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Martes 10 de septiembre de 2005

LAS CUENTAS SECRETAS DE PINOCHET / I

Las ambiciones del tirano

MARCOS ROITMAN ROSENMANN *

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EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973 un golpe de Estado termina en Chile con el gobierno leg�timo de Salvador Allende. Una junta militar integrada por los representantes de las fuerzas armadas, tierra, mar y aire, m�s carabineros, en nombre del anticomunismo y en defensa de la patria, seg�n proclama, se autodesigna gobierno supremo de la naci�n. Quedan suspendidos los derechos civiles y el habeas corpus, se deroga la constituci�n y se instaura un r�gimen de arbitrariedad afincado en el desprecio a la vida, la democracia y la violaci�n de los derechos humanos. La caravana de la muerte es la acci�n consciente de quienes emulan al general espa�ol Mill�n Astray sublevado contra la II Rep�blica en 1936 y lugarteniente de Francisco Franco en su lema: ��viva la muerte, muera la vida!!

Sin cabeza visible, la junta militar nombra presidente de la misma al general Augusto Pinochet. Pocos pod�an intuir sus sue�os de tirano. Bajo el eufemismo de una separaci�n de poderes, sus cuatro integrantes dicen encarnar el poder legislativo, mientras cierran el parlamento, y su adalid, Pinochet, por arte de birlibirloque se convierte en poder ejecutivo y presidente de Chile. As� comienza a construir su imperio y su historia.

Sus ac�litos lo presentan como un buen hombre, cuyo sino le obliga a emprender la salvaci�n del pa�s, sumido en la desintegraci�n por causa del odio y la agitaci�n de quienes promueven la lucha de clases. El aura es de un ciudadano honesto, sin ambiciones, austero y dispuesto al sacrificio. Incluso, quienes lo tratan en recepciones durante el gobierno de la Unidad Popular, creen en la magnanimidad de su esp�ritu. Por ello, en un primer momento, familiares de los detenidos le escriben cartas y algunas esposas de ex ministros de Allende piden audiencia para obtener clemencia. Este rasgo de ingenuidad se volatiliza. El tirano tiene planes para s�, su familia, sus amigos, sicarios, c�mplices y adversarios.

Con la tapadera de librar a Chile del comunismo, se hace construir una imagen de h�roe y palad�n sacrificado acorde a su misi�n cuasi-divina. Nada en su persona lo homologa con la acci�n de tiranos ambiciosos. El no abriga rencor, le anima una vocaci�n de entrega. Su tarea es un peregrinar por el desierto. Ser� difamado, pero al fin se har� justicia. Su gloria resplandecer� frente a sus enemigos, que no son suyos sino de la patria. El ansia de cumplir con el deber anima su pr�ctica redentora. �Qui�n puede pensar que utilice su poder para robar, saquear o hacer fortuna? El est� fuera de sospecha, de nepotismo y de ambici�n febril. Sus alforjas morales est�n hechas de s�lidos principios anticorrupci�n. Sin embargo, los hechos descubrir�n su personalidad cobarde emparejando su estatura con Somoza en Nicaragua, Trujillo en Rep�blica Dominicana, Batista en Cuba, Stroessner en Paraguay o Duvalier en Hait�. Recordemos el desagravio del filipino, Marcos, quien le negar� su entrada a Manila, marcando diferencias. "No todos son iguales" (sic).

En Chile existe una tradici�n de moralidad no corrupta entre la elite pol�tica, tal vez sea parte de la cultura republicana que sobrevive. Por este motivo, la tiran�a busc� infructuosamente, desde el mismo 11 de septiembre de 1973, imputar a ministros, diputados y dirigentes de la Unidad Popular malversaci�n de fondos, apropiaci�n indebida o enriquecimiento personal. Pero no se encontraron cargos. La transparencia y el buen hacer son el espejo del gobierno popular. No hay delitos fiscales, evasi�n de divisas o cuentas en el extranjero. Ello oblig� al Poder Judicial a ser recept�culo de causas penales donde se criminaliz� la militancia pol�tica de izquierda, una vez declarados ilegales y subversivos los partidos de la Unidad Popular. Ni siquiera la deformaci�n del pensamiento y obra del presidente Allende maquinada por especialistas en comunicaci�n y explotado bajo el monopolio de la informaci�n que mantienen El Mercurio y La Tercera ha podido cuajar. Allende es continuamente acusado de haber tenido gustos caros, placeres lujuriosos. Este a�o, 2005, un libelo innova en esta campa�a que dura medio siglo. Bajo el t�tulo Allende contra los jud�os, homosexuales y otros degenerados, se edita en Espa�a, y en Chile se cambia su portada y pasa a titularse: Salvador Allende: antisemitismo y eutanasia. Allende es ahora considerado c�mplice del nazismo y hom�fobo. El Mercurio auspicia su lanzamiento. Para evitar contrarrestar estas ignominias se mantiene el secuestro, desde el 11 de septiembre de 1973, del peri�dico m�s vendido en Chile, Clar�n. Sin libertad de prensa, el periodismo independiente en Chile se vuelve una labor tit�nica.

Tras diecisiete a�os de tiran�a, el No en el refer�ndum de 1988 obliga a Pinochet a refugiarse en una transici�n capaz de proteger sus negocios y evitar juicios contra su persona, familiares y allegados. General en jefe de las fuerzas armadas y senador vitalicio son un buen escudo. S�lo le preocupa la muerte, pasar a la historia como el refundador del Chile moderno le hace perder el sue�o. Sus exequias deber�n estar a la altura del sacrificio hecho en vida. Luto, duelo oficial, llanto y gratitud. Morir aclamado por la multitud. Sus recuerdos del entierro de Franco le persiguen, deben mejorarse.

Su detenci�n en Londres cambia su sino y abre la caja de Pandora. Emerge un personaje corrupto, miedoso, con ambiciones desmedidas. El chantaje, cobro de comisiones, negocios ilegales y favores son los or�genes de su r�pida fortuna. Cuentas con nombres falsos en bancos de Estados Unidos, Suiza y otros para�sos fiscales, m�s de ciento treinta, constatan el robo cometido sobre las arcas chilenas. Hoy se confiesa �nico responsable. Con ello pretende exculpar a su familia y salvar los dineros. Sus aliados lo abandonan y muestran rubor. S�lo sus m�s allegados se mantienen firmes. Los d�as que le quedan est�n destinados a sentir el desprecio de propios y extra�os. La historia lo pone en su lugar, aquel que ocupan los genocidas y autores de cr�menes de lesa humanidad. Su sue�o de h�roe trasmuta en la pesadilla del traidor.

* Colaborador de La Jornada, analista pol�tico chileno; actualmente reside en Madrid.

Las cuentas secretas de Pinochet
Joan E. Garces

Las cuentas del amotinado contra la Rep�blica
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