Usted está aquí: miércoles 31 de agosto de 2005 Política Partidos en crisis

José Murat

Partidos en crisis

Paradoja de los nuevos tiempos: superada la etapa del partido virtualmente único, consolidado el sistema de partidos si los medimos por la competitividad y la alternancia en todos los órdenes de gobierno, hoy esas mismas organizaciones viven una profunda crisis en su seno, incapaces de dirimir y procesar sus diferencias internas.

Por una parte, el partido nominalmente en el poder, el PAN, ha escuchado ya la campana que anuncia el cuarto para las 12 y todavía no ha podido darse cuenta si en verdad es un partido gobernante o un simple convidado de piedra, una pieza testimonial de las principales acciones de una administración federal que mira ajena, a grado tal que sus figuras más prominentes, del doctrinarismo ortodoxo, se trazan como meta ganar ahora sí el gobierno.

La reflexión llega justa ahora en que han aflorado sospechas crecientes de corrupción en una triada de juegos, vicios y mafias, que han carcomido el escaso capital político de un gobierno que habló de cambio, pero sin advertir al pueblo de México que de lo que se trataba era no de virar el rumbo, sino de dar su propio sello a las peores inercias y lacras del pasado.

A mayores males, el inicio del proceso sucesorio ha exacerbado las luchas intestinas con tres frentes: los recién llegados, la ultraderecha del Yunque y el DHIAC, y la militancia de origen, las familias que fundaron ese partido, custodias de los principios de la democracia cristiana y el legado de Manuel Gómez Morín. Santiago Creel, Alberto Cárdenas y Felipe Calderón corren, en ese orden, por esos tres carriles.

Las versiones propaladas por allegados a la casa presidencial de los candidatos oficiales, bajo el formato de opción A y opción B, han degradado más una competencia interna que se creyó sería, si no tersa, sí civilizada. Lejos de ello, las denuncias de inequidad y cargada gubernamental anuncian desde ahora que no se llegará a un parto feliz de los montes, sino a un simulacro de democracia donde se sabe quiénes pueden llegar a la candidatura, pero también, si nos atenemos a esos mensajes crípticos, quién no puede arribar, por carecer de la bendición oficial.

En el PRD, sin el desgaste del partido en el poder, tampoco hay claridad de rumbo. La lucha sin cuartel entre las llamadas tribus de ese partido por el Gobierno del Distrito Federal amenaza con desbordarse y contaminar el ámbito nacional. De la capacidad para nominar un candidato de consenso o emergido de un proceso democrático depende mucho más que el destino político de la ciudad de México.

Lo que se observa ya como inminente, o al menos probable, candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas por un frente o un partido distinto al PRD, arroja incertidumbre también sobre la suerte de este partido en las próximas elecciones federales, justo ahora en que los estudios de opinión le otorgan la más alta capacidad competitiva de su historia.

La formalización de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador podría ser el factor que hilvanara lo que hoy se ve disperso y desarticulado, que diera unidad a las fuerzas que oscilan sobre sus figuras dominantes, es decir, un solo frente interno, antes que pensar en uno externo.

En el PRI, después de que se echó, no sin dificultad, de la cúpula nacional a la nomenklatura de ex presidentes y círculo estrecho de colaboradores, nuevamente hay barruntos de tormenta. Por una parte hay la tentación de reditar maximatos y caciquismos, otorgar votos calificados a voces del pasado, algunas de ellas nefastas y de negra memoria para el partido y para el país. El retorno, pues, al autoritarismo vertical que tan letal, en términos de credibilidad, fue para este partido.

En el ángulo inverso, hay la exigencia de dar el paso definitivo a la democracia interna y dejar a la militancia horizontal el destino del partido. Democracia interna que no quiere decir lucha fratricida, sino procesos transparentes que decanten en una unidad ideológica, unidad en torno a principios, en un proyecto claro de nación.

Insisto, no acuerdos cerrados de grupos y cúpulas, no una suma de dedos, sino unidad con una elevada carga ideológica. No lucha por el poder por el poder mismo, sino lucha por valores, causas y programas.

Pero hay elementos ominosos que advierten que el proceso interno por la candidatura no está exento del riesgo de desembocar en la descalificación y la ofensa personal, más que en la propuesta ideológica. No es eso lo que le conviene al PRI y mucho menos a México.

Después de un gobierno ineficaz y agotado, impaciente por bajar las cortinas sexenales, incapaz de dar respuesta a las demandas que condujeron a la alternancia, los mexicanos están esperando propuestas articuladas de políticas públicas en lo político y en lo social, en lo económico y en lo cultural, para dar certidumbre a éstas y las nueva generaciones.

Hacia allá debe dirigirse el debate, hacia la búsqueda de soluciones para los grandes problemas nacionales, no hacia la descalificación y el fratricidio. Para el PRI está en juego no sólo la posibilidad real del retorno a la Presidencia de la República. Está en juego su propia sobrevivencia como organización política. A la pérdida del poder ahora sí puede sumarse la pérdida del partido.

 
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