La Jornada Semanal,   domingo 28 de agosto  de 2005        núm. 547
 

Gaspar Aguilera Díaz

La intolerancia o los abusos de la memoria

No existe ya memoria inocente, no para mí.
Jorge Semprún
De modo tal que en la mayoría de los ciudadanos se encuentra firmemente instalada la convicción de que la violencia es una manera normal, como cualquier otra, de dirimir los conflictos.
Luis Seguí
Del mismo modo en que el sujeto degrada su existencia cuando se consagra al olvido de su verdad, la civilización hace lo propio cuando aniquila su memoria.
Gustavo Dessal

 

LA MEMORIA AMENAZADA

Ante las palabras de Todorov a propósito de la supresión de la memoria, es evidente que en la historia de la humanidad, como él lo señala,

los regímenes totalitarios del siglo XX han revelado la existencia de un peligro antes insospechado: la supresión de la memoria. Y no es que la ignorancia no pertenezca a cualquier tiempo, al igual que la destrucción sistemática de documentos y monumentos; se sabe, por utilizar un ejemplo alejado de nosotros en el tiempo y el espacio, que el emperador azteca Itzcóatl, a principios del siglo XV había ordenado la destrucción de todas las estelas y de todos los libros para poder recomponer la tradición a su manera; un siglo después, los conquistadores españoles se dedicaron a su vez a retirar y quemar todos los vestigios que testimoniasen la antigua grandeza de los vencidos. Sin embargo, al no ser totalitarios tales regímenes sólo eran hostiles a los sedimentos oficiales de la memoria, permitiendo a ésta su supervivencia bajo otras formas, por ejemplo, los relatos orales o de la poesía.
Historias vergonzantes como la del Tercer Reich y de los campos de concentración como Auschwitz, Buchenwald, Treblinka o Mathausen, pueden ser releídas como una guerra contra la memoria, como lo señala con toda razón Primo Levi.

La reconstrucción de ese pasado ominoso es percibida por sí misma como un acto de oposición al poder, y la valoración por la memoria y la crítica al olvido, gracias a algunos escritores que llegaron a vivir bajo esos regímenes, ha logrado tener una gran influencia y una trascendencia que rebasa su contexto de origen.

Dos ejemplos muy claros de esto lo constituyen los testimonios de Jorge Semprún y Günter Grass en libros como: Viviré con su nombre, morirá con el mío, y Escribir después de Auschwitz, respectivamente, en los que se leen pasajes conmovedores que reflejan la brutal sensación de vacío de los hombres confinados en el campo de concentración como el de Buchenwald, como éste de Semprún:

Por la mirada uno se da cuenta del cambio súbito, del abandono, cuando el sufrimiento llega a un punto del que ya no hay regreso. Por la mirada bruscamente apagada, átona, indiferente. Cuando la mirada ya no indica –aunque sea de una forma dolorosa, angustiada– una presencia. Cuando ya no es más que un signo de ausencia, de sí mismo y del mundo. Entonces en efecto, se comprende que el hombre está abandonándose, perdiendo pie, como si ya no tuviera sentido obstinarse en vivir; entonces puede entenderse por la ausencia en qué consiste la mirada. Que tal vez se había conocido vivaz, curiosa, colérica, risueña, puede advertirse que el hombre, desconocido, anónimo o camarada, cuya historia personal se conoce, está sucumbiendo al vértigo de la nada, a la fascinación irresistible de la Gorgona.
Por otra parte nuestra avidez por un consumo cada vez más veloz en cuanto a la información, nos impulsa a dejar de lado a ésta para condenarnos a festejar el olvido y a embriagarnos con el efímero placer del instante:
El absolutismo del discurso capitalista, que en la actualidad ha tomado el relevo dominante frente a la caída de los grandes ideales y los relatos históricos, proclama una promesa de felicidad para todos, materializada en el objeto de consumo. La abrumadora expansión planetaria de ese discurso se debe –entre otras razones– a su capacidad para conmover los resortes más íntimos de la subjetividad, aquellos que afectan a la nostalgia del ser hablante por un goce inalcanzable. La trampa letal que esconde es ciertamente doble: por una parte, la caducidad de la satisfacción que procura el objeto refuerza la tristeza, en la que el pobre equipara su carencia a la frustración del que posee: de allí que la depresión se generalice como el signo de la impotencia frente al mensaje universal: ¡Goza, que todo te está permitido! Por otra parte, al pretender universalizar la satisfacción, materializar la noción de un bien común conveniente para todos, la singularidad del sujeto queda rechazada, y sólo le cabe la alternativa de retornar en la verdad del síntoma.

