Número 110 | Jueves 1 de septiembre de 2005
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

De compas nomás
La práctica sexual en la milicia

Entre la tropa la consigna es “dejar ser”. Cada uno de los soldados del Ejército mexicano sabe lo qué hace con su sexualidad, tanto en los días francos como en los cuarteles o las soledades de la sierra. Las prácticas a la callada, ocultos de la disciplina militar, los hace más vulnerables a las relaciones sexuales desprotegidas.

Por Antonio Medina
“Yo no soy maricón. Yo me pico a los maricones. Para que no me dé sida, me vengo afuera”. Alfonso sonríe orgulloso, convencido con la lógica de su razonamiento. Entrevistado en los alrededores del Palacio Nacional, el joven soldado acepta que sabe usar un condón, pero que prefiere no usarlo. “Mira, sí lo he usado, pero la verdad a veces ando tan pedo que ni se me para y si se para, en lo que entra se me vuelve a bajar; por eso prefiero sin condón. Total, ni me tardo mucho y... prefiero así”.

Alfonso habla disimuladamente. Se abre, pero no pierde la compostura, el aire marcial y masculino de su papel de soldado. La vida militar parece peleada con la idea de que en sus filas existan personas homosexuales. En el medio castrense, vinculado a la idea de rudeza, honor, disciplina, valor y heroísmo, lo masculino es el valor supremo. Esa sola idea hace que los altos mandos cierren los ojos a las formas sexuales en que los varones expresan su masculinidad en un espacio cerrado como el cuartel.

Las prácticas sexuales entre varones no están reconocidas, lo que sí es bien conocido es la severidad de los castigos impuestos a quienes se sospecha tienen relaciones homosexuales, sea dentro o fuera de las instalaciones militares. La sanción suele ser la expulsión —coincidieron algunos entrevistados por Letra S—, pues se transgreden los códigos de lealtad, honestidad y honra que promueven las instituciones militares.

Para el sexólogo David Barrios, autor del libro En las alas del placer, la sexualidad de las personas que están confinadas al encierro, como podrían ser los soldados o marinos que se desplazan constantemente, tiende a expresarse a través de acercamientos físicos y emocionales, que cubren su necesidad de afecto y que fácilmente pueden avanzar a la vinculación erótica.

“Muchos hombres viven una vida heterosexual, aunque sus prácticas sexuales las ejerzan esporádicamente con personas de su mismo sexo. Eso no quiere decir que sean homosexuales, mucho menos que se asuman como tales. Una cosa es la práctica erótica y otra la orientación erótico-afectiva”.

A pesar de que las normas escritas y no escritas en las instituciones militares prohíben las relaciones amorosas y sexuales entre sus miembros, el encuentro homoerótico en ámbitos de convivencia masculina, como plantea el investigador Guillermo Núñez Noriega, “es más abierto y más fluido de lo que suponen los modelos tradicionales”.

Confianza en la raza
Núñez Noriega, autor del libro Sexo entre varones, ha expuesto en conferencias universitarias la experiencia de un ex militar, quien habla de las experiencias que vivió con su mejor amigo en el Ejército, su “CUAS” (compañero único a seguir, término militar para designar a la “pareja militar”). Juntos pasaron los rigores del entrenamiento, las “chingas del trabajo en la sierra”, mientras hacían campaña contra los narcotraficantes, las soledades, la necesidad afectiva, las “carrillas”, etc. Esas circunstancias los unieron, constató la fuente de Núñez: “Tu CUAS se vuelve tu alma gemela, es capaz de dar la vida por ti y tú por él”.

Sobre su vida sexual, comentó que en las estancias de meses juntos, compartiendo casas de campaña y caminos, es normal que los soldados se aparten un poco para masturbarse o que incluso lo hagan en grupo, “por ganas, porque te gusta la chingadera, por desmadre, por necesidad, porque le tienes confianza a la raza”. Otros más se apartan en pareja y “la raza ya los deja ser”. “Dejar ser —explica Núñez— es una divisa entre los amigos en el ejército que constantemente se expresa como fórmula de respeto y como complicidad afectiva”.

Sobre las relaciones de penetración, el ex soldado señaló: “Sí, nos dábamos las nalgas, acá de compas nomás. Pero no creas que acá, o sea el rollo era que me punteba (estimularse eróticamente a través de la colocación del pene en el vestíbulo del ano, sin llegar a una penetración mayor) primero un rato y acababa allí y luego yo, o al revés. Pero todo a la sorda. Todo acá quedaba entre nosotros. Nomás de camaradas, de ‘cura’. Nos hicimos tan compas, que él se tatuó el hombro y lo mismo hice yo”.

