401 ° DOMINGO 28 DE AGOSTO DE 2005
 

Artista oaxaqueño replica a los que se fueron al norte
2501 migrantes de barro

Askari Mateos /Fotos: Abel Iraizos

Alejandro Santiago volvió a casa hecho un artista. Compró unas botellas de mezcal y se sentó a esperar. Pero nadie vino a visitarlo. Sus familiares y amigos estaban en Estados Unidos. Allá se fue a vivir la experiencia migrante. Y luego volvió a Oaxaca, decidido a hacer a los ausentes. Ya lleva 300 piezas, 300 "monos de lodo", que colocará en el patio de cada casa y en todas las veredas de su pueblo solitario



Disculpe señora, andamos buscando a don Alejandro Santiago, el señor que hace esculturas­ le dijimos a una cuarentona que despachaba golosinas a los niños en un estanquillo en Santiago Suchilquitongo, municipio de Etla, Oaxaca.

–¿Esculturas?

–Sí, es un señor que está haciendo muchas esculturas de barro– le insistí.

–Ah, sí. Es el que está haciendo "los monos de lodo". Ese señor vive allá arriba, en un camino de carrizales, pasando la carretera.

Tras seguir las instrucciones llegamos al lugar. Al final de un campo de cultivo de alfalfa, rábano y tomate hallamos una casona acondicionada como bodega donde un centenar de "monos de lodo", silenciosamente, nos dieron la bienvenida.

Alejandro Santiago (1964) es originario Teococuilco de Marcos Pérez, Sierra Norte, lugar que abandonó a los nueve años para ir a la escuela primaria en la ciudad de Oaxaca donde descubrió que lo suyo no era el estudio sino el arte como manifestación que se funde con la protesta social en un crisol de tierra árida.


Veinte años pasarían antes de que volviera, sólo para descubrir que debido a la migración muchas cosas habían cambiado: "Desaparecieron todas las veredas llenas de piedras que recorría cuando era niño".

Y es que para Santiago la migración es un mal necesario consecuencia del sistema, "una realidad absurda necesaria en las sociedades, pero la culpa la tiene el gobierno por no aplicar políticas para detenerla".

La formación

Su incursión en la pintura fue un "mero accidente" que lo llevó en 1980 a integrarse al Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo donde se hizo parte de una generación tocada por el genio: Emiliano y Maximino López, Javier y Felipe Morales, entre otros.

Dos años después se unió al Taller de Gráfica Oaxaqueña de Juan Alcázar. En esa época recuerda a Rufino Tamayo tomando nieves afuera de la Escuela de Bellas Artes ("no me cansaba de mirarlo").

Más tarde aparecería otra fuente de la cual abrevó: Francisco Toledo.

La búsqueda y el encuentro... 2501 migrantes

Para la crítica el proyecto puede ser una remembranza de los milenarios guerreros de terracota desenterrados de la tumba de Qin Shi Huang; o de los famosos moais, gigantescas figuras humanas de piedra descubiertas en la Isla de Pascua en 1722; tal vez también alude a los atlantes de Tula o a las colosales cabezas olmecas, pero 2501 migrantes es por sí mismo un estudio antropológico y una manifestación del más alto sentido humanístico, concebida tras un fuerte análisis del fenómeno social de la migración.

Para el artista serrano "es un homenaje a los caídos en la línea, la dignificación por los que ya están allá y son discriminados, y la reflexión por los que se quedan. Cada escultura pretende reflejar a cada uno de nosotros con ellos, a ellos en su desnudez como migrantes, y a nosotros como parte de la realidad que vivimos.

Y es que Santiago ve en Oaxaca un núcleo plástico en el que "todo gira alrededor de un pastel". Fue por eso que en una de estas reflexiones decidió ir a su pueblo, para encontrar algo diferente, algo suyo.

"Me llevé un camión con bastidores, óleos y una máquina para hacer grabado; acomodé todo, compré un cartón de cervezas y unos litros de mezcal..." Quería crear en su lugar de origen.