[...]

Pero tal vez lo más inquietante resulte apreciar cómo la promoción del goce como narcosis generalizada del ser conduce a una eliminación progresiva de la memoria histórica, tanto en el plano individual como colectivo. Se goza para no saber nada, para no recordar nada, como lo afirma Gustavo Dessal.

Hay que señalar otra circunstancia que Todorov puntualiza con lucidez: "Hay que recordar algo evidente: que la memoria no se opone en absoluto al olvido. Los dos términos para contrastar son la supresión (el olvido) y la conservación, la memoria es, en todo momento innecesariamente, una interacción de ambos".

Según Todorov, en este punto hay que hacer una distinción importante:

La que existe entre la recuperación del pasado y su utilización siguiente. Puesto que es esencial constatar que ningún tipo de automatismo vincula ambos gestos, la exigencia de recuperar el pasado, de recordarlo, no nos dice todavía cuál será el uso que se haga de él; cada uno de ambos actos tiene sus propias características y paradojas.

Cuando los acontecimientos vividos por el individuo o por el grupo son de naturaleza excepcional o trágica, tales derechos se convierten en un deber: el deber de acordarse, el deber de testimoniar.

Es importante considerar, además, que la cultura en su sentido etnológico más amplio, es algo que tiene una vinculación directa con la memoria, como lo continúa señalando el propio Todorov: "Es el conocimiento de cierto número de códigos de comportamiento, y la capacidad de hacer uso de ellos."

"La recuperación del pasado es indispensable; lo cual no significa que el pasado deba regir el presente, sino que, al contrario, el presente hará del pasado el uso que prefiera." Aquí valdría la pena recordar cómo en nuestra realidad mexicana, hechos como la matanza de Tlatelolco en 1968, de Aguas Blancas, de Chenhaló, y las sucesivas historias de olvido, abandono y represión de las comunidades indígenas de México, a pesar de esa insistente y necesaria memoria ejercida por un sector cada vez más amplio de la sociedad, al gobierno al parecer le interesa continuar ejerciendo su obsesión por el olvido.

MEMORIA Y JUSTICIA

Para fundar la crítica de los usos de la memoria, debe distinguirse –según Todorov– entre diversas formas de reminiscencia. El acontecimiento recuperado y doloroso puede ser leído de manera literal o de manera ejemplar; en este último caso, el pasado se convierte en un principio de acción para el presente y adquiere su papel, la memoria puede convertirse en potencialmente liberadora.

Dice Todorov: "El uso ejemplar de la memoria permite utilizar el pasado con vistas al presente, y aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy día y separarse del yo para ir hacia el otro." Aquí pareciera estar adelantándose a los terribles acontecimientos surgidos en Afganistán, Palestina e Irak.

Todorov recuerda los casos de Auschwitz y Kolyma, y puntualiza: "una vez superado cierto umbral, los crímenes contra la humanidad se esfuerzan innecesariamente por seguir siendo específicos, por conducir al horror sin matices que suscitan a la condenación absoluta que merecen; algo igualmente válido en mi opinión, tanto para el exterminio de los amerindios o para el sometimiento a la esclavitud de los africanos, como para los horrores del gulag y de los campos nazis".

Siempre es necesario, por otra parte, conocer la verdad sobre el pasado para poder juzgar los errores cometidos y no permitir que el olvido los sepulte.

