Usted está aquí: miércoles 31 de agosto de 2005 Opinión Libre comercio desde el comité central

Alejandro Nadal

Libre comercio desde el comité central

En los años treinta el gobierno de Stalin decidió desviar las aguas de los dos principales ríos que alimentan el Mar de Aral, el Amu Darya y el Syr Darya que nacen en las colinas del Himalaya y atraviesan Uzbekistán y Kazajstán. El comisariado de planificación había concluido que la vocación de la región era la producción de algodón. La demanda mundial de este cultivo crecía incontenible y los burócratas soviéticos veían en la cuenca de esos ríos una dotación de agua suficiente para convertir a la Unión Soviética en potencia exportadora. Aunque no utilizaban ese término, habían descubierto las "ventajas comparativas" de la región.

Los canales de derivación fueron construidos con la "ayuda" de condenados a trabajos forzados y los estándares técnicos no eran los mejores: la evaporación y la filtración aumentaron el desperdicio de agua. Al completarse las primeras desviaciones el Mar de Aral comenzó a achicarse y para el período 1960-1990 su nivel medio se redujo a una tasa promedio de 45 centímetros anuales. Junto al grandioso proyecto se preparaba una de las catástrofes ambientales más graves en la historia.

La producción de algodón aumentó notablemente, pero al concluir la Segunda Guerra mundial las fibras sintéticas deprimieron el mercado. Además, los precios internacionales se desplomaron con la entrada de Egipto e India al mercado mundial. Muchos años difíciles pasaron antes de que se redescubrieran las virtudes de las fibras naturales, pero el desastre ambiental ya estaba en marcha.

En 1960 el Mar de Aral era el cuarto lago en tamaño del mundo, cubriendo 66 mil kilómetros cuadrados y almacenando mil kilómetros cúbicos de agua. Sus ricas pesquerías producían 50 mil toneladas anuales y la irrigación de sus deltas tributarios favorecía la producción hortícola, de cebada y avena. Pero en 1980 esos dos ríos apenas aportaban al Mar de Aral el 10 por ciento de lo que contribuían en 1960.

Hoy la superficie del Mar de Aral es de 27 mil kilómetros cuadrados y el volumen de agua se redujo en 60 por ciento. Sus pantanos y humedales se secaron y 98 por ciento de las especies de peces desapareció. Lo que resta del otrora gigantesco lago ya no puede estabilizar el clima local; hoy su cuenca padece veranos súper cálidos e inviernos extremosos. La desecación del lago descubrió más de 30 mil kilómetros cuadrados de suelos salinos cuya arena es transportada por tormentas a más de 300 kilómetros de distancia. Los residuos de plaguicidas y fertilizantes usados en el cultivo del algodón hacen que los habitantes de la región sufran epidemias de enfermedades respiratorias, especialmente cáncer pulmonar.

Pero ¿por qué mezclar el libre comercio con los burócratas planificadores de la era estalinista? La razón es la similitud notable entre ellos y los tecnócratas negociadores de acuerdos comerciales como el Tratado de libre comercio para América del Norte (TLCAN). El paralelismo se sintetiza en una frase: toma de decisiones centralizada. Al igual que sus colegas de ignorancia y poder supremo, los tecnócratas mexicanos decidieron un día que entre 1.5 y 2 millones de productores de maíz eran "ineficientes", que las ventajas comparativas estaban en otros cultivos y en las maquiladoras, y que había que someterlos (junto con sus familias) a los rigores de la restructuración económica. En lugar de los trabajos forzados, las temibles "fuerzas del mercado" se encargarían de todo.

¿Cómo decidieron que los productores maiceros pobres eran ineficientes? Comparando los rendimientos en promedio de esos productores (1.8 toneladas de maíz por hectárea) con los de los productores estadunidenses (9 t/ha). Claro, en el fondo los tecnócratas mexicanos también estaban interesados en desviar el cauce del río de los subsidios, destinando lo que antes iba al sector agrícola para irrigar los bolsillos de otros sectores (y amigos). El veredicto del TLCAN fue claro: hay que expulsar del campo a dos millones de productores maiceros.

Los productores de maíz, y en especial los que están en la mira del TLCAN para ser "restructurados", son los responsables de cuidar y desarrollar los recursos genéticos de maíz. Ellos descansan en la variabilidad genética del maíz y su capacidad de adaptación al complejo mosaico de agro-ecosistemas de la topografía mexicana para manejar los riesgos de sequías, heladas, suelos de mala calidad y plagas. Por ellos México es centro de variabilidad genética del maíz. Sin ellos, se producirá un gigantesco episodio de erosión genética probablemente sin precedente. Pero, al igual que los burócratas de los comisarios soviéticos, eso no importó a los negociadores del TLCAN, cuyo capítulo agropecuario, concebido desde la arrogancia del poder, es un desastre causado por la toma de decisiones centralizadas.

Al igual que el Mar de Aral, el campo mexicano será un desastre ambiental irreversible de mantenerse las tendencias actuales. Es una ironía que los defensores del mercado libre se comporten en el fondo como los dictadores más sombríos de la historia, pero lo atractivo de la ironía es que presenta desnuda la verdad.

 
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