402 ° DOMINGO 4 DE SEPTIEMBRE DE 2005
 

Cuando los hijos se van
Dilapidando el "bono demográfico"

Armando Bartra

Destruido el campo, desmanteladas la pequeña y mediana empresas generadoras de empleo, la migración se convirtió en la única opción para millones de mexicanos y provocó una espiral perversa causante de que "el excedente generado por muchachos nacidos, criados y educados en México no se invierte en elevar el ahorro y la capacidad productiva de nuestro país, sino en capitalizar al país vecino". Las preguntas se imponen: ¿Qué haremos cuando la pirámide poblacional se invierta? ¿Qué vamos a hacer cuando seamos un país de viejos que dilapidó miserablemente su bono demográfico?


Un fantasma recorre el campo: el fantasma de la migración. El nomadismo estacional a las pizcas es ancestral y más que centenaria la mudanza a Estados Unidos desde Guanajuato, Jalisco, Michoacán o Zacatecas. Por un tiempo muchos peregrinos se emplearon en la industria pesada de Illinois y luego, otros, en los campos agrícolas de California, Arizona y Texas. Pero en las últimas décadas la compulsión trashumante contagió al centro, al sur y al sureste mexicanos de modo que hoy Puebla, Guerrero, Oaxaca, Veracruz y Chiapas aportan grandes contingentes al éxodo. Y los destinos se han diversificado: Carolina del Norte, Virginia, Florida, Washington, Nueva York, Colorado y Oklahoma entre otros estados.


Las remesas. Envíos que no son eternos Fotografías: Antonio Nava

Se van los pobres que ahorraron para el viaje o encontraron pollero que les fíe, pero se van también los acomodados; agarran camino los campesinos, como sacan boleto los urbanos; se mandan mudar los indios y migran los mestizos; marchan hombro con hombro priistas, perredistas, panistas y zapatistas; desertan a la par católicos y protestantes; se despiden los niños, los jóvenes y los viejos; los hombres y las mujeres; los analfabetas y los doctorados. La patria, toda, se desangra demográficamente en el gabacho al ritmo de medio millón de tránsfugas al año, más de cuarenta mil al mes, uno por minuto.

Se desfonda el país, pero en particular las comunidades rurales mexicanas se están vaciando. Y los primeros en agarrar para el norte son los jóvenes campesinos.

De la explotación al ninguneo

"Me voy a morir y no le voy a dejar futuro a ningún hijo mío. Y a ese que le gusta el campo, pos le heredo la parcela y haga de cuenta que lo desgracié, porque entonces no se va pal´otro lado", se lamenta don Ramón Aguilar, del Ejido, Colonia Agrícola, en el municipio de Angostura, Sinaloa.

Y es que a los pequeños agricultores siempre les tocó bailar con la más fea, pero lo de ahora es diferente pues carcome el presente y también el futuro. Ya no es la proverbial expropiación del excedente es la expropiación de las ilusiones: el saqueo de la esperanza. A resultas de la reconversión mercadócrata de los ochenta y los noventa, la agricultura dejó de ser el sector uncido a las necesidades de la acumulación industrial a través del intercambio desigual, que había sido en los buenos tiempos del "desarrollo estabilizador" y el crecimiento autocentrado, para transformarse en un ámbito desarticulado del resto de la economía y por tanto marginal, devaluado, prescindible. En el mismo lapso los campesinos pasaron de la explotación a la exclusión, del saqueo sistémico del excedente al éxodo estructural, de rendir plusvalía a causar lástimas.

En los ochenta y noventa, México entró al GATT, firmó el TLCAN y emprendió un atrabancado y unilateral desarme económico, que supuestamente debía asegurarnos el ingreso al rave del libre mercado. En cuanto a la agricultura, por los mismos años se reformó el artículo 27 de la Constitución, se suprimieron los mecanismos reguladores, se desmantelaron instituciones públicas, se cancelaron políticas de fomento y se redujo el gasto fiscal rural. Todo para "redimensionar" un campo, presuntamente sobrepoblado, que según los tecnócratas estaba urgido de una severa purga demográfica. En la versión más optimista se suponía que los desahuciados rurales, los productores carentes de "ventajas comparativas", no se iban a ir por el caño pues encontrarían empleo en otros sectores de una economía que iba a crecer a tasas anuales de 7%, según ya desde entonces se anunciaba. Pero por más de 20 años la producción per capita prácticamente se estancó, de modo que la industria y los servicios no sólo no absorbieron el sobrante de población rural, también generaron su propio desempleo.

