamente documentables: premios nacionales e internacionales, número de egresados, influencia en otros centros de investigación, etc., etc., etc. (como ponían los antiguos). Mi segunda petición se la hago a nuestros agraviados. Por favor, compañeros, amigos, moderen sus demandas legales, que de ser resueltas en su favor, como es predecible pues la ilegalidad de las acciones emprendidas contra ustedes es palmaria, podrían dejar al Cinvestav en la inopia y propicien que nuestra directora caiga en desgracia en la Secretaría de Hacienda. Tengan en cuenta, por favor, que la política foxista hacia la ciencia mexicana parece ser la de buscar su destrucción porque no le reditúa los centavos que tanta falta le hacen tratando de resarcirse de su incapacidad política y administrativa. Muy caros nos pueden salir los despidos.

 
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