Sobre ese tipo de experiencias, Núñez, coincide con Barrios, al considerar que muchos de los encuentros eróticos se construyen sin que los involucrados se identifiquen como homosexuales. “Estos varones pueden vivir su homoerotismo en tanto que hombres. Es el caso de amigos y compañeros unidos por vínculos de afecto y confianza, que comparten su erotismo ocasionalmente, como parte de una experimentación, o de manera más constante, bajo situaciones específicas de cercanía corporal”, señala Núñez.

Cada quien su culo
Letra S platicó con media docena de jóvenes soldados, quienes dieron cuenta de lo que piensan sobre la homosexualidad y refirieron anécdotas, si no personales, sí de lo que ven a su alrededor en relación con las prácticas sexuales en el Ejercito mexicano.
“No, en el Ejército no puedes ser gay. Aquí solamente puede haber machines, que se rajen la madre por el país”, comenta Gabriel, quien lleva siete años de servicio, y quien se considera “un hombre hecho y derecho”. Cómo no va a serlo, “si el Ejército te forma un carácter fuerte, de temple, nada de debilidades”.

Dice ser un soldado al que le enloquecen las mujeres, aunque, explica entre risas que apelan a la complicidad, “de vez en cuando, cuando ando caliente y no tengo morra, acepto irme con gays que son jaladores y, además de pasarla bien, ya sabes, sexualmente, se ponen bellos con la peda y el desayuno”.

A su vez, Alberto, originario del estado de Chiapas, cuenta que en el Ejército también existen homosexuales, aunque “no como los gays civiles que andan en el metro o en las discotecas. Uno se da cuenta de algunos elementos que son un poco amanerados, algunos superiores, incluso, pero la verdad nadie les dice nada, porque no puedes cuestionar a un superior. A los soldados rasos, que son como uno, sí les cargamos carrilla, pero también se les respeta. Total, cada quien su culo, ¿no?”

El respeto sólo se da entre la tropa, Alberto comenta que se han dado casos de compañeros sorprendidos teniendo relaciones sexuales en los dormitorios o en los baños. “Una vez, en el Cabir (Centro de Adiestramiento Básico Regional), cacharon a dos soldados acostados en la misma cama, unos dicen que cogiendo”. Por ese solo hecho los dieron de baja, “faltaron a las normas de obediencia y honor del Ejército Mexicano”.

Núñez Noriega considera que “en esos encuentros, muchos varones re-experimentan sus cuerpos eróticamente, resignifican los términos de identificación sexual, se atreven a experimentar roles y placeres en aparente contradicción con los modelos de género dominantes; significan su sexualidad bajo esquemas culturales no estigmatizantes como la amistad, la aventura masculina o la libertad. Enmarcan sus encuentros sexuales como relaciones de camaradería, compañerismo, juego, ‘cura’ o ‘desmadre’”.

Á ngel es un joven soldado michoacano que se asume como “hombre” (heterosexuales). Explica: “A mí me cargan mucho la mano diciendo que soy joto, porque no soy como la mayoría. Me ven blanco, alto y de ojos verdes y por eso creen que soy más débil y, por tanto, maricón”.

Por su aspecto, Ángel ha tenido experiencias límite en las que las bromas de algunos compañeros han llegado a mayores: “Cuando me baño me empiezan a decir que tengo buen culo y me comienzan a cotorrear. Pero las cosas se han puesto cabronas cuando, entre broma y broma, dos o tres ya andan con la verga parada y me quieren culear a la fuerza”.

Según Ángel, quien lleva cinco años de servicio, cuando andan por más de dos o tres meses en las montañas, el desierto o los bosques, las reacciones sexuales de los militares comienzan a ser cada vez más soeces y se han dado casos de violencia sexual hacia los más débiles. “Andamos tan cansados y tan aburridos de las rutinas, que comenzamos a tener actitudes muy ásperas entre nosotros mismos. Algunos, los más calientes, se la jalan mucho. O se empiezan a dar los jueguitos y bromas, que han llegado a ser violentas. Tú me entiendes, ¿no?”.

El tiro por la culata
Otra forma de interacción sexual de los militares es con hombres gays civiles. No es secreto que existen lugares de entretenimiento en los alrededores de asentamientos o destacamentos militares. Espacios de ligue, ya sea con hombres gays, travestis o transexuales.
Santiago, un sargento que fue dado de baja del Ejército Mexicano por vivir con VIH, explica que muchas veces los militares, principalmente jóvenes que provienen de estados del sur del país, pueden tener mujeres monumentales gracias a la fantasía que representan los travestis. “Cómo podría un muchacho bajito, moreno y pobre, relacionarse con una rubia exuberante, de grande tetas y culo monumental, si no fuera por las vestidas que se ligan en las discos a donde acuden militares”.