Estampida poblacional

En los últimos 30 años, desde que se desplomó la tasa de crecimiento económico, se han creado apenas 11 millones de empleos formales, acumulándose un déficit de alrededor de 15 millones de puestos de trabajo. En la primera década del TLCAN, de 1994 a 2004, casi 13 millones de jóvenes mexicanos ingresaron al mercado laboral, mientras que se crearon únicamente 2.7 millones de nuevas plazas, de modo que sólo en este lapso el desempleo acumulado ha sido de diez millones. Un informe del Consejo Nacional de Población (Conapo) establece que mientras en 1984, 4% de los económicamente activos no encontraba empleo formal, en el arranque del tercer milenio el porcentaje ya era de 25%, uno de cada cuatro. Y el mismo documento reconoce que el exilio económico ha sido una providencial válvula de escape: "...si no hubiera habido migración en ese periodo, la brecha podría haber llegado a 40%" (Fabiola Martínez y Rosa Elvira Vargas, "México expulsa a EU 400 mil personas por año: Conapo", en La Jornada 9/7/05). Así es: cada día cerca de mil 500 demandantes de empleo dejan de demandarlo, no porque se hayan creado aquí buenos puestos de trabajo sino porque se fueron a EU.


Qué lejos estoy del suelo...

Durante los ochenta todos los años se incorporaban 800 mil personas al mercado laboral, cifra que en los noventa llegó al millón y pronto será de un millón 300 mil. Pero, ¿qué pasa con esa multitud de jóvenes buscadores de empleo, en un sexenio como el de Vicente Fox que prácticamente no ha creado plantas de trabajo formal? A grandes trazos, podemos decir que 250 mil se estacionan en la desocupación: un forzado "parasitismo social" que roe el ingreso de los afortunados que sí tienen empleo; otros 250 mil se incorporan a la creciente economía informal, donde se disputan las banquetas unos 15 millones de trabajadores sin estabilidad, ni seguridad social, ni vacaciones, ni reparto de utilidades; y a la otra mitad, alrededor de medio millón, le sale lo pata de perro y busca más allá de la frontera un porvenir que su país le regatea.

Al permutar por apertura comercial el derecho ­y la obligación­ del Estado mexicano a desarrollar políticas de fomento que hagan económicamente viables las actividades productivas que son socialmente necesarias, los gobiernos neoliberales tiraron a la basura la seguridad laboral y la soberanía en el empleo. Y un gobierno incapaz de garantizarle a los gobernados ocupación segura, ingreso digno y expectativas de progreso, es un gobierno que falta a sus deberes fundamentales. Porque un país sin empleos decentes y sin esperanzas, un país que expulsa masivamente a sus ciudadanos, es una nación apocada, minusválida. Y, lo peor de todo, es una nación arrodillada, una nación peligrosamente sometida a las veleidades de quienes reciben de mala manera a sus migrantes.

Vergüenza debía de darnos. Pero no. En el fondo a los tecnócratas la exportación de compatriotas les parece un buen negocio: si aquí están de más, pues al ser mayor la oferta laboral que la demanda de empleo el valor marginal de los sobrantes tiende a cero, cualquier cosa que nos paguen por quitarnos el estorbo será ganancia. Y por si fuera poco, en el último lustro se descubrió que las famosas remesas, el pago que recibimos por enviar mexicanos a Estados Unidos, ya superan el valor de cualquier otra exportación excepto el petróleo. Negocio redondo. O, como dice Fox: "¡Puro gana, gana, gana...!"

