Usted está aquí: martes 6 de septiembre de 2005 Opinión Desigualdades educativas

José Blanco

Desigualdades educativas

Tenemos una hidra de desigualdad en cada esfera de la vida social. En la de la educación aparece de múltiples modos.

El gasto nacional en educación -público y privado-, como proporción del PIB, era de 4.92 por ciento en 1995, mientras que en 2004 se elevó a 7.07 por ciento del producto. El componente público aumentó durante ese lapso a 1.9 por ciento anual, en tanto el gasto privado lo hizo, en los nueve años considerados, a 23.3 por ciento por año. A pesar de esa abismal diferencia, la presencia del sector privado es incipiente, si se considera que el gasto público total en educación representó 5.6 puntos porcentuales del PIB en 2004, mientras que el gasto privado llegó sólo a 1.5 puntos.

La educación superior sigue una tendencia distinta que el conjunto del sistema educativo. El ritmo de fortalecimiento del sector privado ha sido muy acelerado: la participación relativa del gasto público respecto al gasto nacional en ese nivel era en 1990 de 91.9 por ciento; pasó a 95.3 por ciento en 1995 y desde entonces ha disminuido de manera sostenida hasta llegar a 78.6 por ciento en 2004. Esto es, se trata de una caída de casi 17 puntos porcentuales en solamente nueve años.

Hoy más de 30 por ciento de la población actual de licenciatura es absorbida por instituciones privadas. Es falso de entera falsedad que la razón de ese crecimiento obedezca a la pérdida de calidad en las instituciones públicas. En los últimos 10 años, aproximadamente, ha habido fuerte diferenciación del sistema de educación superior público debido precisamente a la constante mejora de la calidad en número ya significativo de sus instituciones, aunque también debamos decir que el sistema en su conjunto tiene todavía mucho camino por andar en materia de calidad, más aun en el posgrado. Por el contrario, encontrar una institución de educación superior particular de alta calidad entre las más de mil 600 instituciones actualmente existentes es como hallar una aguja en un pajar. Como siempre hay (contadas con una mano) sus honrosas excepciones.

Sin reforma fiscal no es extraño que se haya configurado una condición propiciatoria del aumento del gasto privado en educación superior, sobre todo en un momento en que la educación superior está volviéndose crecientemente intensiva en capital, debido a las imprescindibles nuevas tecnologías y su evolución constante.

De otra parte es necesario señalar que las posibilidades de crecimiento de la educación superior particular tienen un límite infranqueable: la profunda desigualdad socioeconómica mexicana. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares levantada por el INEGI, el coeficiente de Gini -que mide el grado de desigualdad en el ingreso- es muy alto y aumentó de 2002 a 2004 al pasar de 0.454 a 0.460 (en un artículo reciente de "cosas curiosas" leo: "¿Los ricos están volviéndose más ricos, los pobres más pobres? La frase figura 34 mil veces en Google".

Esto es desigualdad: conforme a datos oficiales en 2004 la población económicamente activa (PEA) del decil I tenía una escolaridad promedio inferior a los 3.6 años (lejos aún de contar con la escuela primaria). Se trata, como se indica, de promedios: prácticamente toda la población analfabeta se ubica en el decil I. La escolaridad aumenta conforme nos movemos hacia los deciles más altos, hasta llegar al decil X con una escolaridad promedio de casi 14 años, para toda su PEA; ello significa dos años de licenciatura en promedio.

Las diferencias se han acentuado entre el decil I y el decil X a lo largo de los años. En 1984 la escolaridad promedio de la población del decil X era tres veces mayor que la del decil I; esta diferencia pasó a 3.8 veces en 2004, resultado de que en 20 años el decil I sólo aumentó 0.64 años de educación en promedio, en tanto el decil X aumentó un promedio de 4.7 años.

En 2004, la PEA del decil II y del III no contaban con primaria completa; el decil IV había terminado la escuela primaria, pero no alcanzaba un año de la escuela secundaria; el decil V contaba en promedio con un año de secundaria; el decil VI, había alcanzado dos años de secundaria; el VII no había alcanzado a terminar la secundaria; el VIII contaba con la secundaria, pero no alcanzaba un año de bachillerato; el IX había alcanzado en promedio dos años de bachillerato, y el X, como se indicó, contaba con dos años de licenciatura. Una correlación directa entre el promedio de años de escolaridad y el promedio de ingresos. Estos promedios nacionales varían acentuadamente entre los estados, exponiendo otras caras de la desigualdad.

He aquí una horrible doble imagen: de una parte en esas bárbaras diferencias educativas reside gran parte de la explicación acerca de la abismal desigualdad socioeconómica entre los mexicanos. De otra parte subrayemos que si el decil campeón en esta materimateria (el X) tiene dos años de licenciatua en promedio, estamos hablando de una sociedad de ignorantes: su cultura formal, su eficiencia social y económica y su competitividad internacional se hallan nocaut. Sigámosle.

 
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