"Sucedió que no vino un amigo ni un compadre ni un familiar a visitarme". Se dio cuenta que ya no había nadie, todos estaban en Estados Unidos. Tocado por ese hecho pensó en hacer esculturas para justificar las ausencias.

La experiencia

Ese mismo día volvió a Oaxaca y se propuso trabajar en el tema. Pero antes era necesario conocer el fenómeno y vivir la experiencia, así que compró un boleto de avión a Tijuana y le habló a su hermana que vive en Estados Unidos; le dijo que le consiguiera coyote porque quería cruzar el desierto: "Yo iba bravo", dice.


Una vez ahí, el coyote lo miró y revisó entre un montón de credenciales: "Me dio una de alguien que más o menos se parecía a mí, no mucho, pero era lo único que había".

Esa noche, junto con el coyote mostró sus papeles en un puesto de vigilancia y pasaron. Más adelante había otro donde ya no tuvo la misma suerte: lo deportaron a México.

De regreso en Tijuana los coyotes le dijeron que todo salió mal porque tuvo miedo. "Pero ¿cómo no iba a tenerlo?". En ese momento comprendió la realidad que sufren los que se van.

A la mañana siguiente repitió la operación con más éxito. Al otro lado ya lo esperaba un coche que lo fue a dejar a la casa donde vivía su hermana. Ahí estuvo dos semanas encerrado, había "mucha migra por todos los lados". La única alternativa para salir de ahí era en automóvil, así que tuvo que rentar uno.

Al llegar a la agencia advirtió que sólo había autos compactos. Como iba con la familia de su hermana tuvo que rentar una limusina en 700 dólares.

Recuerda: "Los coyotes iban adelante de nosotros. Nos detuvimos entre Los Angeles y San Marcos; antes del último retén me tuve que bajar para subirme a una camioneta llena de pasto y me fui escondido hasta que llegué a San Francisco". Su destino era la Bond Latin Gallery, misma que lo apoya en su actual proyecto.

La realización

El primer problema fue el barro. El que le funcionaba, por su resistencia al trabajo y al horno, era el de Atzompa, pero no le pudieron surtir todo el necesario. La otra opción era el de San Bartolo Coyotepec, "pero es demasiado fino y no tiene la misma consistencia".

Fue gracias al ceramista Adán Paredes que pudo conseguir el barro que necesitaba: barro zacatecano que por sus condiciones es ideal para el proyecto.


Alejandro Santiago. El pintor y escultor

Después de un largo sondeo en cuestiones de técnica, resistencia y color, Alejandro Santiago ha elaborado unas 300 piezas, aunque en este momento serían el doble sin aquel día de lluvia en el que se le mojaron igual número de esculturas que aún no se horneaban. "Sólo un montón de barro encontré".

Santiago trabaja las piezas con las manos pero a cada una de ellas les imprime elementos como huaraches, morrales, canastos, números y letras: una fuerte carga simbólica del fenómeno de migración.

La exhibición

Hasta hace unos meses el artista había apostado todo su capital en el proyecto, pero a través del pintor Juan Alcázar, las galerías Quetzalli en Oaxaca y Bond Latin en San Francisco, Estados Unidos, Santiago se hizo acreedor de una beca de la Fundación Rockefeller, para establecer un centro de producción de réplicas en barro de aquellos que se van, que abandonan sus tierras en busca del sueño americano.

Gracias a este apoyo Santiago presentará a finales de septiembre parte del proyecto (250 piezas) en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO). Y será hasta enero de 2006 cuando lo lleve a su lugar de origen: Teococuilco de Marcos Pérez, donde colocará las 2501 piezas, "una en el patio de cada casa, en la iglesia, en el palacio municipal, en el panteón, en las veredas, en los nichos, la idea es llenar el pueblo".

Para la exhibición el MACO prepara el catálogo que incluirá un texto antropológico donde se analiza la trascendencia social del proyecto, así como de la obra, ésta última corre por cuenta del crítico de arte, Carlos Aranda.

De igual modo, Casa Lamm y Tv UNAM han documentado el proyecto y sus alcances dentro de la producción plástica actual como parte de un ejercicio que revisa el arte oaxaqueño.