Aunque los campesinos no comparten el optimismo del presidente: "El cultivo del café es muy laborioso y para la cosecha yo y mi señora no nos damos abasto. Pero aquí ya no hay mano. Entre los jóvenes que se van al jale, el billete verde que llega del gabacho y el Oportunidades que regala el gobierno por tener hartos hijos, ya nadie quiere trabajar. Mejor vamos a tumbar la huerta". Eso decía un caficultor oaxaqueño hace unas semanas, pese a que ahora los precios internacionales del aromático están muy altos y el café es un importante producto de exportación. Y así en todos lados: a mediados de los noventa pocos eran los chiapanecos que se iban a Estados Unidos, mientras que hoy migran cada año alrededor de 30 mil, la mayoría indígenas. "Los campesinos de Chiapas están cambiando la cosecha de maíz por la cosecha del dólar", concluye Daniel Villafuerte de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas.

Pero, ¿para qué queremos productores de maíz o de café, si los ingresos por remesas ya son cuatro veces más grandes que los ingresos por exportaciones agrícolas? ¿Para qué queremos campesinos si el dinero que envían los transterrados ya rebasa 50% del valor de toda la producción agropecuaria y sigue aumentando? ¿Por qué preocuparse por la autosuficiencia y la seguridad alimentarias si los dólares de los migrantes alcanzan sobradamente para pagar las importaciones de alimentos? ¿Para qué andan nuestros labriegos causando lástimas con sus bajos rendimientos de aquí, cuando se pueden ir a chambear con más provecho al Imperial Valley? O, para decirlo con rigor econométrico y propiedad tecnocrática: ¿para qué andarnos con soberanías laborales, soberanías alimentarias y demás mamadas populistas, cuando es tan fácil exportar campesinos e importar alimentos?

Econometría de pollero

En 1980 entraron a México por remesas apenas 700 millones de dólares mientras que en el 2005 llegarán alrededor de 20 mil millones, y sólo en lo que va del sexenio de Fox los ingresos por ese concepto prácticamente se triplicaron. Así, en las décadas de la conversión neoliberal la migración de mexicanos a los Estados Unidos aumentó quince veces y los envíos en dólares se multiplicaron por treinta. Sin duda dos saldos mayores de la globalización a la mexicana ­una liberación mercantil que no rompió más cadenas que las productivas­ han sido el éxodo y las remesas: magnos flujos que nos hacen un país socialmente trashumante y económicamente entenado, pues dependemos cada vez más de la voluntad y capacidad ahorradora de los transterrados.


Presencia mexicana en los Angeles

Así las cosas, no hay debate mexicano más importante que el que gira en torno a los efectos estratégicos de la migración y el monto, destino e impacto de las remesas.

Desde 1995 el Banco de México registra remesas y para el 2004 contabilizó cerca de 51 millones de envíos con un promedio de 327 dólares cada uno. Pero esos 16 mil millones sólo incluyen los envíos documentados, y a ellos habría que agregar lo que llega a través de amigos y familiares, así como el valor de los electrodomésticos y otros bienes que se envían como regalos. Remitiéndose a un estudio de la Universidad de California, Rafael Alarcón, de El Colegio de la Frontera Norte, considera que "casi una tercera parte de las remesas se hace mediante los bolsillos de parientes y amigos" (Juan Balboa, "Transferencia de bolsillo y clubes migrantes", en La Jornada 6/9/04). De ser esto cierto, el monto que le atribuimos a las remesas está subestimado y habría que incrementarlo en alrededor de un 30%.

En cambio, José Santibáñez Romellón, presidente del mismo Colegio de la Frontera Norte, sostiene que la cifra calculada por el Banco de México "es cuestionable", pues además de remesas incluye transacciones de otro tipo, incluso de "procedencia ilícita", de modo que posiblemente "la cantidad recibida en los hogares es poco más de la mitad de la reportada por el Banco" (Santibáñez Romellón, "Los mitos de las remesas", en La Jornada 13/6/05). De ser cierto esto, el monto que le atribuimos a las remesas está severamente sobreestimado y habría que reducirlo casi a la mitad.

