Usted está aquí: domingo 28 de agosto de 2005 Opinión La caída

Carlos Bonfil

La caída

Ampliar la imagen La cinta explora la personalidad de Hitler

Ocaso, decadencia, hundimiento. Los últimos días de Adolf Hitler son la materia narrativa de La caída (Der untergang), cinta del director alemán Oliver Hirschbiegel (El experimento, 2001), basada en las memorias de Traudl Junge, secretaria personal del dictador.

La película sorprende por su rigor expositivo. Durante más de dos horas alterna escenas de Berlín bombardeado por el ejército soviético en imágenes que recuerdan la estupenda recreación de El pianista, de Roman Polanski, y el espacio claustrofóbico del búnker, refugio final de los altos dirigentes nazis durante los días previos a la derrota final. En lugar de proponer una cinta de acción plagada de escenas bélicas y contrastes maniqueos entre aliados valerosos y nazis malévolos, La caída explora en primer término la personalidad de Adolf Hitler, su paternalismo bonachón frente a sus empleados y también la frialdad esquizofrénica con que decide que el pueblo alemán no merece sobrevivir a una guerra que no ha sabido ganar.

La interpretación magistral de Bruno Ganz (Las alas del deseo, El amigo americano, de Wim Wenders; En la ciudad blanca, de Alain Tanner) rompe con la imagen de ángel caído, de un ser infinitamente vulnerable, que ha sido la suya desde el inicio de su carrera. En la nueva transfiguración, Hitler es un hombre patético y mezquino, un pobre diablo encumbrado a la cima del poder con la voluntad de conquistar el mundo imponiendo una ideología racista.

En la cinta de Hirschbiegel no hay un propósito de denuncia política ni un enjuiciamiento de la actitud de muchos alemanes durante el periodo de terror. Y sin embargo, el solo retrato del dictador, la arbitrariedad de sus decisiones, su figura de estratega militar acorralado, y su sentimentalismo empapado en cianuro, resume una época de totalitarismo absurdo. Entre las escenas notables figura el ritual de sacrificio de Magda Goebbels, quien prefiere morir "a vivir en un mundo sin nacionalsocialismo", envenenando de paso a sus seis hijos para que no crezcan en una democracia malsana.

La caída registra en el búnker asediado por las bombas un microcosmo de los fastos e intrigas del tercer Reich, y la decadencia y cinismo que acompañan a la certidumbre de la derrota inminente. Se multiplican los gestos de heroísmo patético y los suicidios individuales o colectivos; se cumple la voluntad de incinerar los restos del dictador y su esposa para que no quede nada que embalsamar, honrar o escupir, ningún rastro, en suma, de la grandeza humillada. Lo notable en la interpretación de Bruno Ganz es además esa imagen de líder empequeñecido, cuyas órdenes ya pocos acatan, y cuyo desprecio a sus conciudadanos expresa de modo contundente: "Si se pierde la guerra, poco importa que sobreviva el pueblo alemán. No derramaré una sola lágrima por él."

La caída se concentra justamente en esa faceta cobarde del dictador, quien desearía más el carisma mortífero de Stalin que la dimensión ridícula de un Mussolini. El dueño mayor de las voluntades colectivas se siente al final traicionado por un pueblo que sólo desea abandonar un Berlín asediado, a punto de caer, sin manifestar el gusto por la autoinmolación en aras del Reich, pero sobre todo de su irascible y veleidoso dirigente. Sería injusto que la estupenda interpretación de Bruno Ganz dejara en la sombra a su mejor antecesor, el actor británico Anthony Hopkins, quien encarna a Hitler en una serie televisiva, El búnker, de 1981.

La cinta alemana rompe ahora con los esquemas del cine bélico tradicional e intenta una introspección sicológica del dictador. Este cuidado en la reconstrucción histórica y en la recreación del ambiente que debió prevalecer al interior del búnker en los últimos días del conflicto, Hirschbiegel los presenta con originalidad y audacia, con el riesgo de que algunas escenas subterráneas parezcan demasiado largas y los enfrentamientos en la calle muy parcos y expeditos. Lo que importa, sin embargo, es la honestidad del enfoque y la lucidez moral del cineasta alemán que cuestiona la verdad y las mitologías históricas de su país, en una narración controlada, en una cinta necesaria.

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