En esos bares y discotecas, explica el ex sargento, se da el ligue entre militares y travestis o gays, quienes regularmente les invitan tragos para luego ir a algún hotel para tener sexo. “La noche, además de tener sexo y desahogar sus deseos, le aporta al soldado un complemento económico para su subsistencia; los salarios tan bajos de la tropa suelen orillarlos a la prostitución”.

Pero el ligue no necesita de espacios nocturnos, en el Zócalo capitalino, la Alameda Central o los alrededores de El Toreo, es común ver a parvadas de soldados deambulando en sus días francos, como no queriendo la cosa, para ser vistos por hombres gays que acuden a los mismos lugares con el propósito de conocerlos y contactarlos. “Yo sé de varias historias de elementos que desertan para irse a vivir abiertamente la vida gay, pues descubren que en el Ejército de plano no podrían sobrevivir si realmente les nace ser gays”, explica Santiago, quien se asume como hombre heterosexual y sin prejuicios hacia quienes son homosexuales.

A fusil pelado

Una encuesta centinela realizada entre julio de 2001 y julio de 2002 en la XXI Zona Militar, coordinada por el doctor Ramón Hernández Martínez, de la Secretaría de Salud de Michoacán, reveló que de 660 soldados encuestados, 88 presentaron alguna infección de transmisión sexual.

Entre los resultados de la encuesta se revela que las enfermedades más frecuentes fueron gonorrea, con 55 casos, herpes, con 12, y virus del papiloma humano, también con 12 casos. Además, se reveló un bajo uso del condón entre los soldados.

En una segunda intervención, seis meses después de la primera encuesta y luego de que los reclutas recibieran talleres de prevención, el estudio arrojó un descenso en las infecciones: gonorrea, 15 casos, herpes genital, cinco, y virus del papiloma humano, sólo dos. de acuerdo con el doctor Hernández no se reportaron casos de VIH/sida. De los resultados se desprende que “diseñar estrategias educativas dirigidas a todo tipo de población vulnerable a las prácticas de riesgo, disminuye su nivel de vulnerabilidad”.

En el Ejército mexicano se asegura estar trabajando en tareas de prevención. De acuerdo con datos de la Secretaría de la Defensa Nacional, de enero a septiembre de 2004 se impartieron más de tres mil pláticas de prevención de VIH/sida. De igual forma, registraron la compra de 198 mil condones para cubrir la demanda de los soldados; una demanda oscilante, si consideramos que en 2003 adquirieron 396 mil condones.

En información revelada a través del Instituto de Acceso a la Información Pública Federal, la Secretaría señala que los condones se distribuyen a todos los soldados que lo solicitan y que se proporcionan directamente “al personal que sale a desempeñar algún servicio o comisión, en la cual es factible, por el tiempo que dure la misma y lugar en que se desarrolle, que dicho personal tenga la necesidad de emplear un preservativo”. Los altos mandos, acorde con su vocación de control y disciplina, establecen cuándo existen posibilidades de contacto sexual entre la tropa, lo que hace pensar en los criterios con que determinan esos periodos; al mismo tiempo, entregan condones sólo a quien los solicite, aunque, como comenta Gabriel, “si les pedimos nos miran mal, como preguntándonos con quién pensamos usarlos”.

Según un informe realizado por ONUSIDA, los soldados entre 18 y 29 años de edad son entre tres y cinco veces más vulnerables a contraer el VIH/sida que los jóvenes civiles de su misma edad. El estudio destaca como los principales factores de riesgo el hacinamiento, la severidad de su trabajo, y la separación de su núcleo familiar por largas temporadas, lo que hace a los soldados proclives a mitigar su ansiedad sexual en ambientes de consumo de alcohol y drogas.

Las relaciones homosexuales, en ese contexto, no son vistas como prácticas de riesgo. Como demuestra el testimonio de Alfonso —quien se asume a salvo porque eyacula fuera de su pareja masculina—, muchos militares no conciben que el sexo anal sin condón pueda representarles un peligro. Para ellos, el riesgo de infección por VIH, como la homosexualidad, es asunto de los que se dejan penetrar. Entre camaradas, entre “machines”, no hay más peligro que los mandos, por eso hay que cuidar que todo siga en el secreto, en el “dejar hacer”.

“Cómo podría un muchacho bajito, moreno y pobre, relacionarse con una rubia exuberante, de grande tetas y culo monumental, si no fuera por las vestidas”