La diferencia en los cálculos es dramática. Pero el problema no es tanto la magnitud de los envíos como su destino. Y ahí no hay tantas discrepancias: las remesas se emplean fundamentalmente en el consumo de los hogares y según el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática, dependen de ellas 1.6 millones de familias, número que se incrementa en 200 mil cada año.

Pese a loables esfuerzos por transformar envíos en inversión productiva, el hecho es que el grueso de los mismos se emplea en la subsistencia. "Las remesas son un complemento o sustituto del ingreso laboral y no un capital de inversión", concluye el Fondo Monetario Internacional en el estudio ¿Son las remesas de los migrantes una fuente de capital para el desarrollo? (Roberto González Amador, "Ínfimo impacto de remesas en crecimiento de países receptores", en La Jornada 9/7/05). Y reitera: "... las remesas no pueden ser identificadas como capital para el crecimiento económico, sino como una compensación para un pobre desempeño económico".

Entonces, aunque entre 1994 y 2003 las remesas representaron para México más de la mitad de la inversión extranjera directa acumulada, su impacto económico no va más allá de compensar el déficit de la cuenta corriente, preservar la fuerza del peso y estimular el mercado interno de bienes de consumo. Lo que no es poca cosa: el propio Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México, reconoce que este ingreso "contribuyó a mantener el consumo" en los últimos cuatro años, cuando la economía apenas creció.

Así pues, las remesas tienen la lógica de los salarios y no son ni serán "una fuente de capital para el desarrollo". Lo que significa que el desfondamiento poblacional de un país cuya más rentable exportación son sus propios ciudadanos, es una operación ruinosa y suicida por la que estamos dilapidando nuestro "bono demográfico" y poniendo en entredicho nuestra capacidad futura de sostener a la población.

Juventud: divino tesoro

Por 50 o 60 años ­de los que ya transcurrió más de la mitad­ México tuvo, tiene y tendrá el privilegio de ser un país de jóvenes.

A mediados de los setenta, por cada cien mexicanos en edad activa había cien pasivos. Pero desde entonces la población rejuveneció y hoy por cada cien potencialmente activos sólo hay sesenta y dos pasivos. Proporción que mejorará aun más en los próximos años y se mantendrá por debajo de sesenta sobre cien hasta fines de la tercera década del presente siglo.

Esto, que resulta de la combinación histórica de tasas de natalidad y esperanza de vida, constituye lo que se ha llamado el "bono demográfico", pues al aumentar la proporción de la población que puede producir respecto de la que sólo consume, se incrementa también la capacidad de ahorro e inversión. Y es que los jóvenes traen torta bajo el brazo, pues crean más riqueza de la que requieren, además de sostener el consumo de niños y ancianos. Así las cosas, al aumentar la proporción de jóvenes en el conjunto de la población, se incrementa también el excedente potencialmente acumulable en forma de capacidad productiva futura.


Migrantes mexicanos por la legalización

Las familias campesinas conocen bien el fenómeno: son los años venturosos en que los hijos ya crecieron y los padres aún no envejecen. Tiempos buenos cuando hay tierra y condiciones económicas para capitalizar las energías excedentes (renovando y extendiendo la huerta o ampliando y cercando el potrero, por ejemplo). Pero cuando las condiciones de crecimiento de la economía familiar no existen los hijos mayores representan una carga y deberán emigrar. Exactamente como sucede con cientos de miles de jóvenes en escala nacional.

En el tránsito del segundo al tercer milenio a México le tocó ser una nación en la flor de la edad. Privilegio extraordinario, pues como pueblo joven por unas décadas tendremos la capacidad de producir mucho más valor del que consumimos. Pero las posibilidades de ahorro-inversión propias del periodo en que gozamos del bono demográfico no pueden desperdiciarse, pues en el mismo lapso se irá incrementando el número de adultos mayores, de modo que para la cuarta década del siglo se habrá invertido la pirámide poblacional. Si ahora México es un país de jóvenes en veinte o veinticinco años será un país de viejos: hoy tenemos poco más de ocho millones de adultos mayores de 70, 7.7% de la población; mientras que en 25 años serán 17.5% y a mediados del siglo tendremos 28%, 36 millones de viejos.

