Usted está aquí: martes 6 de septiembre de 2005 Opinión No creo en las brujas, pero...

Javier Flores

No creo en las brujas, pero...

Entre los siglos XIV al XVII se desarrolló en Europa el proceso conocido como la cacería de brujas. En ese lapso fueron asesinadas miles de mujeres. Aunque no se cuenta con datos precisos, los juicios por brujería y las ejecuciones fueron del orden de cientos de miles. Las causas han permanecido oscuras. Sin embargo, gracias a los trabajos de varios especialistas, entre los que destacan los estudios realizados en México por talentosas investigadoras de la UNAM, hoy conocemos aspectos novedosos que nos ayudan a entender los orígenes de ese fenómeno.

En la Edad Media las mujeres que actuaban como hechiceras -que lo mismo podían sanar que causar daños a las personas o sus pertenencias- fueron convertidas por la Iglesia y las elites cultas en brujas. Los tratados demonológicos de la época, elaborados por el poder religioso, como el Malleus maleficarum, transformaron a la hechicería, práctica estrechamente vinculada con las tradiciones populares, en una actividad que sólo podía explicarse mediante el establecimiento de pactos con el diablo. Elia Nathan Bravo, gran investigadora mexicana, analizó minuciosamente el Malleus y explicó que entre las causas de la cacería de brujas, se podían identificar factores orientados a implantar una versión correcta del cristianismo y eliminar otras creencias por medio del combate al paganismo y el reforzamiento de la fe.

Por su parte, Norma Blázquez Graf, quien se ha dedicado a estudiar las relaciones entre género y ciencia, propone que entre las causas de la persecución y el aniquilamiento de las brujas deben incluirse los conocimientos que poseían. Analizando los oficios de las mujeres acusadas de brujería, como cocineras y perfumistas, curanderas, parteras y nodrizas, encuentra que estas mujeres tenían grandes conocimientos acerca de la astronomía y las estaciones, las propiedades de sustancias provenientes de plantas y animales y la creación de dispositivos para obtener, preparar y conservar los productos que empleaban tanto para sanar como para dañar.

Un aspecto importante es que sus conocimientos se situaban en terrenos como enamoramiento, adulterio, impotencia, infertilidad, embarazo, parto y crianza de niños. Conocían y empleaban alrededor de 200 métodos anticonceptivos diferentes. Si a esto se añade el Sabbat o aquelarre, que tiene su origen en las tradiciones populares como una celebración a la fertilidad y fue transformado por las elites religiosas y la magia culta en una ceremonia en la que se renegaba de Dios, se ofrecían ofrendas al diablo, se preparaban ungüentos y venenos, y había música, comida y sexo, la noción de bruja se asoció también con el placer y el libertinaje sexuales. La intervención sobre la reproducción y una sexualidad femenina no sujeta a control creaban, como hoy, gran tensión en todos los sectores, especialmente en los medios religiosos.

Así, estas mujeres fueron perseguidas y asesinadas, ya sea por medio de juicios dirigidos por el Santo Oficio que culminaban en la hoguera, durante las torturas, por suicidios en las cárceles o en linchamientos que no quedaron debidamente registrados. La cacería de brujas significó no sólo el aniquilamiento de miles de seres humanos, sino también el exterminio de un conocimiento propio de las mujeres.

El periodo que abarca la cacería de brujas coincide con el final de la Edad Media, el Renacimiento y la primera revolución científica. Norma Blázquez, doctora en filosofía, quien además de una gran calidad académica posee una impresionante belleza, nos invita a reflexionar sobre un hecho de gran trascendencia: el surgimiento de la ciencia moderna estuvo marcado por la exclusión del conocimiento de las mujeres.

La exclusión de la mujer en la creación de conocimientos se mantuvo durante mucho tiempo. Las universidades, surgidas entre los siglos XII al XVI, no permitieron el ingreso de mujeres hasta la segunda mitad del siglo XIX. Las primeras ingresaron en 1860 en Suiza, en 1870 en Inglaterra, hacia 1880 en Francia y en 1900 en Alemania. En América, con la conquista, se trasladó la cacería de brujas, que afectó principalmente a la población indígena. En México, la primera mujer egresada de la escuela de medicina obtuvo su título en 1887.

Desde ese momento ha ocurrido un proceso de incorporación de las mujeres a la educación superior y a la ciencia, caracterizado por una gran velocidad. En la matrícula universitaria actualmente la población femenina supera a la masculina, especialmente en algunas áreas. En la investigación científica y tecnológica la proporción de mujeres es de alrededor del 30 por ciento en el mundo, porcentaje que es válido para el caso de México. Desde luego, siguen estando presentes diversos mecanismos de exclusión. Pero más allá de las cifras, este retorno de las mujeres al conocimiento se ha acompañado por la crítica a algunos de los supuestos básicos de la ciencia. El pensamiento de las mujeres está transformando las preguntas, las metodologías e incluso algunos paradigmas científicos.

Por eso yo no creo en las brujas, pero de que las hay, las hay.

 
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