EL CULTO A LA MEMORIA

Es interesante señalar la relación que establece Todorov entre el pasado y la relación congruente entre nuestra identidad individual y colectiva, cuando afirma:

La mayoría de los seres humanos experimentan la necesidad de sentir su pertenencia a un grupo: así es como encuentran el medio más inmediato de obtener el conocimiento de su existencia, indispensable para todos y cada uno. Incluso si no somos particularmente perspicaces, no podemos darnos cuenta de que el mundo contemporáneo evoluciona hacia una mayor homogeneidad y uniformidad, y que esta evolución perjudica a las identidades y pertenencias tradicionales. Homogeneización en el interior de nuestras sociedades debida, en primer lugar, a un aumento en la clase media, a la necesaria movilidad social y geográfica de sus miembros, y a la extinción de la guerra civil ideológica (los "excluidos", por su parte, no desean reivindicar su nueva identidad). Pero también uniformidad entre sociedades, a consecuencia de la circulación internacional acelerada de las informaciones, de los bienes de consumo cultural (emisiones de radio y televisión) y de las personas. La combinación de las dos condiciones –necesidad de una identidad colectiva, destrucción de identidades tradicionales– es responsable, en parte, del nuevo culto a la memoria: al constituir un pasado común, poder beneficiarnos del reconocimiento debido al grupo.
MEMORIA ÉTICA Y LITERATURA

Después de valorar la frase de Teodoro W. Adorno cuando decía: "escribir un poema después de Auschwitz es una barbaridad, y eso afecta también a la conciencia de por qué se ha hecho imposible hoy escribir poemas" ("Mínima moralia. Reflexiones de la vida dañada", 1951), Günter Grass piensa que a pesar de considerar a Auschwitz como censura y quiebra irreparable en la historia de la civilización, ese severo precepto se interponía "en el camino de la fe en el futuro, deseosa de un nuevo comienzo pero a la vez como preservada de todo daño, incómodo como todo imperativo categórico pero atractivo por su rigor abstracto y fácil de eludir como toda prohibición".

En ese balance literario Grass refrenda su compromiso ético con la literatura y su deseo entusiasta por la unificación de su país y por la libertad inviolable de su estética, aun cuando se duela de esa terrible experiencia marcada en su memoria:

Nada, ningún sentimiento nacional, por muy idílicamente que se coloree, ninguna afirmación de buena voluntad de los que han nacido después puede relativizar ni eliminar a la ligera esa experiencia que, nosotros como autores y las víctimas con nosotros, tuvimos como alemanes unificados [...] Auschwitz forma parte de nosotros, es una marca a fuego permanente de nuestra historia y –¡como ganancia!– ha hecho posible un entendimiento que podría expresarse así: por fin nos conocemos [...] por eso mi discurso, efectivamente, tiene que llegar a su punto final, pero al escribir después de Auschwitz no se le puede prometer fin, a no ser que el género humano quiera renunciar a sí mismo.
En Latinoamérica, uno de los escritores que han rescatado con fidelidad y valentía esta memoria oprobiosa que habla de nuestras "heridas secretas" ha sido el uruguayo Eduardo Galeano. En ese testimonio magistral "Nosotros decimos no" (Crónicas 1963-1988), afirma refiriéndose a los años dolorosos de los setenta y a la represión desatada y sin cuartel en Sudamérica y particularmente en su país:
Si por cultura entendemos una manera de ser y comunicarse, si la cultura es el conjunto de símbolos de identidad colectiva que se realizan en la vida cotidiana, la resistencia no se limitó a todos esos signos sino que fue todavía más ancha y más honda. [...] No hay estadísticas del alma. No hay manera de medir la profundidad de la herida cultural [...] Pero no se puede saber hasta dónde nos han envenenado los adentros, hasta dónde hemos sido mutilados en la conciencia, la identidad y la memoria.
Finalmente, para que no se repita el horror masivo que seguimos leyendo en los diarios o viendo en la televisión, y que se encuentra a muy pocos pasos de nosotros al sur del país, habrá que repetir las palabras de Todorov: "Aquellos que, por una u otra razón, conocen el horror del pasado, tienen el deber de alzar su voz contra otro horror muy presente, que se desarrolla a unos cientos de kilómetros, incluso a unas pocas decenas de metros de sus hogares. Lejos de seguir siendo prisioneros del pasado, lo habremos puesto al servicio del presente, como la memoria y el olvido se han de poner al servicio de la justicia."