Sin pretensión metafórica podemos decir que los jóvenes son nuestra riqueza más preciada. El problema está en que en las últimas dos décadas, muchos de quienes llegan a la edad laboral no se incorporan a un trabajo realmente productivo sino que se estancan en el desempleo o se ven empujados a la ineficiente y a veces parasitaria economía subterránea, mientras que otros tantos no encuentran mejor opción que salir por piernas.

¿Dónde están, entonces, los jóvenes mexicanos; dónde se encuentra la joya de nuestra corona demográfica? Unos sembrando amapola y mariguana en las serranías o sirviendo de sicarios a los cárteles de la droga; otros más voceando cd piratas en el metro, ofertando desarmadores chinos en los semáforos o vendiendo chambritas en Correo Mayor; mientras que quienes tuvieron suerte se derrengan en las maquiladoras negreras y golondrinas. Pero un número cada día mayor de jóvenes se va para el otro lado, escapa rumbo a Estados Unidos.

Un estudio de Banamex-Citigroup establece que 80% de los mexicanos que vive en Estados Unidos tiene entre 15 y 55 años, mientras que en México sólo 55% de la población está este rango de edad. Y la diferencia es mucho mayor si nos enfocamos específicamente en los jóvenes, pues mientras que 30% de los migrados tiene entre 25 y 35 años, en México los de esa edad son sólo 15%. Es decir, que el porcentaje de adultos jóvenes es el doble en la diáspora que en el país.

Si preocupa que por falta de empleo digno en su tierra uno de cada 11 compatriotas viva en Estados Unidos, debiera ser aun más alarmante que uno de cada seis mexicanos jóvenes ya se encuentre allá, mientras que buena parte de los quedados busca desesperadamente cómo salir. Y el fin de la compulsión migratoria no tiene para cuando, pues la presión sobre el mercado laboral se mantendrá cuando menos otra década y con la actual política económica no es posible lograr el crecimiento sostenido necesario para satisfacer la nueva demanda de empleo y menos para reducir el déficit acumulado. Tiene razón Marcos Chávez Maguey, de El Colegio de México, en estas condiciones el llamado "bono demográfico" es en realidad "una tragedia" (David Zúñiga, "Un millón de desempleados más al año la próxima década, prevé un investigador", en La Jornada 10/7/05).

Guillermina Rodríguez, coautora del estudio citado de Banamex-Citigroup, va más lejos y afirma que de continuar esa tendencia "el bono poblacional que pudiera representar este grupo (los jóvenes) podría no quedarse en México sino moverse a EU, como ha venido ocurriendo" (Roberto González Amador, "La migración podría trasladar a EU riqueza económica mexicana", en La Jornada 6/1/05). Me temo que esto es ya una realidad. Y lo más grave es que la migración no sólo transfiere nuestro potencial productivo al vecino país, también desarticula algunos sectores de la producción nacional. Tal es el caso de la pequeña agricultura campesina.

Informa Isabel Guerrero, directora del Banco Mundial para México y Colombia, basándose en un estudio reciente, que la reducción de la pobreza rural a partir de 2000 se debe fundamentalmente al "aumento de las transferencias", tanto públicas: el programa Oportunidades, como privadas: las remesas (Roberto González Amador y Rosa E. Vargas, "Baja pobreza rural, pero crece desigualdad", en La Jornada 25/8/05). Es decir que el ingreso de los más pobres no se elevó por aumento de la productividad o mejoramiento de los términos de intercambio, sino por las transferencias. Lo que sugiere que no se trata de un progreso local sostenible, pues el presunto "capital humano" generado por los subsidios de la Sedeso pocas veces encuentra empleo productivo si no es a través de la migración remota; con lo que, si todo sale bien, la inyección de dinero público (Oportunidades) será sustituida por flujos de dinero privado (remesas). Y mientras las transferencias improductivas se suceden y entreveran, se rompen los precarios equilibrios de la producción, pues el éxodo de los jóvenes, el ingreso de remesas y los subsidios públicos desalientan la disposición a trabajar en la agricultura local. Recordemos las palabras del claridoso caficultor zapoteca antes citado: "Entre...el billete verde que viene del gabacho y el Oportunidades que regala el gobierno por tener hartos hijos, ya nadie quiere trabajar".

