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5 de septiembre de 2005
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GARROTES Y ZANAHORIAS

¿COMBATIR LA POBREZA SIN REDISTRIBUIR EL INGRESO?

Un reciente y muy comentado informe del Banco Mundial sobre el estado de la pobreza en México ("Generación de ingreso y protección social para los pobres") da cuenta de una serie de tendencias significativas acerca de la configuración socioeconómica de la nación. Razones evidentes hacen que el gobierno y sus publicistas hayan sobre todo llamado la atención sobre un aspecto particular del informe: el descenso en casi siete puntos porcentuales de la pobreza extrema en el periodo 2000-2004. Este resultado obedece casi por completo a los logros de los programas rurales de asistencia, pues como se señala en el mismo informe, en los ámbitos urbanos del país, donde viven tres cuartas partes de la población total, los niveles de pobreza que prevalecían hace cinco años apenas experimentaron ligeras variaciones a la baja.

Estadísticamente, el nivel general de la pobreza es hoy similar al de 1994, es decir, al del momento previo al estallido de la gran recesión iniciada a finales de aquel año. Fue necesario todo un decenio para recuperar un nivel de pobreza que en 1994 ya de por sí era a un tiempo extendido y deplorable, dado que expresaba los estragos sociales y de ingreso producidos por la crisis del periodo 1982-1988, estragos que el crecimiento económico y el programa de asistencia "Solidaridad" del gobierno estuvieron muy lejos de compensar. Una visión retrospectiva que abarque más que el último lustro, mostraría la verdadera magnitud del retroceso experimentado desde los años ochenta en el terreno del bienestar.

El informe ilustra cómo el problema de la pobreza tiende a agudizarse en las zonas urbanas. El número absoluto de los pobres urbanos no sólo es considerablemente mayor que el del medio rural; en estas zonas la pobreza se resiste a disminuir porque su naturaleza la hace relativamente insensible a los paliativos asistenciales de los programas sociales gubernamentales, que en el medio rural sí producen algunos efectos tangibles en los parámetros que sirven para medir estadísticamente la situación de pobreza.

A diferencia de lo que ocurre en el medio rural, la estructura del ingreso de los pobres urbanos muestra una participación muy reducida de las transferencias, sean públicas (como los de los programa "Oportunidades" y "Contigo") o privadas (como las provenientes de las remesas familiares de los trabajadores emigrados a Estados Unidos).

El ingreso de los pobres urbanos mexicanos depende, en una alta proporción, del mercado de trabajo. Para sobrevivir en las zonas urbanas, los pobres deben generar un flujo de efectivo, y éste, para ser regular, no puede provenir sino de las remuneraciones laborales. Y si algo ha sido deficiente en México durante todos estos años es la generación de puestos de trabajo remunerativos. Esta mayor dependencia de ingresos en efectivo está implícita en el patrón de consumo propio del medio urbano, en el que el monto relativo del gasto es mayor que en el medio rural en rubros tan importantes como vivienda (que en las ciudades duplica la proporción del gasto familiar que prevalece en el campo), transporte y educación.

En la última década, los habitantes de las zonas urbanas en condiciones de pobreza trabajan más por menos salarios. Los trabajadores pobres se concentran de manera creciente en actividades que tienen un magro desempeño y bajo crecimiento. Debido a ello, sus ocupaciones son de alta precariedad: empleo informal asalariado y autoempleo de baja calidad, es decir, sin inversión.

Lo que dice el informe del Banco Mundial sobre la situación actual de la pobreza en México es digno de ser considerado. Pero lo más importante está en lo que no dice este informe, aunque en varios pasajes sí parece sugerirlo: no puede haber un combate eficaz y durable de la pobreza sin una política de justicia redistributiva. Sin esta condición ­y a falta de un crecimiento sostenido del producto y el empleo­, todo lo demás son piadosos paliativos. Palillos chinos apuntalando un pesado muro de carga  §


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