Algunos dirán que no es tan grave, que los viajes ilustran, que en Estados Unidos la fuerza de trabajo mexicana es mas productiva que aquí y que las remesas son la materialización del tan traído y llevado bono demográfico, pues con ellas se sostienen los familiares en edades no productivas.

Suicidio nacional

Ciertamente el monto de las remesas nos parece estratosférico, pero no es más que una ínfima parte de la riqueza creada en Estados Unidos por el trabajo de los mexicanos transterrados.

Según Rodolfo Tuirán, subsecretario de Desarrollo Urbano y Ordenación del Territorio, de la Sedeso, "es un dato sólido" que "90% de los ingresos (de los mexicanos en EU) se queda en aquel país y sólo 10% se envía a México" (Alma E. Muñoz, "Los migrantes destinan a remesas casi 10% de sus ingresos anuales", en La Jornada 18/6/2005). Y aporta cifras: en 2004 los transterrados ganaron unos 187 mil millones de dólares y enviaron a México alrededor del 9%, cerca de 17 mil millones. El cálculo se refiere sólo al sector donde se originan casi todas las remesas y no incluye los ingresos de los hogares donde hay mexicanos y no mexicanos ni los de familias de origen mexicano no nacidas en México, lo que de sumarse daría un ingreso de más de 400 mil millones de dólares devengado en Estados Unidos por mexicanos y mexicoamericanos.

Frente a estas cifras, los 17 mil millones de dólares en remesas son morralla. Pero desmerecen aun más si tomamos en cuenta que los 400 mil o 187 mil millones de dólares que recibieron las familias de compatriotas trasterrados son en gran medida ingresos salariales o provenientes de labores por cuenta propia, es decir remuneraciones del trabajo que no incluyen las ganancias de los empleadores. Utilidades presuntamente cuantiosas cuyo monto depende de la composición orgánica del capital y de una tasa de ganancia que se incrementa cuando la presencia de los migrantes en el mercado laboral del país vecino presiona los salarios a la baja. Una plusvalía creciente que se acumula en la economía estadounidense y no en la mexicana.

La destrucción del gran reducto de subsistencia productiva que era el campo mexicano y el desmantelamiento de la pequeña y mediana empresa que generaba empleos, provocaron la estampida poblacional y generaron una espiral perversa: la fuerza de trabajo joven y cada vez mejor capacitada emigra a Estados Unidos pues allá su labor es más eficiente y mejor pagada; en consecuencia el excedente generado por muchachos nacidos, criados y educados en México no se invierte en elevar el ahorro y la capacidad productiva de nuestro país, sino en capitalizar al país vecino; con lo que la asimetría se profundiza y con ella las causales del éxodo...

La transmutación del bono demográfico en remesas destinadas al consumo es mucho más que un pésimo negocio, es un suicidio nacional. Suicidio posdatado pero no por ello menos seguro. Durante un par de décadas podremos seguir a exportando a los jóvenes que nos "sobran" y sosteniendo con sus remesas a los todavía pocos viejos que se quedan. ¿Pero qué haremos cuando la pirámide poblacional se invierta? ¿Qué vamos a hacer cuando seamos un país de viejos que dilapidó miserablemente su bono demográfico?

La soberanía energética y alimentaria son importantes, la soberanía laboral es decisiva. Está muy bien defender el petróleo, la biodiversidad, el agua potable... pero no hay nada más importante que defender a nuestros jóvenes.

Si no enmendamos ahora el camino, si no cambiamos la economía de carril cuando aún estamos a tiempo, el día en que la pirámide poblacional se invierta será tarde. Por décadas nuestro crecimiento ha sido insatisfactorio, pero en 20 años nuestra economía y nuestra sociedad entrarán en una espiral de deterioro progresivo, exponencial, irreversible...